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EL GRAN RETO DE LA TAREA EDUCATIVA (1)

Forjar auténticos ciudadanos, responsables, éticos y justos, orientados a escoger el bien: ese es, en el fondo, el gran reto de toda tarea educativa.

En las sociedades pluralistas no hay un criterio moral unánime y no es fácil dilucidar qué es lo moralmente correcto e incorrecto.

Son los ciudadanos los que tienen que elevar el listón moral de sus sociedades. Para ello es importante que tengan virtudes bien arraigadas.

Contar con información fiable es imprescindible para el juicio moral. En caso contrario, funcionan únicamente los prejuicios.

En una «república moral»,es imprescindible contar con expertos que informen adecuadamente.

La calidad de nuestras vidas está relacionada con la capacidad de poseerse a sí mismo, con la capacidad de no «enajenarse», de no «expropiarse».

El prudente trata de conservar las riendas de su existencia, no dejándose deslumbrar por el consumismo de productos o deseos sino optando por actividades que merecen la pena por sí mismas.

Son los ciudadanos los que tienen que elevar el listón moral de sus sociedades, desde su capacidad de juzgar y de actuar, desde los distintos lugares que ocupan en la sociedad. Nadie puede hacerlo por ellos: son los protagonistas del mundo moral. Para que el nivel moral de la sociedad sea alto, importa que los ciudadanos tengan virtudes bien arraigadas y se propongan metas comunes desde el respeto mutuo y desde la amistad cívica. La sociedad tiene planteado un gran reto educativo: formar ciudadanos auténticos, dispuestos a obrar rectamente, a pensar bien y a compartir con otros acción y pensamiento, es decir, forjar verdaderos sujetos morales.

1. Republicanismo moral

Las sociedades moralmente pluralistas, aquellas en las que no hay un código moral único sino varios, se encuentran con el problema de dilucidar qué personas o qué instituciones están legitimadas para determinar qué es lo moralmente correcto e incorrecto en las distintas cuestiones que afectan a sus vidas.  Las religiones, las comunidades políticas y otras instituciones ponen en manos de la autoridad religiosa, parlamentos, etc. la capacidad de promulgar las leyes que lo diluciden, pero en las sociedades pluralistas no hay un criterio moral unánime, reconocido por todo el cuerpo social. De aquí se sigue inevitablemente un cierto «republicanismo moral»

Son los ciudadanos los que tienen que elevar el listón moral de sus sociedades, desde su capacidad de juzgar y de actuar. Nadie puede hacerlo por ellos: son los protagonistas del mundo moral. Para que sea alto el nivel moral de la sociedad, importa que los ciudadanos tengan virtudes bien arraigadas y se propongan metas comunes desde el respeto mutuo y desde la amistad cívica. El gran reto de estas sociedades consiste en educar ciudadanos auténticos, dispuestos a obrar bien, a pensar bien y a compartir con otros pensamiento y  acción, es decir, formar verdaderos y auténticos sujetos morales.

¿Cuáles serían los ejes de esta educación, que en el fondo es educación moral en el más amplio sentido de la palabra? Tres ejes vamos a proponer: el eje del «conocimiento», la transmisión de habilidades y conocimientos para perseguir cualesquiera metas; la «prudencia» necesaria para llevar adelante una vida de calidad, si no una vida feliz; y la «sabiduría moral», que cuenta con dos lados esenciales, justicia y gratuidad.

2. La sociedad del conocimiento

En principio, y a pesar de que en nuestras sociedades a menudo «educar» acaba reduciéndose a «formar en habilidades y conocimientos», es bien cierto que educar en ambas cosas resulta imprescindible para tener una sociedad «alta de moral» y no desmoralizada. Una sociedad bien informada tiene mayor capacidad de aprovechar sus recursos y es, además, menos permeable al engaño. Es importante potenciar las capacidades de las personas para llevar adelante el tipo de vida que elijan.

En lo que hace a la posibilidad de evitar el engaño, a los ciudadanos de una sociedad pluralista les resulta imposible formarse un juicio moral acertado sobre temas que desconocen si no reciben la información adecuada. En cuestiones bioéticas, en relación con problemas económicos, en las sutilezas jurídicas, en las lecturas políticas, en las repercusiones de la red para la vida humana, en los dramas ecológicos y en tantas otras cuestiones extremadamente complejas, contar con información fiable es imprescindible para el juicio moral. En caso contrario, funcionan únicamente los prejuicios. El proceso de conocimiento consiste en ir esclareciéndolos hasta formular juicios: cuando el proceso de esclarecimiento e información no existe, sólo funcionan las etiquetas, las consignas, no la reflexión.

Para construir un mundo más humano, sin conocimientos, con el puro voluntarismo una sociedad no crece humanamente, con el voluntarismo solo no es suficiente. Es necesario presentar alternativas moralmente deseables y técnicamente viables. Para ello es imprescindible contar con profesionales y con expertos, con gentes suficientemente informadas, preparadas para poner sus conocimientos al servicio de la comunidad. Proponer alternativas realizables es lo que hacen quienes, desde una moral alta, ponen su saber al servicio de la comunidad y se esfuerzan por saber, por aprender, precisamente porque quieren servir.  No es desde la ignorancia desde donde se diseñan y ponen en marcha esas alternativas. No es desde la falta de conocimiento y habilidades desde donde es posible hacer un mundo más humano, sino todo lo contrario.  

Necesitamos, por eso mismo, expertos en economía, en derecho, en empresariales y en humanidades, en biología, en medicina, que estén dispuestos a: 1. diseñar alternativas humanizadoras y viables e intentar aplicarlas; 2. presentar sus propuestas a los gobernantes, de tal modo que, si se niegan a llevarlas a cabo, hayan rechazado una opción humana y viable, y no pronunciamientos abstractos; y 3.  llevar sus conocimientos y opiniones a la esfera de la opinión pública, a ese ámbito en el que los ciudadanos de las sociedades pluralistas deliberan sobre lo justo y lo injusto.

En una «república moral», en la que el peso de la deliberación pública resulta decisivo, es imprescindible que profesionales expertos informen adecuadamente. Pero para ello es preciso tener conocimientos: intentar adquirirlos es un deber moral. La cantidad de conocimientos no nos convierte en sabios, como la cantidad de productos del mercado no nos hace felices. Necesitamos gentes con un profundo conocimiento de su materia y dispuestas a orientarse en la práctica por los valores y metas que den sentido a su profesión y que resulten plenificantes desde el punto de vista humano; gentes dispuestas a «darse una buena meta», a «perseguir un buen fin».

3. Una vida de calidad

Decía Aristóteles que lo que hace buena la técnica, lo que hace bueno el conocimiento, es la bondad del fin que se persigue; y a la hora de determinar la bondad de la relación entre los medios y los fines, aconsejaba el uso de la «prudencia». Siglos más tarde insistía Kant en que la prudencia es una virtud necesaria para orientar las habilidades hacia una vida feliz, y que por esa razón debería educarse a las personas tanto para ser técnicamente habilidosas como para ser prudentes en la búsqueda de la felicidad.

Sin embargo, la prudencia es una virtud demasiado modesta como para pretender la felicidad, Por «felicidad» entendía Kant el conjunto de todos los bienes sensibles. Pero tal vez resulte más adecuado llamar «bienestar» al conjunto de los bienes sensibles, a esos bienes que producen una satisfacción sensible, y reservar el término «felicidad» para una forma de vida en plenitud, en la que entran como ingredientes satisfacciones sensibles, pero no sólo ellas; entran también otras dos formas de bienes, que llamaremos «de justicia» y «de gratuidad».

Con todo, el término «bienestar», resulta todavía confuso en exceso para tomarlo como meta de la virtud de la prudencia, y tal vez saldríamos ganando si lo concretáramos en algo tan preciado hoy en día como la «calidad de vida», inaccesible sin duda sin la mencionada virtud. Buscar una vida de calidad exige, a fin de cuentas, aprender a ejercitar un arte: el de atender cuidadosamente al contexto vital a la hora de trazar proyectos y tomar decisiones, ponderar las consecuencias que pueden tener las distintas opciones para el propio sujeto, para los suyos, para cualesquiera grupos o para la humanidad en general, y conformarse al fin con lo suficiente. Entre el exceso y el defecto: el arte de optar por la moderación, propio de las virtudes clásicas, tan estrechamente relacionado con el logro de una vida de calidad. Recordemos cómo la expresión «calidad de vida» empieza a hacerse habitual a partir de los años cincuenta del siglo xx, y es en los setenta cuando adquiere una connotación semántica precisa. La «calidad de nuestras vidas» se va concretando en un tipo de vida que puede sostenerse moderadamente con un bienestar razonable, en una vida inteligente, presta a valorar aquellos bienes que no pertenecen al ámbito del consumo indefinido, sino del disfrute sereno: las relaciones humanas, el ejercicio físico, los bienes culturales.

La calidad depende del ejercicio de actividades estrechamente relacionadas con la capacidad de poseerse a sí mismo, con la capacidad de no «enajenarse», de no «expropiarse»; sea sometiéndose a medios «extraordinarios» al final de la vida, sea perdiendo la vida cotidiana en cosas que no merecen la pena, como la cantidad de mercancías o la ambición ilimitada de poder, que impiden relacionarse libremente con otros seres humanos.

El prudente, el que «sabe lo que le conviene en el conjunto de la vida», trata de conservar las riendas de su existencia, no dejándose deslumbrar por la cantidad ilimitada de productos o deseos, que al cabo esclavizan, sino optando por las actividades que merecen la pena por sí mismas; por las que, por eso mismo, producen libertad. En este sentido, es un óptimo ejercicio de prudencia preferir tiempo libre para emplearlo en las relaciones humanas, en actividades solidarias y culturales, a optar por la cantidad del ingreso desmedido. Como lo es también apostar por ciudades con dimensiones humanas y no por urbes descomunales; elegir al amigo leal frente al conocido ambicioso; entrar por el camino de la cooperación, antes que por el camino del conflicto; negociar, y no enfrentarse, cuando la derrota está asegurada.

Contar con ciudadanos prudentes y con gobernantes asimismo prudentes, en los distintos campos en los que existen gobernantes y gobernados (político, académico, eclesial, empresarial, sanitario, etc.), es sin duda indispensable para organizar las sociedades y también la república de todos los seres humanos atendiendo a los criterios de calidad de vida y no de cantidad de bienes, sean del tipo que fueren. Preferir la vida apacible, la áurea mediocritas, el mundo sostenible a la carrera desenfrenada es síntoma de inteligencia bien educada, de prudencia.

Adaptació a partir de:
Adela CORTINA ORTS: Educar para la ciudadanía
Catedrática de Ética y Filosofía Política. Universidad de Valencia.

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