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La «cultura», algo más que un lujo cultural

¿Qué tipo de «cultura» necesita el ciudaddano de nuestro siglo XXI?

Instruir, saber, conocer... conocimiento, erudición, ciencia... ¿al servicio de quién y para qué?

La cultura como factor «emancipador».

  • Una «cultura» preocupada y orientada fundamentalmente al servicio del «sistema»?
  • El sistema educativo no consigue transmitir adecuadamente y que cale entre la población una dimensión "personal" de la cultura.
  • Eh aquí pues un importante desafío: educar para «vivir» y no solo para «saber».
  • La verdadera «cultura» estaría pues orientada a conocernos mejor para ayudarnos a ser más dueños de nosotros mismos, para autogobernarnos, para autodirigirnos cada vez mejor.
  • Educar, es convertir a alguien en una persona más libre e independiente, liberada.
  • La «cultura» hace al hombre más libre y con más criterio.
  • Ser culto es ser rico por dentro, tener más claves para interpretar de forma concreta la vida humana.

«Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido, hasta mancharse». GABRIEL CELAYA (1911 - 1991)

Qué concepto de educación, formación y cultura está presente entre la población? Qué tipo de educación, formación y cultura nos transmite el sistema? Qué concepto de cultura ha calado mayoritariamente entre la ciudadanía? Qué tipo de educación, formación y cultura estamos transmitiendo a la población desde el mundo educativo?

No vamos a hablar de poesía, ni de literatura, ni de cultura académica, ni de mecanismos para la promoción y el ascenso social, ni de los reductivamente hablando “productos culturales” (cine, teatro, literatura, música, artes plásticas, escénicas…). Vamos a hablar de “sentido”, del sentido de la «cultura». Las cosas sin sentido disipan nuestro interés, repelen nuestra inteligencia y nos alejan del disfrute de la realidad. Una parte importante de la clave del éxito en muchas de las empresas que abordamos está precisamente en encontrarle “sentido” a lo que hacemos o vivimos.

Escudriñar la realidad, intentar penetrar en su secreto, descubrir el sentido de esa realidad es tarea anclada en nuestra más ancestral naturaleza humana… Tarea personal sí, pero también competencia a educar y desarrollar. El sistema educativo y sus profesionales, a menudo absortos y entretenidos en sus particulares quehaceres académicos, no siempre nos estimulan a sumergirnos en la “auscultación” del “sentido” de esa realidad. Más allá de una cultura bancaria, academicista, mercantilista, utilitarista, acomodaticia muy extendida entre nosotros, otro tipo de «cultura» es posible.

Una dimensión de la cultura descuidada, orillada, relegada.

Empezamos un nuevo curso académico. En estos meses en España tras un tiempo de descanso nos enfrentamos de nuevo a la actividad formativa, una actividad cada vez más valorada por un creciente número de ciudadanos, que conscientes de su importancia, se muestran dispuestos a sumergirse de nuevo un año más en este tipo de tareas. Estudio, aprendizaje, formación, cultura… una tarea compleja y con múltiples vertientes. Cómo vive una gran parte del alumnado esa tarea, cómo se acerca ese alumnado al ejercicio de esa actividad?

Un primer punto de partida en el análisis: la concepción de partida que se tiene sobre esa actividad formativa y la actitud ante ella. De entrada debemos constatar que una gran parte de la población se acerca a este tipo de actividad más por motivos exógenos a la misma que por un verdadero interés formativo. Partimos pues de la constatación de un cierto fracaso previo del sistema educativo. Éste ocupado en la tarea primordial de desarrollar determinadas habilidades y competencias no consigue transmitir adecuadamente y que cale entre la población, quizá porque tampoco él tiene suficientemente clara su relevancia, un aspecto o vertiente a menudo descuidado, orillado, relegado o incluso infravalorado y marginado del estudio, la educación, la formación y la cultura, una dimensión que podríamos denominar la dimensión “emancipadora” de la cultura.

Una gran parte de la población concibe la Educación como una mercancía, una mercancía con valor de cambio para el ascenso y la promoción laboral o social. La Educación, sin embargo, debería servirnos para aprender a "vivir" y no solamente para "saber". La buena Educación lo que en el fondo se propone es convertir a alguien en una persona más libre e independiente, “liberada”, liberada de las mil ataduras que cotidianamente nos atenazan.

La dimensión “emancipadora”, “liberadora”, situada en la práctica en la periferia de las preocupaciones educativas de la mayoría de los sistemas educativos occidentales, debería constituir una dimensión relevante en la praxis educativa. Una praxis que debería orientarse no solo al desarrollo de competencias al servicio de los intereses de la economía y del mercado sino también al desarrollo de competencias como la toma de conciencia sobre la importancia del proceso formativo en el que se está inmerso y de su responsabilización ante el mismo. Eh aquí pues un importante desafío educativo: educar para “vivir” y no solo para “saber”. Cuestión de prioridades, ciertamente. En esta línea, el mundo educativo además de subrayar la utilidad y la funcionalidad del conocimiento y del aprendizaje no debería dejar de poner de relieve otros aspectos y dimensiones de la actividad formativa, por ejemplo: el goce intelectual y estético del mismo o la función “vital” de la cultura.

El estudio, la formación, es aprendizaje, es desarrollo, es aprender a hacer, pero también aprender a ser, aprender a vivir, aprender a diseñar, a proyectarse, a realizarse en lo que uno hace. El ayudar a descubrir el sentido de la actividad formativa, estimulando a la persona que se está formando a tomar mayor conciencia y responsabilidad sobre la actividad que está realizando más allá del mero interés académico, nos sitúa en la senda de la búsqueda de sentido y el disfrute de una actividad cada vez más practicada por un creciente número de ciudadanos. Perspectiva que resulta esencial para evitar el desencanto de estos ciudadanos ante la formación y el estudio y que conecta de lleno con una de las necesidades más elementales del ser humano anclada en nuestra más ancestral naturaleza humana: la búsqueda de sentido.

La «educación» y la «cultura» dos conceptos a represtigiar

La «educación» y la «cultura» dos binomios no siempre conjugados adecuadamente. Ahora pues que en España empezamos un nuevo curso académico bueno será pararnos a reflexionar sucintamente sobre esa relación. Una buena ocasión pues para reflexionar sobre «educación» y «cultura», en su vertiente “emancipadora”.

El alumnado joven y no tan joven, a menudo suele acercarse a la formación con una mentalidad más bien mercantilista, valorando la formación más por su valor de cambio, como medio para alcanzar fines exógenos a la misma, que por su valor formativo intrínseco. Y por tanto viviéndola más como una pesada carga, como una fastidiosa obligación, como un imperativo imprescindible para el ascenso y la promoción laboral o social… que motivado por el afán y el interés de profundizar en el desvelamiento del secreto de esas realidades objeto de  estudio y aprendizaje … y todo ello al compás de un sector del mundo educativo más preocupado y ocupado en la “ciencia” que por desarrollar la “conciencia”. El sistema educativo asume pues, al comienzo del proceso formativo, un cierto fracaso previo ya crónico: la concepción y la actitud de partida con la que una parte importante del alumnado se acerca a la formación, al estudio y a la cultura no es pues la más adecuada.

«Educación» y «cultura» constituyen conceptos cuyo significado se presta a interpretaciones diversas. No siempre la concepción que se tiene sobre la cultura resulta suficientemente “edificante”. A menudo el gran público la valora sobretodo por su “utilidad” como medio para el ascenso y promoción social. El concepto de cultura extendido entre el gran público es fruto de una concepción enciclopédica, bancaria, académica transmitida de la misma. Es de esa otra dimensión “inútil”, en términos mercantilistas, de la cultura de la que ahora nos proponemos a hablar. Y vamos a hacerlo de la mano del eminente médico humanista y psiquiatra doctor Enrique Rojas.  

La dimensión «emancipadora» de la cultura.

ProyectoLa vida humana la podemos comparar a un “proyecto”, un apasionante proyecto vital a diseñar y a desarrollar por cada uno de nosotros. El ser humano no puede desarrollarse y desplegarse de forma completa, si no es a través del conocimiento de sí mismo y del mundo que le rodea en toda su amplitud. En el ideal platónico la primera aspiración de la «cultura» era la conquista de uno mismo.

La verdadera «cultura» estaría pues orientada desde el principio a conocer el mundo que nos rodea y conocernos a nosotros mismos con una finalidad clara: conocernos mejor para ayudarnos a ser más dueños de nosotros mismos, para autogobernarnos, para autodirigirnos cada vez mejor.

La «cultura», en este sentido constituye el bagaje personal necesario para practicar nuevas formas de vernos a nosotros mismos y de interpretar nuestro entorno. La «cultura», una herramienta para ver de otra manera, para dirigir una nueva mirada sobre nosotros mismos y nuestro entorno, un instrumento que ha de servirnos para su análisis crítico, para estimular nuestro posicionamiento ante él, para favorecer su transformación y mejora. La «cultura»  lejos de convertirla en un “bien de consumo” más, debería convertirse en un verdadero instrumento al servicio de la formación y transformación personal y social.

La «cultura» hace al hombre más libre y con más criterio. La cultura es para el hombre el asidero donde ir una y otra vez a refugiarse, a buscar alimento para su conducta, para saber a qué atenerse. Su fin consiste en ayudarle para que su vida sea más humana, tenga más relieve y le revele sus verdaderas posibilidades.

La «cultura» hace al hombre más libre y con más criterio.

Educar, es convertir a alguien en una persona más libre e independiente, liberada. Toda educación humaniza y llena de amor. Si el trabajo educativo esclaviza, aprisiona y no libera de verdad, a la larga tendrá un valor negativo. Educar es instruir, formar, pulir y limar a una persona para que se vuelva más armónica y sea capaz de gobernarse a sí misma.

Max Scheler decía que la «cultura» consiste en un proceso de «humanización», un "proceso mediante el cual nos hacemos «más humanos» en medio del pasado histórico y del presente fugaz". Ortega apostillaba: "la cultura es un movimiento natatorio, un bracear del hombre en el mar de su existencia".

Ser culto es ser rico por dentro, tener más claves para interpretar de forma concreta la vida humana. Si cualquier filosofía significa meditación sobre la vida, la «cultura» es el texto eterno que habita en el interior del ser humano. Para muchos, casi toda la «cultura» que hay en sus vidas es la televisión, y ésta en el momento actual carece de calidad suficiente. La creciente tendencia de ciertas televisiones a procurar entretener al personal y hacer pasar el rato a costa de lo que sea conduce al éxito popular de esa fórmula televisiva que convenimos en llamar televisión basura. El lenguaje televisivo empleado a base de sensacionalismo, sentimentalismo, dramatismo y husmear en la vida privada y en la intimidad de las personas convirtiendo toda esa información en material para su exposición pública bombardeándonos más con sensaciones más que con ideas acaba calando entre determinados sectores de la población. ¡Qué lejos está todo esto de la cultura, de una verdadera «cultura»! Con esa mediocridad el hombre no llegará muy lejos, pues queda indefenso intelectualmente, siendo fácilmente presa de la manipulación de cualquier mensaje.

La «cultura» es como una segunda naturaleza

La «cultura» es como una segunda naturaleza; eleva por encima de lo inmediato, ayuda a madurar, contribuye al progreso personal. Si no tuviera estos tres fines, sería una lección intrascendente, divertida, que no despierta, sino que adormece, que no alumbra, sino que deslumbra. La cultura es ese asidero al que acudir una y otra vez a refugiarse, a buscar orientación y consejo para nuestro comportamiento, para orientarse en la vida y saber en cada circunstancia a qué atenerse. Su finalidad consiste en ayudar al hombre para que su vida sea más humana y más plena, tenga más relieve. Pero tenemos que educar nuestra voluntad para perseguir esa clase de «cultura». Para educar la voluntad hacia la cultura es menester estimular la inquietud por sus distintas fuentes: la literatura, el arte, la música, etc. En ellas podemos encontrar el diseño de los grandes ideales y horizontes virales. Y todo ello al servicio de un nuevo tipo de ser humano, para hacerlo más maduro, completo y con un mejor desarrollo en su totalidad. 

Sin cultura está uno perdido, sin el equilibrio suficiente. La cultura, como superestructura, se forma de acuerdo con una determinada concepción del hombre, que puede ser variable. De ahí que surjan diversos tipos de cultura: la hedonista, la marxista, la permisiva, la psicoanalítica, la relativista, etc. Ahora bien, la mejor, la más completa, es aquélla que se inspira en las mejores raíces de Europa (el pensamiento filosófico griego, el mundo romano que nos legó el Derecho y las leyes, el pensamiento hebreo con su amor a las tradiciones, el nuevo concepto de familia; el cristianismo que aportó un nuevo concepto de hombre basado en el amor y en el sentido trascendente; y tras unos años oscuros durante la Edad Media llegamos al Renacimiento con la  recuperación del papel central del hombre como principal protagonista en los diversos órdenes de la vida.

Conducir a cada persona hacia la cultura, hacia los valores, es una tarea que hay que saber ofrecer (y los educadores y formadores tienen ua grave responsabilidad en ello), como camino hacia la libertad personal y al crecimiento interior. Este debe ser el móvil, el tirón para acercarnos a todo lo que esté relacionado con la «cultura», entendida ésta no como un producto para el ascenso social o el lucimiento personal de cara a la galería, sino para ser más dueños de nosotros mismos.

Kant, en su Antropología, decía: "Niégate la satisfacción de la diversión, pero no en el sentido estoico de querer prescindir por completo de ella, sino en el finamente epicúreo de tener en proyecto un goce todavía mayor (...) que a la larga te hará más rico, aún cuando al final de tu existencia hayas tenido que renunciar en gran parte a tu satisfacción inmediata."

Adaptación a partir de:
E. ROJAS: La conquista de la voluntad. Ediciones Temas de Hoy

Ver también:

No solo de pan vive el hombre

Sección: CULTURA


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