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Emergencia educativa

En el cuerpo social existe alarma y preocupación por el deterioro y la inquietante situación educativa por la que atraviesa nuestra sociedad.

Crisis económica profunda la que estamos atravesando, pero en el fondo grave crisis «antropológica» la que se cierne sobre nuestra época.

La educación tiende a reducirse a la trasmisión de determinadas habilidades, competencias o capacidades para «hacer», pero no para «ser».

El relativismo en el que nos encontramos instalados acaba por hacernos dudar de la bondad de la vida y de la validez de las relaciones y de los compromisos firmes que constituyen la vida.

Lo que está en juego es la preocupación por una AUTÉNTICA EDUCACIÓN DEL SER HUMANO que le capacite para descubrir y tomar conciencia sobre sus más profundas necesidades y le ayude a encontrar la forma más adecuada de satisfacerlas.

En nuestro país contamos con muchos «enseñantes» sí, pero quizás no tanto con auténticos y apasionados «educadores».

Quizás no se les está ofreciendo a los jóvenes satisfactoria y suficientemente las respuetas que de las generaciones adultas tienen derecho a esperar.

Es responsabilidad de todos el colaborar para hacer posible entre nosotros una auténtica EDUCACIÓN que contribuya a dar respuesta a las más hondas necesidades del corazón humano.

La educación a menudo tiende a reducirse a la trasmisión de determinadas habilidades, competencias o capacidades para «hacer», pero no para «ser».

Hace aproximadamente un año en Cataluña un conjunto de instituciones y entidades de la sociedad  civil  catalana alarmadas y preocupadas por el deterioro y la inquietante situación educativa por la que atraviesa nuestra sociedad quisieron llamar la atención del conjunto de la ciudadanía, mediante un manifiesto “Convocatòria social per l’Educació a Catalunya”, con la finalidad de resaltar ante la opinión pública la importancia suprema de la Educación (de una auténtica EDUCACIÓN) para el progreso de cualquier grupo humano, destacando que la tarea educativa es una responsabilidad de toda la sociedad e intentando recabar el compromiso del conjunto de los estamentos sociales y de todos los ciudadanos para que cada uno desde sus respectivos ámbitos de actividad pueda corresponsabilizarse en tan noble tarea colectiva.

Crisis económica profunda sí ciertamente la que estamos atravesando, pero en el fondo grave crisis «antropológica», aún mayor, la que se cierne sobre nuestra época. Hoy a nuestro alrededor se producen transformaciones más visibles unas y otras apenas imperceptibles para el gran público, ocultas a una mirada superficial y epidérmica de la realidad. Hace falta agudizar nuestra mirada para hacer una lectura objetiva de ciertas mutaciones que se están produciendo en nuestra realidad colectiva, una mirada en profundidad para percibir con cierta lucidez algunas de las transformaciones en las que nos hallamos inmersos en esta época que nos ha tocado vivir, para percatarse de lo que está ocurriendo en los últimos tiempos a nuestro alrededor. Y no resulta siempre fácil, superando esa mirada fugaz, estrecha, superficial y miope que a menudo nos caracteriza, penetrar en el núcleo de los problemas que nos acechan. Ejercicio que no siempre se practica desde ciertas instancias y medios de comunicación con la necesaria diligencia y con la responsabilidad social que debiera caracterizarles, ayudando  a diferenciar el trigo de la paja, contribuyendo a profundizar en el análisis de los problemas, orientando adecuadamente a la ciudadanía para su mejor comprensión y  en definitiva cooperando a desvelar dichas transformaciones de fondo que se están produciendo a nuestro alrededor y a penetrar en ellas y no tan solo entreteniendo y distrayendo al personal. como a veces interesadamente se hace. Si alguien dentro de nuestra sociedad tiene encomendada tan alta responsabilidad social es el mundo educativo y dentro de él especialmente sus profesionales.

Hoy, cuando parece que todo retiembla, incluida la Tierra misma, cuando nos encontramos inmersos en convulsas transformaciones no solo en la infraestructura material, económica y financiera de nuestras formaciones sociales, conviene no abstraerse de las trasformaciones no menos importantes y trascendentes que se están produciendo en la superestructura ideológica. Cuando las viejas ideologías que sostenían nuestra cosmovisión del mundo y nos daban seguridad se hallan sumidas en una profunda crisis, con implicaciones en la transformación de la capacidad de reconocimiento de nosotros mismos y de nuestra propia identidad personal, cuando entre nosotros se está intentando llevar a cabo un auténtico lavado de cerebro generalizado desde el poder político, especialmente entre la juventud, con la finalidad de incidir en la transformación de la mentalidad colectiva de nuestra época, mediante sutiles políticas de ingeniería social que están minando los fundamentos nucleares en los que se ha basado nuestras relaciones sociales y nuestra convivencia colectiva y cuando  los horizontes a los que nos quieren abocar nuestros dirigentes políticos basados en una «nueva religión» con una escala de valores de escasa consistencia, que están bajo mínimos, a ras de suelo, y cuando la desorientación y la perplejidad parecen querer invadirlo todo, y anidar incluso en los recovecos más íntimos del ser humano actual … no es habitual, y por eso es de agradecer, encontrarse con mentes lúcidas, que sobreponiéndose a las contingencias propias del momento actual, nos brinden reflexiones serenas y profundas a un tiempo, comprensibles para el gran público, que con altura de miras y serena esperanza nos ayuden a percibir lo que nos está pasando, a despertar del largo letargo invernal  que  estamos atravesando, a desperezar nuestro compungido espíritu  y con renovado ánimo levantarnos y escapar del lodazal por el que a menudo nos hemos estado arrastrando en los últimos tiempos y elevar nuestra mirada hacia más dignos y sublimes horizontes existenciales.

En línea con el manifiesto del que hablábamos al principio, presentamos hoy un texto que comparte esa misma honda preocupación por la situación que atraviesa el ser humano, el ciudadano de nuestro tiempo, y por los profundos problemas que le acechan en el seno de una sociedad instalada en un deleznable relativismo que está contribuyendo a borrar todo tipo de referencias, dejando al hombre actual en una situación de manifiesta orfandad existencial. Partiendo de esa constatación ambos documentos nos ayudan a tomar conciencia de la necesidad de re-componer los mimbres que nos permitan salir del pozo en el que nosotros mismos nos hemos metido, intentando sobreponernos a la profunda brecha educativa que se está abriendo en nuestra época, si continuamos dejándonos dominar por el relativismo imperante y no somos capaces de una adecuada transmisión a las jóvenes generaciones de valores mucho más sólidos y consistentes que los propuestos por la «nueva religión» de la progresía dominante, donde lo que está en juego no es tanto los «sucedáneos educativos» más o menos coyunturales del momento sino la preocupación por una AUTÉNTICA EDUCACIÓN DEL SER HUMANO que le capacite para descubrir y tomar conciencia sobre sus más profundas necesidades y le ayude a encontrar la forma más adecuada de satisfacerlas, a fin de no verse frustrado en su natural afán, a menudo inconsciente, de orientarse hacia la búsqueda de la felicidad.

Una reflexión profunda y asequible a un tiempo que nos retrotrae a todos, especialmente al mundo educativo, a sobreponernos a la cotidianeidad de nuestra actividad diaria, a repensar lo que de verdad resulta esencial en la tarea educativa, lo que de fundamental hay en el núcleo de la tarea educativa. La educación tiende a reducirse a la trasmisión de determinadas habilidades, competencias o capacidades para «hacer», pero no para «ser». Los actuales sistemas educativos, se afirma, han fracasado porque no responden a las exigencias de una verdadera educación. Se habla de fracaso escolar, pero el fracaso más hondo está en la educación de la persona, en la falta de respuesta a los interrogantes universales del hombre. Para esa crucial tarea educativa se necesitan profesionales bien preparados y comprometidos con la causa de una auténtica educación… en nuestro país contamos con muchos «enseñantes» sí, pero quizás no tanto con auténticos y apasionados «educadores».

El autor forma parte de la alta jerarquía eclesiástica. Independientemente de su condición, con una cabeza bien amueblada, mente clara y visión lúcida nos muestra la situación crítica del ser humano actual y la necesidad de conjurarnos conjuntamente en pos de su rescate, trasladándonos un mensaje esperanzador sutilmente pegado al hilo de la más rabiosa actualidad de fondo por la que atraviesa la sociedad española en los últimos tiempos. A continuación le sigue otro pequeño texto relacionado con el anterior de una de las grandes personalidades del panorama pedagógico español.

Por A. CAÑIZARES

El proceso educativo es un elemento clave en la preparación y formación de las nuevas generaciones humanas. Hoy, este proceso está puesto seriamente en peligro en nuestra sociedad de alguna manera postmoderna; podemos afirmar, sin ser derrotistas para nada, que buena parte de los países de Occidente, también el nuestro, se ven afectados por una grave crisis en el terreno educativo.

La experiencia nos dice que hoy la obra de la educación está siendo cada día más difícil y resulta más pobre y precaria. Se habla, por ello, de una gran «emergencia educativa», se habla de las crecientes dificultades que se encuentran para transmitir a las nuevas generaciones los valores-base de la existencia y de un comportamiento recto tanto en la familia, como en la escuela, como en cualquier ámbito que tenga como objetivo educar. Domina la persuasión de que no hay verdad última, de que no existen verdades absolutas de las que no podemos disponer, de que toda verdad es contingente y revisable, y de que toda certeza es síntoma de inmadurez y dogmatismo intolerante. De ahí puede deducirse que no hay valores universales que merezcan adhesión incondicional y permanente, e, incluso, tampoco comportamientos humanos, básicos y comunes a todos, tampoco deberes y derechos fundamentales inviolables de todos y para todos, en cualquier circunstancia y anteriores a la normativa jurídica, a la decisión de los legisladores, o a los usos culturales.

De esta suerte, las formas distintas de percibir la verdad, los valores, y aun los derechos y deberes por parte de los individuos y grupos sociales se hacen objeto de un cierto consenso, en el cual tiene categoría de criterio determinante la opinión socialmente más extendida y el valor funcional que la acredita. Individuos y grupos se ven obligados a renunciar a convicciones y certezas con pretensión de hallarse objetivamente fundadas, verdaderamente abarcantes de la totalidad de la existencia, que aportarían sentido a la vida por su carácter integrador de los elementos personales y sociales. Además, el relativismo, al no reconocer nada como definitivo y cierto, deja como última medida sólo el propio yo subjetivo con «sus» opiniones, sin certezas, o con «sus» propias arbitrariedades y caprichos y, bajo la apariencia de libertad, se transforma para cada uno en una especie de prisión que lo encierra en sí mismo, porque separa al uno del otro e incapacita para la comunicación con los demás, para lo que es común con los otros, también con los que nos han precedido en la vida y nos transmiten lo que es valioso en sí y por sí mismo para vivir. Se acaba por dudar de la bondad de la vida y de la validez de las relaciones y de los compromisos firmes que constituyen la vida. Se explica desde aquí la ruptura tan fuerte entre generaciones de nuestro tiempo.

Todo esto, a mi entender, es un drama grande de nuestra época y cáncer de la educación. Con este ambiente envolvente, ¿cómo podrá ser posible proponer a niños y jóvenes y transmitir de generación en generación algo válido y cierto, reglas de vida para todos, un auténtico significado y objetivos convincentes para la existencia humana, como personas o como comunidad? La educación tiende a reducirse a la trasmisión de determinadas habilidades o competencias o capacidades para «hacer», pero no para «ser». Se comprende que los que tienen que educar –padres, profesores, etc. – renuncien a su labor educadora. Es lo que nos está sucediendo. Estamos, pues, ante una verdadera «emergencia educativa», que es preciso afrontar entre todos.

Es la hora de una gran responsabilidad de todos.

La familia, los medios de comunicación, las instituciones escolares, las fuerzas sociales, los poderes públicos, la Iglesia...                                                              

Mientras no se dé a los jóvenes las respuestas verdaderas y adecuadas a las búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos y genuinamente humanos de verdad y bien que hay en ellos, no se habrá superado la emergencia educativa en la que nos encontramos.

Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la sociedad, el conjunto de leyes y normas que la vertebren, es la Iglesia, son los jóvenes mismos también, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, aquello que es bueno, justo, y valioso en sí y por sí mismo, lo que les puede hacer felices de verdad y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres, a vivir la verdad en el amor y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre, la dignidad de todo ser humano, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» ambiental del relativismo y de su dictadura.

Con demasiada frecuencia, ni desde las familias, ni desde los medios de comunicación, ni desde la misma sociedad en la que viven, ni desde determinados ordenamientos jurídicos, ni desde otras y fundamentales instancias educativas, quizá no se les está ofreciendo a los jóvenes satisfactoria y suficientemente una visión del hombre que responda a la verdad de ser hombre, ni un horizonte moral con principios, valores y fines universales y válidos en sí y por sí que permitan al hombre existir en el mundo no sólo como consumidor o trabajador, sino como persona humana, capaz y necesitada de algo que otorgue a su existir dignidad y sentido, responsable ante el mundo, ante los otros, ante sí y ante Dios. ¿Por qué no preguntarse a dónde conduce una sociedad y una cultura, una «matriz educativa ambiental», donde Dios no cuenta y donde a los niños y a los jóvenes se les está haciendo ver y pensar que la realidad de Dios es superflua?

Es la hora de una gran responsabilidad de todos. La familia, los medios de comunicación, las instituciones escolares, las fuerzas sociales, los poderes públicos, la Iglesia, todos y cada uno tenemos una responsabilidad en la educación. Cultivar y promover la verdad de la familia, promover y defender la vida y la dignidad de todo hombre en cualquier momento y circunstancia de su existencia, cuidar lo que se ofrece indiscriminadamente en ciertos programas de medios de comunicación, promover una cultura de responsabilidad en el bien común, promover adecuadamente una sociedad justa y solidaria, ofrecer modelos de existencia humana que contribuyan a la verdadera educación, etc. es algo que a todos nos implica siempre y particularmente en los momentos de  emergencia educativa que vivimos.

Todos debemos hacer el esfuerzo, en unidad; todos somos responsables. Y responsables deberíamos sentirnos todos también ante la delicada situación por la que atraviesa nuestra España. ¿No es ésta la hora del esfuerzo común, de aunar las fuerzas sociales, de encontrar y aportar soluciones para superar juntos lo que podríamos calificar de «emergencia» en el proyecto común histórico que somos? No es la hora del «sálvese quien pueda», sino de «entre todos» reflotemos la barca y reemprendamos la travesía con nuevos y esperanzados bríos. Esto exige también responsabilidad común en la verdad de la educación.

Publicado en el diario La Razón, 3 Febrero 2010


¿Qué necesitaría nuestro sistema educativo para poder elevar su calidad?

En línea con la perspectiva anteriormente apuntada y complementándola una de las grandes personalidades del panorama pedagógico español, GARCÍA GARRIDO en una entrevista “Falta socialismo moderno en Educación", ante la pregunta: ¿Qué necesitaría nuestro sistema educativo para poder elevar su calidad?, afirma:

Que no sólo los políticos, sino la entera sociedad española, se lo tome en serio. Que cada uno de los principales responsables del proceso educativo asuma con fortaleza la responsabilidad que le corresponde. Que, sobre todo, la familia recupere el protagonismo prioritario que le corresponde en materia de educación, que con tanta insensatez le obstaculizan un montón de leyes que no son estrictamente las escolares, sino las relativas a la hacienda, a la vivienda, a la unidad familiar, al horario de trabajo de padres y madres, a los recursos culturales y de ocio, etc. Que el profesorado se sienta reforzado en sus criterios de exigencia, de adecuada consideración social, de integridad personal, de ilusión por su tarea, de formación coherente. Que los medios de comunicación admitan y resuelvan adecuadamente la grave responsabilidad educativa que les concierne. Y muchas más cosas que no caben en estas pocas líneas. Además de eso, que cambie la legislación y la política educativa. Que no sigamos teniendo un minibachillerato de dos años que es el hazmerreír en la esfera internacional, dentro y fuera de la comunidad europea, pero también que desde la enseñanza primaria se exija esfuerzo, seriedad y un comportamiento impecable a los escolares, en los que invertimos todos tantos dineros y tantas ilusiones. Que en vez de la desmoralización social que parece perseguirse con tanto anhelo por parte de los poderes públicos, se proceda exactamente a lo contrario: a dotar a nuestra sociedad de los recursos sólidos que necesita en materia de valores personales y sociales. En un clima de este tipo, al menos intencionalmente, un pacto para la educación sería a la vez posible y necesario. En otras condiciones, no sé si servirá para algo más que para "marear la perdiz".

"Falta socialismo moderno en Educación", entrevista a García Garrido
Páginasdigital.es


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