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La democracia y la vida

La democracia debe perseguir el bien común. El bien común presupone la existencia de determinados valores y bienes que nos constituyen como comunidad humana y como civilización: la libertad, la justicia, la propiedad privada, la solidaridad, la atención prioritaria a los más necesitados…  Los dos bienes necesarios para que se puedan alcanzar todos los demás, son la vida y la verdad.

Sin derecho a la vida, sin vida no hay ser humano y por consiguiente no hay valores humanos. Quiénes somos nosotros para negar el derecho a vivir de cualquier ser huamano?

Ante unas próximas elecciones conviene tenerlo bien presente: Qué fuerzas políticas apuestan decididamente por el valor capital de la vida humana en toda su extensión y amplitud? Cuáles de ellas están todavía ancladas en el más puro abortismo?

¿El aborto es realmente la salida más "civilizada" ante un ser concebido en un embarazo no planificado?

El aborto no puede ser la "salida" individual y la "solución" social a nuestro fracaso colectivo al no ser capaces de afrontar "civilizadamente" las dificultades que se puedan presentar ante una vida naciente.

 

La democracia, tal y como la aplicamos en Occidente, representativa en régimen de partidos y sometida a un estado de derecho, es una buena solución pero ni mucho menos universal, porque debe encajar en la tradición cultural de cada país, y no todas las formas para que las personas se representen tienen por qué funcionar bajo el criterio que nosotros aplicamos.

Esto es una evidencia que solo se ha oscurecido a partir del momento en que hemos confundido un medio, el sistema democrático, con el fin que debe propiciar. Esta confusión es propia de la razón instrumental y de nuestra sociedad desvinculada. El fin que debe perseguir todo medio de representación es el bien común, es decir el fomento y protección de aquel conjunto de condiciones que permiten que cada persona concreta realice su máximo bien personal y que, a su vez, todo ello repercuta en el bien de toda la comunidad. Evidentemente este es un horizonte de sentido, un tensor, que nos debe atraer en un proceso continuado de actos para conseguirlo.

El bien común presupone, además, la existencia de determinados valores y bienes constitutivos: el de la libertad, que es un bien en sí mismo; el de la justicia; el uso limitado de la propiedad, en función de este bien común; la solidaridad; la prioridad para los pobres y los dependientes… Estos son aspectos esenciales cuyo logro es lo que avala o no la democracia, sea del tipo que sea.

Vemos que, por consiguiente, lo que hay en juego es un conjunto de valores y bienes que no podemos abordar arbitrariamente, de manera aleatoria, como si estuviéramos ante un supermercado de este tipo de productos, eligiendo uno o rechazando otro en razón de nuestro gusto. Y no es así porque la estructura de bienes y de valores tiene una jerarquía: unos no pueden existir sin los otros. Los dos bienes necesarios, los que dan pie a que se puedan alcanzar todos los demás, son la vida y la verdad.

VidaLa vida es el bien constitutivo necesario que permite el acceso a todos los valores humanos. Esto es tan evidente que resulta un dato preocupante el que deba ser recordado. Sin vida no hay ser humano y por consiguiente no hay valores humanos. Pero esta vida está sujeta a una serie de condiciones ligadas a su dignidad y realización personal. La primera de estas condiciones, otra vez necesaria, es el nacimiento. Sin él no hay posibilidad de tal vida. De hecho, desde la concepción hasta la muerte, la vida humana es un proceso continuado de realización que se desarrolla según la etapa, con características diferenciadas que no rompen esta unidad. En la época inicial, el aspecto fundamental de la libre realización personal es la construcción biológica, y este es un proceso que empieza en el instante de ser concebido y que continúa después del nacimiento. A partir de un momento determinado, esta característica, que seguirá durante muchos años, va cediendo el paso a las condiciones cognitivas que caracterizan a nuestra especie. Pero, si aquel soporte vital no está bien construido, estas capacidades humanas no se desarrollarán o lo harán de mala manera.

Por otra parte, la verdad es necesaria porque sin ella no podemos entender la realidad. El bien se transforma en mal, lo justo en injusto, lo necesario en superfluo. Es el caos en el que nada personal ni colectivo puede realizarse.

De ahí el problema vital de civilización que significa el aborto. El aborto es un acto por el cual se niega el derecho a la realización personal de un individuo impidiéndole que nazca. Se cercena su acceso a la realización humana y a los valores. Se comete un acto radical de inhumanidad.

El aborto es un problema de civilización.

Mediante tal práctica se niega el derecho a la existencia de uno de los nuestros. Se cercena su derecho a llevar a cabo su realización personal. Supone un acto de radical inhumanidad.

Que se haga en nombre de una preferencia o una necesidad no lo justifica. El único planteamiento admisible es aquel en que puede estar en juego la vida de otra persona, la de la propia madre. Evidentemente, la preferencia, es decir mi criterio subjetivo sobre el bien, aquello que me conviene en este momento, no puede imponerse al bien que está en el fundamento de todo. De la misma manera, la necesidad no puede justificarlo excepto en el caso ya apuntado, en el que se juegan dos vidas. Ninguna otra necesidad justifica el fin de un ser humano, de su realización como persona.

Lo que sí es exigible es que el Estado de Derecho, en el que funciona el sistema democrático, aporte los medios necesarios para que la maternidad sea responsable, que esta sea ayudada, reconocida social y económicamente, valorada como lo que es, un acto determinante en la vida personal y del conjunto de la sociedad, que no altere de una manera irreversible las posibilidades laborales o profesionales. Es decir, el conjunto de condiciones que rodean la posibilidad de nacer han de tener un trato que lo facilite. Pero las debilidades en este sistema, que exigen su reparo, en ningún caso pueden constituir un argumento a favor del aborto.

El daño del aborto es cuantitativo y cualitativo, y los dos están castigando a nuestro país de una forma trágica y en buena medida a Europa, que ahora paga sus consecuencias. Cuando aquella acción contra la vida alcanza del orden del 20%, el 25% o más, de los nacimientos, como es nuestro caso, aquella sociedad está ya condenada, sobre todo porque además vive en un régimen general de baja natalidad producto en gran medida del retraso progresivo en el que se tiene el primer hijo. Esta no es la única causa, pero sí la más determinante. Sin natalidad, Europa se hunde. El sistema de bienestar, ahora dañado por la crisis económica, tampoco tiene viabilidad a largo plazo, aunque ésta se supere en alguna medida, porque habrá una insuficiencia de personas en edad de trabajar. La sociedad carecerá de la dinámica que significa una población joven. Perderá, como ya sucede, el sentido de la solidaridad generacional, que permite actuar e invertir a largo plazo.

Las "goteras", las debilidades del sistema no pueden constituir argumento de peso, ni excusa, para arrebatar la vida a quienes son nuestros congéneres.

Se ralentizará la capacidad de innovación tan vital en nuestros casos, se desarrollarán de forma creciente fenómenos políticos que primarán la seguridad antes que la libertad y la justicia, y que pueden derivar hacia formulaciones totalitarias. El daño es inmenso. A largo plazo, existe también una cierta relación entre natalidad y productividad en los países desarrollados. Y este efecto multiplica las causas negativas que hacen que el problema crónico de Cataluña y España sea precisamente su escasa aptitud para aquella característica.

Pero, cualitativamente, el efecto no es desdeñable ni muchos menos. El hecho de la generalización del aborto, y su afirmación cultural, han conducido a un menosprecio por la maternidad, al ver al embarazo como un problema que es tratado en la práctica como una enfermedad de transmisión sexual; y al aborto, es decir la liquidación de un bien constitutivo humano, percibido como una solución.

Esta concepción irradia en muchos sentidos y constituye un problema que afecta y lo hará todavía más la forma en que nuestra sociedad entenderá la vida; la vida de los demás, y el más débil cada vez lo pasará peor.

Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos

Fuente: ForumLibertas

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