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LOS OBJETIVOS DE LA NUEVA EDUCACIÓN

La nueva Educación debe forjar «personas plenas».

Toda persona debe ser capaz de darse, libremente, un proyecto de vida personal y socialmente valioso y de llevarlo a la práctica.

Esa educación debe abarcar tanto la dimensión física, como la afectiva, intelectual, personal o social.

Algunos de los aspectos concretos a educar: favorecer la autoestima, la satisfacción con uno mismo, la formación de la voluntad, la capacidad de vivir personalmente alegre y satisfecho, el cultivo de la reflexión y el espíritu crítico, la capacidad para seleccionar lo relevante, vivir en armonía con los demás y con el propio entorno, etc...

El objetivo: formar la persona en su plenitud, dotándole de herramientas para pensar, juzgar, decidir, sacar adelante sus decisiones, evaluar sus comportamientos y mejorarlos continuamente.

Para ello es imprescindible un compromiso social y familiar y avanzar hacia una sociedad en la que toda ella se convierta en verdaderamente «educadora».

Lejos, a veces muy lejos, de lo que es possible conseguir en las aulas y más allá de los objetivos tradicionales de enseñanza a los que a menudo queda reducida ésta en la práctica cotidiana, y de lo que a veces somos capaces de transmitir los educadores, se encuentran unos objetivos que constituyen la verdadera meta, la finalidad de toda actividad verdaderamente "educativa".

Cuáles son los objetivos de una educación adecuada para afrontar los desafíos de la sociedad actual y que confluyan en la formación de personas plenas?

Una formación que sea verdaderamente «integral», forjadora de «personas plenas».

La plenitud del ser humano, dejando de lado, que es mucho dejar, la óptica de la transcendencia, bien podría concretarse en hacerle tan dueño de sí como sea posible. Ser dueño de sí es ser capaz de darse, libremente, un proyecto de vida personal y socialmente valioso y de llevarlo, también libremente, a la práctica. En consecuencia, la Educación para el futuro, como la verdadera y plena educación para el pasado y para el presente, será aquella que haga posible esta meta de plenitud.

En el futuro, la educación debería concentrarse en la formación integral de las personas tanto para la autoinstrucción cuanto para el desarrollo satisfactorio de un proyecto personal de vida. La educación, por tanto, debe ser integral: formar la persona en su plenitud, buscando la armonía, frente al sesgo y al desequilibrio entre las partes:

En lo FÍSICO: capacitar para el desarrollo armónico del cuerpo, entendido como soporte de un espíritu suficientemente cultivado. La educación física y el deporte deben contribuir a lo que los clásico ya formularon como “mens sana in corpore sano”.

En lo AFECTIVO: promover un autoconcepto positivo, favorecer la autoestima, la satisfacción consigo mismo como fruto de la capacidad contrastada para hacer realidad el propio proyecto personal, lo que implica la formación de la voluntad, el desarrollo de la capacidad de esfuerzo. Proponerse metas exigentes, esforzarse por su logro, valorar el propio esfuerzo y continuar con nuevas metas avanzando hacia la realización del proyecto personal, es una manifestación esencial de una educación de calidad. La propuesta de metas adecuadas que, siendo exigentes, estén al alcance de cada uno, el reconocimiento del esfuerzo, dando así la necesaria y debida respuesta a una de las necesidades básicas del ser humano, ayudará a meta tan destacada, esencial para el cultivo de una personalidad madura y para la vivencia de los valores.

El mundo de lo afectivo, de lo emocional, no concluye aquí. Es mucho más lo que puede aportar una educación respetuosa con la afectividad: la capacitación para vivir personal y socialmente alegre, satisfecho, como fruto del equilibrio entre lo que se es y lo que se quiere ser, de lo que se piensa, se siente y se hace vida, en definitiva: de lo que hemos denominado razonable unidad de vida.

En lo INTELECTIVO/COGNITIVO: promover la formación para la autonomía intelectual (poder seguir aprendiendo por uno mismo) y capacitar para decidir qué saberes, de los muchos disponibles, son imprescindibles para abordar los problemas y estar bien situados en el mundo propio más allá incluso de la mentalidad e ideología dominantes, seleccionando aquellos aprendizajes más significativos en cuanto a su valor formativo (contribución a la formación intelectual), utilidad (facilitar el éxito en el mundo en que se ha de vivir), prerrequisito (servir de base a nuevos saberes)... de entre el elevado número de conocimientos disponibles.

La formación intelectual deberá poner énfasis especial en la capacidad de pensar, en capacitar para identificar y localizar la información pertinente, en el cultivo de la reflexión y el estímulo al espíritu crítico, en la capacitación para la anticipación y la resolución de problemas y en el cultivo del análisis multidisciplinar y del enfoque divergente (innovación, creatividad) de la capacidad intelectual. Tal vez convenga resaltar la importancia que debe concedérsele a la capacitación para seleccionar la información: en las sociedades avanzadas, el problema no es hoy el acceso a la información sino la capacidad para seleccionar lo relevante, con criterio propio y sin manipulación ajena.

En lo SOCIAL: capacitar para vivir en armonía con los demás en un marco de respeto al mundo -Naturaleza- que nos rodea. Los valores de tolerancia, respeto, solidaridad, sentimiento de pertenencia a la Humanidad (todos somos humanos) deben tener un papel de protagonismo. El ser humano no sólo debe aprender a vivir en sociedad, en comunidad, para contribuir a un proyecto común, sino que para alcanzar su plenitud como persona tiene la imperiosa necesidad de abrirse a los demás, de relacionarse con ellos, de “aprender a vivir juntos”, como dice el Informe Delors.

 

¿Cómo llevar a cabo esa nueva educación?

Pienso que la respuesta está en la Formación, sin más, sin apellidos. Formar al Hombre, formar la persona en su plenitud, dotándole de herramientas para pensar, juzgar, decidir, sacar adelante sus decisiones, evaluar sus comportamientos y mejorarlos continuamente, es suficiente para dar una respuesta adecuada a cualquier tipo de desafío. A mi juicio, la respuesta correcta tiene que ver con una de las notas esenciales de la educación de calidad: la integralidad. Todo el edificio de la Educación debe estar orientado a una única gran finalidad.

Esa GRAN FINALIDAD última consiste en «ayudar a cada persona para que llegue a ser capaz de formular su proyecto personal de vida valioso y de llevarlo libremente a la práctica».
Para meta tan elevada es preciso contar con una sólida formación, que dote a las personas de autonomía intelectual, de estrategias para pensar y de criterios para valorar; de una capacidad para relacionarse con los demás , en armonía, respeto y colaboración; y de una formación moral, capaz de tomar decisiones y de dotar de la capacidad de esfuerzo para llevarlas libremente a la práctica.
El imprescindible compromiso social y familiar: hacia una sociedad educadora.
Hemos podido apreciar que las exigencias que se le plantean a la Educación, al sistema educativo, son cada vez mayores, más amplias, más profundas... como consecuencia de algunas de las características de nuestro tiempo, entre las que hemos destacado las dificultades de la Familia para asumir ciertas responsabilidades educativas. Conviene dejar claro, sin embargo, que las enormes responsabilidades que se atribuyen a la educación no pueden entenderse como exigencias que debe soportar únicamente el sistema educativo y, en consecuencia, el profesorado.
La insustituible aportación de las familias y el profesorado

La Familia tiene una doble y relevante responsabilidad. Si por un lado le es exigible que cumpla dignamente con su alta misión educadora en las primeras, las más importantes, etapas de la vida, por otro debe caminar codo con codo con los educadores en los que delega su función educadora. La decidida colaboración de padres y profesores en un proyecto educativo común resulta esencial para alcanzar metas formativas de tanto relieve.

La participación de la familia en el seno de la comunidad educativa, a través de los adecuados sistemas de representación, el estímulo a la participación y cooperación de las familias individuales, y la colaboración de los mejor preparados en la formación de quienes tienen carencias, son vías que contribuirán de forma directa a la mejora de la calidad de la educación.

Aunque probablemente, el gran problema de la educación, del presente y del futuro, radica en la formación del profesorado. Si se analizan los componentes de una educación de calidad para el momento presente y las décadas venideras, se observará que los elementos fundamentales, los aspectos nucleares, no son atendidos ni en los procesos de formación ni de selección del profesorado, unos y otros eminente cuando no exclusivamente académicos, poco didácticos y nada educativos. Es necesario que los profesores se conviertan en “educadores” sí, aunque en estrecha colaboración con las familias que les ofrecen lo mejor de cada una: sus hijos.

El papel de la sociedad

Es exigible también, que cada grupo social asuma sus propias responsabilidades y no dimita de ellas. En ese compromiso debe estar la sociedad toda. No se puede pedir a la Escuela que inculque a sus alumnos valores como la tolerancia y el respeto y comprobar cómo nuestros líderes adolecen de tales valores en la vida pública; no tiene sentido exigir un lenguaje limpio, correcto... y estar expuestos, día a día, a auténticos sabotajes a la propia lengua hasta en los medios de comunicación públicos, llegando con demasiada frecuencia al lenguaje barriobajero y soez; no se puede demandar a la Escuela el cultivo de valores sociales y morales y ofrecer en las cadenas públicas de TV antimodelos, en los que se premia –con la fama y el dinero- a personas, tanto los “protagonistas” como los “periodistas”, que viven de exponer en público las miserias humanas...

El gran reto

Más y mejor formación: he ahí el gran reto para el sistema educativo. Formación, primero, de los educadores: formación inicial para los nuevos retos, entre otros el de la tutoría y la orientación; y formación continua, para responder a los nuevos desafíos. Formación, también, de las familias, para hacer bien su irremplazable tarea y para ser un aliado fiel y eficaz de los profesores... Y formación del alumnado como la meta por antonomasia del sistema educativo.

Y formación de unas generaciones adultas de calidad. Una sociedad de calidad, en la que merezca la pena vivir, sólo es posible con adultos que ejerzan como adultos de calidad desde el ámbito o desde el papel social que les corresponda. Adultos que por su forma de vivir convenzan, contagien a niños y adolescentes (y a otros adultos también) de que hay una manera de relacionarse con la vida y con uno mismo que merece la pena ser aprendida, por la que vale la pena esforzarse.

Si hoy nos encontramos con unos jóvenes pasotas, indiferentes, escépticos, que no esperan ya nada es porque no se han encontrado con adultos que les hayan introducido en la apasionante aventura de la vida, que les hayan acompañado a descubrir cuál es el significado último por el que merece la pena vivir y gastar la vida y -por ello- disfrutar, llorar, sufrir y gozar.

Extractos y adaptación a partir de “Los educadores en la sociedad del s.XXI”
R. PÉREZ JUSTE: A la sazón, Vicepresidente del Consejo Escolar del Estado


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