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Qué está pasando con la educación en nuestro país

Una interpretación crítica: la educación como máquina de adoctrinamiento. El escenario resultante de la instrumentalización partidista de la Educación por parte del poder político.

¿Cómo se está utilizando la Educación desde el poder en nuestro país bajo el gobierno socialista? ¿Cuál está siendo la tentación del gobierno en la utilización de la Educación?¿Qué hay detrás de determinados intentos por parte del poder político de instrumentalizar el sistema educativo?¿Qué horizontes y valores edificantes se les enseña y  transmite a las nuevas generaciones? ¿Existe o no en el fondo un intento de “ingeniería social” por parte del gobierno socialista detrás de determinados políticas educativas?

Por su indudable interés y como contrapunto al discurso oficial, presentamos una visión crítica ante ciertas tentaciones instrumentalizadoras de la Educación por parte del poder político en los últimos años. Para ello y para que pueda servirnos de contraste, transcribimos la introducción al programa “Lagrimas en la lluvia”  de Intereconomía-TV (emitido el 05-03-2011) donde se trató este  tema y si es de su interés los enlaces para el visionado completo del mismo.

Juan Manuel de Prada

Atendiendo la solicitud de muchos de nuestros espectadores dedicamos hoy nuestro programa a una de las expresiones más evidentes y efectivas de la tentación totalitaria que es el empleo de la educación como una formidable máquina de adoctrinamiento, que crea sucesivas generaciones de personas dóciles al poder político, imbuida de los paradigmas culturales que la ideología gubernativa pretende incorporar como dogmas de obligado cumplimiento para completar su labor de “ingeniería social”.

En otras épocas ese propósito adoctrinador se revistió de expresiones sañudas, policiales fiscalizadoras. La nueva tentación totalitaria, mucho más sibilina y eficaz, disfraza ese propósito de “empresa filantrópica”. Pero debajo de esa máscara de bondad, su finalidad es exactamente la misma: destruir los vínculos de pertenencia que hacen fuertes las comunidades humanas, sustituyéndolos por una serie de “artefactos ideológicos” de nuevo cuño que actúan a modo de dogmas de obligado cumplimiento.

Un ejemplo palmario de lo que tratamos de explicar lo constituye la asignatura llamada cínicamente “Educación para la ciudadanía”, cuyo objetivo no es otro sino imponer un nuevo sistema de valores presentándolo como un imperativo imprescindible para la existencia de una sociedad cohesionada.

Para ello se impone una “nueva ética” basada en los “nuevos paradigmas”: el nuevo paradigma de familia, el nuevo paradigma de derechos humanos, el nuevo paradigma de género, etc. A nadie se le escapa que el adoctrinamiento de las mentes infantiles produce a medio plazo unos opíparos réditos electorales. A nadie se le escapa que todo régimen político que anhela perpetuarse dedica especiales esfuerzos a las tareas de proselitismo y propaganda entre los más jóvenes.

A través de la asignatura de “Educación para la ciudadanía” y de otros “engendros” similares las nuevas generaciones son atiborradas de un “pienso” ideológico que por supuesto no se limita a incluir unas normas de convivencia pacífica sino que sobre todo, se preocupa de imponer una “moral pública” que tuerza y pisotee la moral que las generaciones precedentes les han transmitido. De este modo la formación de nuevas remesas de “esclavos” está asegurada.

Se trata, en definitiva, de que las nuevas generaciones “piensen” y sobre todo “sientan”, porque tampoco conviene que piensan demasiado, según determinadas directrices. Se trata de que asuman emocionalmente, de que empaticen determinados valores que el poder político juzga correctos y convenientes y que desdeñen otros a los que la ideología gubernativa tacha de retrógrados. Se trata, en definitiva, de arrasar el ámbito de la conciencia, de allanar y expoliar lo que Calderón de la Barca denominaba “patrimonio del alma”.

Podemos discutir que ese patrimonio pertenezca a Dios, según las creencias de cada cual, pero desde luego a quien no pertenecen de ningún modo al gobernante de turno, ni a la facción ideológica que acaudilla, ni a quienes puedan sucederles en el futuro.

Poco a poco y sin que nos demos cuenta el derecho a la educación se ha ido convirtiendo en una suerte de “concesión” graciosa que los poderes públicos hacen a la ciudadanía. Y ya se sabe que “ciudadanía” significa pueblo convertido en “rebaño”, despojado de sus derechos naturales y reducido a la condición de “beneficiario” de las concesiones que el poder le otorga. Y cuando el derecho a la educación es usurpado a sus legítimos propietarios, se convierte en potestad para “adoctrinar” o “reformartear” conciencias.

A la asignatura de "Educación para la ciudadanía" no tardará en sumarse la llamada también cínicamente “Educación sexual”, que busca traducir todo impulso afectivo balbuciente en impulso sexual. Por supuesto esta potestad para adoctrinar penetrará también en ese ámbito de gozosa y anárquica libertad que constituyen los juegos infantiles que pronto serán regidos por los “protocolos” que establezca la ideología de género. Y ya se anuncia una nueva ley que con la coartada de la igualdad pretende condenar al ostracismo a la “escuela diferenciada” que la ideología gubernativa juzga nefasta para sus fines.

Este proceso de conversión de la educación en un instrumento adoctrinador no hubiese sido posible, sin embargo, si previamente la familia no se hubiese convertido en una institución dimisionaria, extremadamente débil, incapaz de asumir ya las obligaciones que tradicionalmente aceptaba como propias. Si antaño la educación que nuestros hijos recibían en la escuela era la prolongación natural de la educación que recibían en casa, ahora la escuela se ha convertido en una instancia sustitutiva o sucedánea de la familia que por disgregación o irresponsabilidad de sus miembros ha dimitido de las funciones que le son propias.

Así se completa un triple y flagrante atentado: en primer lugar contra la libertad de enseñanza; en segundo contra la patria potestad; y en tercero, contra los derechos de los menores.

Pero libertad de enseñanza, patria potestad y derechos de los menores se convierten en pejigueras cuando el derecho a la educación degenera en “concesión” graciosa de los poderes públicos. Y mientras no nos revelemos contra esta degeneración que no es sino el disfraz con el que poder político disimula la pretensión de modelar a su gusto y conveniencia la conciencia de la “ciudadanía”, no habrá salud en la escuela.

Y si esa rebelión no se produce pronto, no tardará en llegar la época, no lo olviden, en que los padres que se opongan a que sus hijos sean adoctrinados en la ideología gubernativa serán vistos y perseguidos como peligrosos delincuentes.


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