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LOS NUEVOS ADULTOS

No por el mero hecho de crecer se llega a ser un adulto auténtico.

El adulto maduro genera un mundo maduro.

La potenciación de la madurez de los demás es posible gracias al desarrollo de la madurez propia.

Educamos más por lo que somos y sentimos que no por lo que decimos.

Educar es ayudar a encontar sentido a la vida.

Por su relación con la temática general de trasfondo educativo desarrollada en este sitio y su interés, traemos aquí un extracto de las conclusiones de una de las Jornadas Interdisciplinares de reflexión desarrolladas hace ya algún tiempo por el Ámbito María Corral sobre el prototipo de adulto o persona “madura” y sobre su trascendente función como modelo para la educación de las jóvenes generaciones.

El Ámbito de Investigación y Difusión María Corral es una entidad privada, sin fines de lucro, fundada en 1979 con el propósito de investigar y difundir valores humanos. Es una asociación sensible al contexto social y cultural que pretende aportar puntos de vista válidos y sugerentes que contribuyan a la vertebración de la sociedad actual.

No por el mero hecho de crecer se llega a ser un adulto auténtico. La pedagogía ha tratado siempre de ayudar a la maduración de la persona. Todas las ciencias, especialmente las antropológicas, pueden y deben aportar convergentemente sus logros para la consecución de un tipo de adulto renovado y capaz para las nuevas situaciones que se están gestando.

El objetivo es mejorar lo más posible los actuales adultos para que se adecuen, armónicamente, a la realidad, la impulsen y la mejoren, lo cual reducirá, también, la influencia negativa que, a veces, éstos pueden tener sobre las nuevas generaciones.

El proceso de llegar a ser adulto

El ser humano adulto debe ser consciente de que si la historia anterior a él hubiera ocurrido de modo diferente a como ocurrió o las personas que han contribuido a su existencia de ser humano no hubiesen existido, o hubiesen sido de otra manera, él no existiría; habrían quizá nacido otras personas, pero él, no. Esta aceptación de su historia permite hacer un adecuado juicio de valor sobre el pasado, produce un radical gozo existencial en el presente, a la vez que es el mejor estímulo para construir con acertada creatividad el futuro.

El proceso de llegar a ser adulto, o más exactamente de llegar a ser persona madura, debe ser visto como la resultante de la construcción de un mundo propio a través de lo relacional -con las cosas y con las otras personas- y sobre la base de la realidad biológica que es el hombre.

Las características de la dinámica de la madurez pueden resumirse diciendo que está basada en la adquisición de valores asumidos que comportan actitudes de libertad y de amor. La libertad madura la entendemos como la capacidad de asumir los propios condicionamientos, conociéndolos. La capacidad de amar está basada en la comunicación del que, respetándose a sí mismo, respeta al otro.

El proceso de llegar a ser persona madura ni es automático ni está exento de riesgos. Las actitudes de dependencia y de posesión son eminentemente negativas. En la base de la dependencia está el miedo a la libertad. En la base de la posesión -en el abuso o pérdida de respeto en una relación- está la huída de la inseguridad existencial a través de una imposible autosuficiencia.

El adulto debe tener una actitud básica abierta y confiada en su relación con las personas y las cosas. La primacía de los valores de la cooperación, de la aceptación de los demás, de la relación y la entrega, del cuidado y la creación solidaria, aparecen como valores portadores de esperanza.

La postura del adulto ante la realidad tendrá que caracterizarse por la capacidad creadora. El adulto es aquel que hace real lo que sólo aparecería como posible. El adulto maduro genera un mundo maduro. Este mundo se transmite por lo que se es y lo que se siente, en las actitudes y en los comportamientos, más que por las palabras.

La función educadora del adulto

La potenciación de la madurez de los demás -niños o jóvenes- sólo es posible a través de vivir la dinámica de la madurez propia, de la que un elemento importante es la realización de las tareas que como adulto le corresponden.

Es necesario que el adulto, ahora más que nunca, conozca y asuma la trascendencia de su misión educadora. El niño será en gran medida como lo hayamos hecho, porque es fruto de un diálogo entre sus posibilidades heredadas y el ambiente. De éste, lo más importante son las personas, y de ellas las que viven cerca del niño. El adulto debe ofrecer al niño todo lo necesario para su pleno desarrollo, especialmente el afecto, ayudándole así mismo a dar sentido a su vida.

Educamos a través de nuestras actitudes. Éstas son a menudo muy complejas, porque está implicada toda nuestra historia personal. Educamos más por lo que somos y sentimos que no por lo que decimos. Es necesario ser consciente del riesgo que representa para el niño que el educador no tenga una paz interior.

Educar es ayudar a madurar, es desarrollar unas posibilidades, es hacerlo cada vez más independiente. No es manipular, domesticar o colonizar. Es inimaginable una educación aséptica. Es necesario llenarles de cosas que les harán falta, precisamente para hacerles libres.

Cada niño viene al mundo con un proyecto que el adulto ayudará a desarrollar. Pero cada vez el educando ha de ser más protagonista de su propia historia. Es necesario amar mucho, pero ser prudentes, humildes y muy tolerantes. Hay que actuar con mucha fe y esperanza.

El adulto debe esperar los "momentos difíciles" con una buena presencia de ánimo y con la mayor flexibilidad. El diálogo deberá estar siempre presente, pero no debe ser necesariamente hablado. Al final de la crisis vital y existencial, de la adolescencia, tendrá que aceptar que el educando vaya perfilando una manera de sentir y de hacer opuesta a la manera de ser y de hacer del adulto. Es necesario. El adulto debe admitir la realidad de la crisis de la familia. Pero aceptando el reto, debe esforzarse en forjar una familia nueva, regeneradora de valores viejos, creadores de nuevos valores y más abiertos y comprometidos con la comunidad.

El adulto debe hacer asiduamente un análisis de sus propios valores. Ser leal y consecuente. Y no dejar nunca de vivir con ilusión su propia labor educadora; porque educar es, sobre todo, dar sentido a una vida.

El ser humano adulto vive los valores propios de las sucesivas etapas de su vida, sin menospreciar ninguno, sino conjuntándolos armoniosamente, incluso el germen de anciano que ya es. Se debe potenciar la vida de afecto, familia y amistades que es la que da base y equilibra las otras dos dimensiones fundamentales del ser humano, tanto la vida individual como las relaciones con la sociedad en general, armonizándolas entre si.

Antropología-Adultos
II Jornadas Interdisciplinarias. Ámbito María Corral
http://www.ambitmariacorral.org/


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