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CEREBRO Y EDUCACIÓN

No se trata de un nuevo descubrimiento. Las grandes corrientes pedagógicas siempre han intuido la relación existente entre educación y desarrollo psicológico y mental. Pero nunca como hasta ahora la ciencia, con el extraordinario aporte de las neurociencias, había puesto tan claramente de manifiesto la interacción entre ambas realidades. Los estudios sobre la relación existente entre el pensamiento, el cerebro y el aprendizaje comienzan a incidir cada vez con mayor contundencia sobre la manera en que hemos entendido y practicado la educación hasta ahora.

El cerebro no nace, sino que más bien se hace. Todas nuestras interacciones están influyendo en nuestro desarrollo psicológico y mental.  Nuestra mente es en parte el resultado del grado de interacción mantenida con nuestro entorno y de la intensidad y riqueza de nuestras interacciones sociales, destacando dentro de ellas las mantenidas con nuestros propios padres, empezando por la calidad de las desarrolladas en el claustro materno. La calidad o deficiencia en esas relaciones primordiales condicionarán toda nuestra existencia futura. El conjunto de experiencias vividas y la diversidad de influencias educativas recibidas determinan en gran parte nuestra manera de percibir y estar en el mundo.

La verdadera Educación, más allá de perseguir un mero y epidérmico postizo de tipo “cultural” que no mira más allá de la formación para la empleabilidad y la promoción social (la educación como mero valor de cambio), pretende contribuir al crecimiento y humanización del hombre y la mujer de nuestro tiempo.

Una educación sobre nuevas bases

Hoy se propone una nueva Educación “basada en el cerebro humano” que es tanto como decir en el desarrollo y crecimiento humano. La Educación para ser eficaz debe contemplar y basarse en el funcionamiento de la mente humana: la arquitectura de nuestro cerebro es la base de todos nuestros desarrollos mentales, intelectuales y emocionales. De esa arquitectura la naturaleza proporciona tan sólo los materiales y un plan muy general. Pero la verdadera construcción del cerebro pensante y sintiente se elabora sobre la marcha en interacción con el medioambiente natural y, sobre todo, cultural. En los últimos tiempos se ha puesto de relieve que el cerebro no se crea sólo o aisladamente. El ser humano no puede desarrollarse plenamente si no es bajo la influencia de otros; necesita de la relación interpersonal para constituirse y conformarse armónica y equilibradamente. Lo biológico interactuando con lo social configura el cerebro humano, es decir, el órgano capaz de pensar y sentir humanamente.

La Educación como práctica emancipadora, intenta promover formas de interacción humana que susciten aprendizajes en sentido liberador.

En las últimas décadas se ha producido un gran avance de las neurociencias. El  estudio  del  cerebro  se  ha  concebido  como  provechoso  clínicamente  pero no educacionalmente. En la escuela tradicional, al servicio sobretodo del sistema económico y productivo, lo que primaba era la productividad y los resultados finales, no tanto lo que se adquiere a lo largo del proceso de aprendizaje y en lugar de dedicarse a fomentar el desarrollo integral de los individuos, la autoconciencia y el compromiso con la realidad, a formar personas capaces de amar y de comprometerse, se dedicó a formar trabajadores y profesionales aptos para el mercado laboral y el mundo del trabajo, cegados por ocupar los mejores puestos a fin de obtener los mayores beneficios materiales posibles o conseguir el prestigio profesional y el reconocimiento social u  otros objetivos similares que potencian fundamentalmente unos determinados aspectos de la persona, las dimensiones técnicas de la persona pero despreocupados por el desarrollo de otras dimensiones más humanas que se han ido atrofiando, por falta de estímulo y cultivo. Hoy sin embargo, basándose en el avance de las neurociencias, se propone una nueva Educación “basada en el cerebro humano”, que es tanto como decir en el desarrollo y crecimiento humano.

La pedagogía y su función emancipadora. Complementando su función tradicional como transmisora de información, hoy la escuela debería convertirse también en un lugar de crecimiento personal y de construcción colectiva. Y la actividad pedagógica en una actividad consciente y deliberada, orientada a promover desarrollos, estimados como valiosos, en un ser humano. La acción educativa debería constituir una práctica emancipadora, elaborando formas de interacción humana que  susciten aprendizajes en sentido emancipador.

Como se indica en el artículo que  se presenta a continuación, nuestra tarea como educadores más que la de un cientificista-tecnócrata es la de un «político», en el sentido clásico de la palabra. El que ayuda a través de su actividad a construir la polis, es decir a formar al individuo y con ello a  la comunidad. Porque lo que fundamentalmente hacemos los educadores es contribuir a apreciar críticamente el tipo de sociedad que tenemos y a construir aquella en la que creemos. La actividad pedagógica, bien entendida, debería constituir una práctica emancipadora y no concebirse como algo meramente instrumental, pues su acción debería estar orientada a conocer las condiciones bajo las cuales puede promoverse el desarrollo humano emancipador e integral no para sujetar o dominar, para hacer más dóciles a los individuos, sino para ayudar al ser humano a crecer, desarrollarse humanamente y liberarse de todas aquellas ataduras y cadenas que lo constriñen. El auténtico educador está comprometido en entender, criticar y transformar todas aquellas condiciones que puedan obstaculizar el desarrollo pleno e integral y conducir a cada individuo a su liberación y emancipación personal. Hoy la Educación o es liberadora en el sentido de ayudar a elevar nuestro nivel de autoconciencia o no es auténtica Educación.  A continuación presentamos un artículo que contribuirá de comprender la necesidad de una buena la Educación y la función primordial del auténtico educador.

CEREBRO Y EDUCACIÓN

Ángel R. Villarini Jusino,
Universidad de Puerto Rico

En las pasadas décadas nuestro entendimiento acerca del funcionamiento del cerebro humano como base material de los procesos de conocimiento aumentó en una forma extraordinaria. Los hallazgos científicos al respecto han transformado de manera radical nuestro entendimiento de los problemas y déficit mentales y, en consecuencia, la manera de tratarlos. (…)

Hasta recientemente eran, casi exclusivamente, los profesionales de la salud, en especial neurólogos, neuropsiquiatras, neurocirujanos, los que se beneficiaban de esta explosión de conocimiento. En menor medida los educadores han aprovechado una parte de este caudal. En otras  palabras  el  estudio  del  cerebro  se  ha  concebido  como  provechoso  clínicamente  pero  no educacionalmente.

Esta  situación    comenzó  a  cambiar  dramáticamente  en  este  último  cuarto  de  siglo,  en  el  que presenciamos  como  investigadores  y  practicantes  educacionales  superaron  la  filosofía  conductista, dominante desde por lo menos la década de los 20´ y que se limitaba a estudiar y modificar el comportamiento humano, y se dieron a la tarea de investigar el pensamiento como base del aprendizaje y  a educarlo a través de la enseñanza. Este estudio del pensamiento llevó a plantear la de su  relación con el cerebro como aquel órgano que lo hace posible. Desde entonces, sobre todo en la pasada década proclamada como la del estudio del cerebro, han surgido nuevas propuestas acerca de la relación entre el pensamiento, el cerebro y el aprendizaje que comienzan a incidir sobre la manera en que hemos entendido y practicado la educación. En armonía con esta idea, hoy se propone una nueva educación “basada en el cerebro humano”. (…)

Abordar  reflexiva  y  críticamente  el  tema  de  “cerebro,  cognición  y  educación”  implica  diversas dimensiones de análisis; a saber, fundamento científico o experimental de las propuestas, claridad y coherencia de sus enunciados, contexto histórico-social del que surgen, intereses y valores que los orientan y que benefician, alternativas de propuestas y pro y contra de las mismas.

Nos acercamos al tema “cerebro y educación” en el supuesto de que se trata de iniciar un diálogo entre educadores, es decir personas que se dedican a la actividad de enseñar, al acto pedagógico, en sus múltiples escenarios y niveles. Entendemos por acto pedagógico, la actividad consciente y deliberada, orientada a promover desarrollos, estimados como valiosos, en un ser humano. Se trata pues de un diálogo entre maestros y maestras.

Lo que fundamentalmente deberíamos hacer los educadores es contribuir a construir el tipo de persona y el tipo de sociedad en la que creemos.

¿Pero, qué significa ser maestro? Maestro es el que lleva a cabo el acto de enseñar; enseñar es tanto un proceso cognoscitivo de estrategia, como uno afectivo de cuidado. Ser maestro es vivir preocupado y ocupado cuidando de los estudiantes. En el cuidado entendido, como dice Meyeroff, como ayudar a otro a crecer, en el cuidado de la otra persona como una extensión de mí mismo y a la vez separado de mí, que respeto en su propio derecho, experimento al otro ser humano como teniendo un potencial y una necesidad de crecimiento, como promesa. No experimento la necesidad que el otro tiene de mí como una relación que me da poder sobre él, sino como algo que se me ha confiado. Pero para poder  cuidar del otro debo entender y atender sus necesidades, y las buenas intenciones no garantizan esto. Para cuidar de alguien debo saber muchas cosas. Por ejemplo, debo saber quién es el otro, cuáles son sus fuerzas y limitaciones,  sus necesidades, que puede conducirlo a crecer. Debo saber cómo responder a sus necesidades y cuáles son mis capacidades para ello.

Venimos aquí,   pues a mejorar nuestro entendimiento de qué es el aprendizaje, de cuáles son las condiciones que lo hacen posible, de cuál es la legitimidad de las metas que lo orientan y de los sistemas que lo hacen posible y de qué estrategias pueden ser efectivas en suscitarlo; todo ello para cuidar mejor de nuestros estudiantes a través de nuestra práctica educativa.

Superando la tradición que hizo del docente un mero transmisor de información, nos hemos convertido en “enseñantes” formadores, es decir, en promotores del desarrollo humano; personas preocupadas y ocupadas en suscitar aprendizaje para con ello promover desarrollos humanos en dirección de metas socialmente  deseables, como lo son la dignidad y la solidaridad humanas. Nos mueve el ideal de un ser humano digno, es decir que se sabe libre, imagen y semejanza divina; capaz de asumir, en la conciencia y  ejercicio de su autonomía, el reto de trabajar en solidaridad con otros en el desarrollo de sus potencialidades y virtualidades, para tomar control de su vida y llevarla a niveles de excelencia.

Toda una tradición religiosa y ético-filosófica humanista, que se remonta a figuras como Sócrates, Jesús, Buda, no ha pre-juicado a favor de la idea de que a través del aprendizaje que promueve la docencia, específicamente del trabajo con el pensamiento del educando, se pueden provocar y promover el desarrollo humano hacia planos más elevados de existencia.

¿Qué significa ser maestro? Ayudar a otro a crecer. Pero para poder cuidar del otro y ayudarlo a crecer debo entender y atender sus necesidades.

Ser educador es, sobre todo, ser un provocador y evocador del pensamiento del educando como condición de su aprendizaje y desarrollo humano. Para lograrlo debe conocer a sus discípulos y estimularlos a asumir el proyecto de su desarrollo. La pedagogía nació como un arte, el pedagogo como artesano o artista que como decía Miguel Ángel el gran escultor renacentista, y repetía el Zarathustra de Nietzsche, rompe a cantos la piedra para liberar la figura humana contenida en ella.

A esta tradición humanista que proporcionó la energía actitudinal que hace de nosotros maestros, se unió, sobre todo en el siglo XIX, a través de educacionistas como el gran Pestalozzi,  el pensamiento instrumental de la modernidad. Según el pensamiento de la modernidad si conocemos los mecanismos, estructuras, procesos y fuerzas de un fenómeno podemos controlarlo, es decir, ponerlo al servicio de nuestros intereses. Ya en Rousseau, con su Emilio encontramos la traducción pedagógica del dictum baconianoa “a la naturaleza no se la vence sino obedeciéndola”.

El desarrollo de la pedagogía como práctica instrumental, sobre todo en el pasado siglo XX, llevó a que perdiéramos la conciencia del fin humanista que debía orientarla. La formación del docente tanto en escuelas de pedagogía como en los propios centros escolares suele estar dominada por preocupaciones estrictamente instrumentalistas o técnicas. Las cuestiones teórico-prácticas se descuidan. El proceso reflexivo, deliberativo, estratégico, experimental, investigativo, que debe caracterizar a la pedagogía como práctica con un interés humanista emancipador es altamente descuidado.

Con el advenimiento de la conciencia de la postmodernidad, concebimos la pedagogía como una teoría-práctica emancipadora, es decir como una actividad que intenta construir interpretaciones sobre el aprendizaje como base para la elaboración de formas de interacción humana que los susciten en sentido emancipador. Véase que nuestra tarea más que la de una cientificista-tecnócrata es la de un político, en el sentido clásico de la palabra. El que ayuda a construir la polis, es decir a formar al individuo y con ello a  la comunidad a través de su actividad. Porque, en efecto, lo que fundamentalmente hacemos los educadores es contribuir a crear el tipo de sociedad que tenemos y la que queremos. Que la pedagogía sea una práctica interpretativa y emancipadora significa que no es algo meramente instrumental, que su interés, a diferencia del mero técnico, es conocer las condiciones bajo las cuales puede promoverse el desarrollo humano emancipador para a partir de este conocimiento no sujetar o dominar, sino liberar al ser humano; en el sentido de desatar un potencial contenido en él y su comunidad histórico-cultural.

La pedagogía no es una ni mera teoría ni mera técnica; es una teoría-práctica; más específicamente, una teoría-práctica  interpretativa  y  emancipadora. La  pedagogía  busca  crear  sistemas  de  enseñanza- aprendizaje efectivos en logro de unos fines que tenemos como buenos. Supone por ende una teoría (filosofía) acerca de dichos fines y de las condiciones (experiencia y ciencia) que permite su logro. Por otro lado requiere de sistemas, estrategias, métodos y técnicas fundadas en dichas condiciones y coherentes con los fines. Pero en adición la práctica implica una acción que se ejerce en determinados contextos y que tiene efectos sobre las relaciones de poder e intereses en juego en ellos. En este sentido la práctica es interpretativa y emancipadora porque el educador está comprometido en entender, criticar y transformar todas aquellas condiciones que puedan obstaculizar el desarrollo pleno e integral del ser humano.

El aprendizaje es un proceso en el cual ciertas experiencias nos hacen pasar de un estado a otro: del no saber o del no sentir algo a saber o sentir algo. Ese cambio de estado se manifiesta en un cambio en comportamiento. En el pasado siglo nuestro conocimiento acerca de los procesos del aprendizaje y el desarrollo humano se amplió y complicó extraordinariamente. Nunca antes en la historia habíamos tenido a  nuestro alcance una cantera de teoría tan rica para un entendimiento cabal del ser humano en su multidimensionalidad que nos sirva de base para la creación de sistemas y prácticas educativas más humanas y efectivas.


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