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Del ocio al neg-ocio… y otra vez al ocio (I)

¿A qué dedicas tu tiempo libre...?

«Escasa es la porción de la vida que vivimos». «Todo el trecho restante no es vida, sino tiempo»

Todos los hombres quieren vivir felices, pero al ir a descubrir lo que hace a la vida feliz van a tientas; y no es fácil conseguir la felicidad en la vida. (Séneca)

El «ocio», objetivo de una vida feliz.

Educar para el ocio es hoy, y será en el futuro, el gran reto para todo educador.

A través de la historia del pensamiento social se analiza el binomio ocio/neg-ocio en términos de actividad y tiempo.

Toda reflexión será poca para coger la distancia necesaria y tomar conciencia de lo atrapados que estamos en las garras del «sistema». En una popular canción hace unas décadas en España se preguntaba: ¿A qué dedicas tu tiempo libre...? No es una cuestión menor ni lo ha sido nunca a lo largo de la historia... Históricamente se ha dado una oposición entre «ocio» y «neg-ocio», entre la actividad ociosa y la actividad laboral. Para los griegos lo ideal era darse al «ocio» y no tener que trabajar. ¿Hacia dónde orientamos hoy nuestras vidas, qué actitud adoptamos ante ella, en qué invertimos nuestros mejores esfuerzos y energías...? Cuestión que a todos nos afecta y de cuya actitud depende en gran parte una vida anodina o la puerta de acceso a una mayor plenitud de vida... «Espacio» y «tiempo» son las dos grandes coordenadas o dimensiones físicas que nos constituyen a los humanos. El «espacio» lo conquistamos, lo dominamos, lo recorremos, lo transitamos... el «tiempo»... ¿cómo utilizamos el tiempo, en qué lo empleamos, qué provecho sacamos de él, estamos preparados para "no perder el tiempo" y aprovechar "productivamente" el tiempo de ocio, "el tiempo libre"...? La educación del tiempo de ocio, del "tiempo lbre" es uno de los grandes retos de nuestros días. Tomemos conciencia de la cuestión... Partamos de la atinada reflexión que hace Séneca «Sobre la brevedad de la vida»:

«La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malicia de la naturaleza, porque somos engendrados para un tiempo escaso, porque estos espacios de tiempo que nos da discurren tan velozmente, tan rápidamente, que, salvo muy pocos, a los demás la vida les deja plantados en los propios preparativos de su vida». «No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho. Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en abundancia para la realización de las más altas empresas, si se invierte bien toda entera; pero en cuanto se disipa a través del lujo y la apatía, en cuanto no se dedica a nada bueno, cuando por fin nos reclama nuestro último trance, nos percatamos de que ya ha transcurrido la vida que no comprendimos que corría. Así es: no recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos indigentes de ella, sino dilapidadores».

«¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se ha portado bondadosamente: la vida, con que sepas servirte de ella, resulta larga. Pero a uno lo domina la avaricia insaciable, a otro su oficiosa aplicación en inútiles empeños; uno se empapa de vino, otro se embota de indolencia; a uno lo agota su ambición siempre pendiente de las decisiones de los demás, a otro su arrebatado deseo de comerciar le lleva alrededor de todas las tierras, de todos los mares, con la esperanza de una ganancia; a algunos los atormenta su pasión por la guerra, sin dejar nunca de estar atentos a los peligros ajenos o angustiados por los suyos; los hay a quienes desgasta en una voluntaria esclavitud su veneración a sus superiores, en absoluto agradecida; a muchos les han mantenido ocupados sus pretensiones a la fortuna de otros o su preocupación por la propia; a los más, que no van detrás de nada concreto, los ha lanzado a renovados proyectos su volubilidad errática, inconstante, disgustada consigo misma; a algunos no les gusta nada a dónde pudieran enderezar su rumbo, sino que su destino los sorprende languideciendo y bostezando, de manera que no dudo de que sea cierto lo que en el más grande de los poetas está dicho a modo de oráculo: «escasa es la porción de la vida que vivimos». De hecho, todo el trecho restante no es vida, sino tiempo»

¿Cómo vivir ese lapso de tiempo que se nos concede y en el que transcurre nuestra existencia? Esa es la cuestión... ¿Vivir extensamente...? Vivir... intensamente?... en profundidad? ¿Cómo y a qué dedicamos nuestro tiempo...? Qué cosas consideramos importantes en nuestra vida y a las que nos dedicamos con todo nuestro ser? Reflexionemos sobre ello de la mano del autor del siguiente artículo... «Del ocio al neg-ocio… y otra vez al ocio».

Gaspar Rul·lán Buades

Todos los hombres, hermano Galion —escribe nuestro compatriota Sénecaquieren vivir felices, pero al ir a descubrir lo que hace a la vida feliz van a tientas; y no es fácil conseguir la felicidad en la vida, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más afanosamente la busque, si ha errado el camino. Hay que determinar, pues, primero lo que apetecemos; luego se ha de considerar por donde podemos avanzar hacia ello más rápidamente y, finalmente, veremos por el camino, siempre que sea el bueno, cuanto se adelanta cada día y cuanto nos acercamos a aquello a que nos impulsa un deseo natural: el deseo de la felicidad.

El fin del hombre en este maravilloso mundo, que algunos pesimistas han querido llamar «Valle de Lágrimas», es ser feliz. Para Aristóteles toda reflexión moral no es más que una búsqueda del significado de la felicidad, pues el fin último del hombre es ser feliz, de ahí su Ética Eudemia (ευδαtµOνtα = ‘felicidad’). Pero si el fin del hombre es ser feliz, toda la educación debería estar encaminada a ayudar a los hombres a buscar y encontrar esta felicidad. Pero, no es fácil educar para la felicidad si no se sabe con certeza dónde está la felicidad o qué es ser feliz. Más de un educador, padre o maestro, se habrá preguntado con temor y temblor si ha cumplido con su deber de enseñar a los jóvenes a ser felices o, al menos, si los ha puesto en el camino correcto para que encuentren esta felicidad o si, por el contrario, como dice Séneca, los ha puesto en un falso camino, de manera que cuanto más avanzan en este camino aprendido, más lejos se encuentran de la felicidad.

Y quizás más de uno de estos educadores tendrá que admitir que, de alguna manera, ha fallado a los jóvenes de cuya educación era responsable, pues les ha estado engañando impartiendo una educación totalmente falsa; una educación que sólo enseñaba a negar algo fundamental en la vida del hombre; algo que los clásicos consideraban la fuente de toda felicidad; les ha enseñado solamente a negar el ocio (el neg-ocio), sin decirles nada sobre cómo disfrutar del ocio, olvidándose de recordarles que, después de todo, la base de toda vida feliz está, precisamente, en la capacidad del hombre para emplear debi- damente el ocio.

En este nuestro mundo de mercaderes, lo importante en la educación formal de la escuela y la universidad, o la informal de la familia y la sociedad, es enseñar a negar el ocio, a hacer neg-ocio, produciendo, comprando y vendiendo. Pero, ¿de qué servirán a nuestros jóvenes «tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas» en el neg-ocio, si al final todos sus esfuerzos terminan en una terrible quiebra de lo único que importa que es la felicidad?

Pero empecemos removiendo malos entendidos explicando claramente lo que no es y lo que es el ocio, para pasar seguidamente a analizar el extraño fenómeno de porqué algo como el ocio, que en un principio se consideró una virtud vino, poco a poco, a considerarse en un vicio, y el hombre ocioso, que era considerado el hombre libre y virtuoso, vino a convertirse en pecador, mientras que la negación del ocio (el neg-ocio), que era la condición propia de los esclavos, vino a convertirse en casi la única ocupación del hoy llamado hombre libre. Finalmente, veamos como en nuestros días el círculo se cierra y volvemos, aunque muy a regañadientes, del neg-ocio al ocio. Un ocio involuntario que todavía consideramos una tragedia, pero que hemos de aprender a transformar en un ocio voluntario, fuente de felicidad. Educar para el ocio es hoy, y será en el futuro, el gran reto para todo educador

1. Lo que no es el ocio

Ante todo hay que decir que «ocio» no es ni re-creo, ni des-canso, ni tiempo libre, ni perder el tiempo haciendo nada.

En nuestra cultura del trabajo, donde se vive para trabajar, de manera que cuando no se trabaja produciendo se considera que se pierde el tiempo, el ocio se define como aquel estado de inactividad que sigue al trabajo y que nos prepara para seguir trabajando. Lo importante es el trabajo, y el ocio es sólo un medio para reponer las fuerzas y poder seguir trabajando. Si el trabajo nos «destruye», el ocio nos «re-crea»; si el trabajo nos cansa, el ocio nos des-cansa (destruyendo nuestro cansancio), de manera que re-creados y des-cansados podamos seguir trabajando. Nos damos al ocio únicamente porque no podemos trabajar continuamente. En este nuestro mundo que llamamos civilizado, el hombre es visto como una máquina cuyo fin es trabajar y, también como las máquinas, necesita, de cuando en cuando, pararse para someterse a una revisión de mantenimiento y una recarga de sus baterías o sus depósitos de combustible, lo que hace con el ocio.

Hoy, se lee un libro, si es que se lee, se oye música, si es que se oye, se pasea por el campo, si es que lo hacemos, se juega, se toca la guitarra o se charla con un amigo, si es que lo hacemos, no como algo que tiene un valor en si mismo, sino como un mero instrumento que me permita alcanzar el fin deseado, el fin supremo de poder trabajar más y más. No se trabaja para poder disfrutar del ocio, sino, por el contrario, se tiene ocio para poder trabajar más y más.

Ocio tampoco no puede identificarse con mero «tiempo libre». Pues este mismo concepto de «tiempo libre» ya supone una división del tiempo entre tiempo para trabajar y tiempo libre de trabajo, y vuelve a relacionar el ocio con el trabajo, el ocio con el ne-gocio: se trabaja, y se está libre de trabajo para descansar y poder seguir trabajando.

Ocio tampoco es «estar sin hacer nada» o «perder el tiempo». La vida es actividad y la muerte es precisamente la falta de actividad. El estar sin hacer nada no es ser feliz en la ociosidad sino estar muerto. El ocio es una actividad, una actividad que no busca nada fuera de sí misma, una actividad que es un fin en sí mismo. Contestando a aquéllos que identificaban la felicidad con el «hacer nada» Aristóteles les contesta: «En cuanto a lo de alabar más la inactividad que la acción, tampoco se ajusta a la verdad, ya que la felicidad es actividad». Pero, cuidado, la vida es actividad, pero no necesariamente actividad productiva. También hay, aunque parezca una contradicción, una actividad ociosa. «La vida es acción, no producción», dice el filósofo.

Estas concepciones del ocio que hoy tenemos como recreo o descanso, como tiempo libre o el no hacer nada, son realmente corrupciones del verdadero significado del ocio, que no tienen nada que ver con la virtud del ocio como base de la felicidad, como veremos inmediatamente.

2. Lo que es el ocio

Si ambos [trabajo y ocio] son necesarios, el ocio es preferible al trabajo, y así hemos de aprender a qué debemos dedicar nuestro ocio».

Para los antiguos griegos, inventores de este concepto del ocio, el ocio no era un mero medio para poder seguir trabajando, el ocio era un fin en sí mismo, era el objetivo de una vida feliz. Es interesante ver que la palabra griega para, «ocio» es la misma que nosotros usamos hoy en español para «escuela». En griego σXOλtj (sjolé) significa ‘ocio’, pero también ‘paz’, ‘tranquilidad’, ‘estudio’, ‘escuela’. Mientras que si se le añade la partícula «a» negativa ασXOλtα (asjolia), el no-ocio significa ‘ocupación’, ‘trabajo’, ‘negocio’. Para nosotros el ocio como «tiempo libre» significa un tiempo libre entre dos trabajos, pues entendemos que lo normal es trabajar; para los griegos lo ideal era darse al ocio y no tener que trabajar. Para ellos lo importante era el ocio, y lo menos importante el trabajo. «La naturaleza misma —dice Aristóteles— busca no sólo el trabajar correctamente, sino también la capacidad de gozar bien del ocio. Este es, por repetirlo una vez más, el fundamento de todo. En efecto, si ambos [trabajo y ocio] son necesarios, el ocio es preferible al trabajo, y así hemos de aprender a qué debemos dedicar nuestro ocio».

El ocio se identifica con la contemplación, y contemplar es mirar el mundo y lo que nos rodea y disfrutar de su belleza sin pretender imponerle nada.

Un ocio que los griegos identificaban con la «Theorein» la teoría, el ejercicio de la facultad especulativa, la contemplación, la búsqueda de la verdad por sí mismo. Para la Grecia clásica el ocio se identifica con la contemplación, y contemplar es mirar el mundo y lo que nos rodea y disfrutar de su belleza sin pretender imponerle nada; contemplar es disfrutar viendo unos niños jugando; contemplar es dejarse llenar de la paz de un atardecer en el monte; contemplar es disfrutar conversando con un amigo; contemplar es mirar en silencio a la cara de un ser amado. Platón dice que contemplar es «levantar los ojos del alma y clavarlos en aquello que da luz a todas las cosas». Sólo en la contemplación, decía el filósofo, podrán descubrirse la esencia de lo bueno y lo malo; sólo en la callada contemplación se puede encontrar la verdad. Contemplar supone la capacidad de asombrarse y «por el asombro, dice Aristóteles en su Metafísica, comenzaron los hombres a filosofar», a ser ociosos, a ser virtuosos, a ser felices. A Aristóteles le gustaba intentar resolver aparentes contradicciones e insolubles dilemas. En la obra Política se plantea dos de estos problemas: uno, la relación entre el individuo y el grupo, y dos, la relación entre el ocio y el negocio.

Las respuestas a estos dos dilemas están íntimamente relacionadas. Ante todo, Aristóteles afirma categóricamente que el hombre por sí solo no puede nada. El hombre para ser verdaderamente hombre ha de vivir con otros hombres. Está claro, dice Aristóteles, que el hombre es por naturaleza un animal cívico (zoon politikon ), es decir miembro de una ciudad, es un animal político como miembro de la polis. «El que dice no poder vivir en sociedad o no necesitar a los otros hombres está claro que es una bestia o un dios». Por lo tanto, la actividad fundamental del hombre libre es la dedicación a la vida ciudadana, su fin el portarse como un perfecto ciudadano.

Para ser un buen ciudadano se necesita ocio, pero para poder disfrutar del ocio se necesita trabajar, negando el ocio y dándose al negocio.

Pero para practicar las virtudes cívicas se necesita ocio; «la sjolé» es la base de la libertad y de la ciudadanía. Ahora bien, aquí surge un problema serio, pues el que quiere ser un buen ciudadano se encuentra con la inevitable necesidad de trabajar para cubrir las necesidades básicas de la vida. O sea que para ser un buen ciudadano se necesita ocio, pero para poder disfrutar del ocio se necesita trabajar, negando el ocio y dándose al negocio. «Pues —dice sabiamente Aristóteles— sin las cosas necesarias es imposible tanto vivir como bien vivir». Disponer de ocio es la base del placer, de la felicidad y de la vida dichosa. Pero no pueden disfrutar del ocio los que están todo el día trabajando, especialmente no está al alcance de aquéllos que se dedican «a un trabajo, oficio o aprendizaje embrutecedor que deja incapacitado el cuerpo, el alma y la inteligencia de los hombres libres para dedicarse a la práctica y ejercicio de la virtud». Ante esta aparentemente insoluble disyuntiva entre el ocio y el trabajo, Aristóteles sugiere tres posibles soluciones, y después de examinarlas, rechaza las dos primeras y se queda con la tercera.

La primera solución sería combinar el ocio y el negocio. Pero Aristóteles no lo ve posible, pues, según él, aquellos trabajadores que se ven obligados a una faena absorbente y dura, como es la necesaria para subsistir por sus propios medios, quedan marginados de esta auténtica realización humana, al embru- tecerse en su típica banausía (ßανανσια = ‘trabajo manual’). E igualmente quedan al margen los artesanos y los comerciantes, que se ocupan constantemente de sus negocios y su dinero, faltos de libertad de espíritu, para disfrutar del ocio.

La segunda solución que propone Aristóteles y que en su tiempo, hace más de dos mil años, parecía absurda, es que el trabajo lo hagan las máquinas y el hombre se dé al ocio. «Pues si cada uno de los instrumentos pudiera realizar por sí mismo su trabajo —escribe en la Política — cuando recibieran órdenes de tal modo que las lanzaderas tejieran por sí solas y los plectros tocaran la cítara, para nada necesitarían ni los maestros a sus sirvientes ni los amos a sus esclavos» y todos se podrían dedicar al ocio.

Pero como ninguna de estas dos soluciones parecen posibles, Aristóteles se ve forzado a aceptar la tercera: que haya unos hombres que se dediquen a trabajar y otros que se dediquen al ocio. De ahí su defensa de la esclavitud, defensa que hoy nos escandaliza, olvidándonos de que todavía hoy hay muchos hombres de tal manera dedicados al trabajo que tienen muy poco tiempo para el ocio, mientras que hay unos pocos que sin trabajar disfrutan del mismo. Como escribió hace unos años Marcuse: «La sociedad todavía está organizada de tal modo que procurarse las necesidades de la vida constituye la ocupación de tiempo completo y permanente de clases sociales específicas, que no son, por tanto, libres y están impedidas de una existencia humana». Hoy también unos muchos trabajan para que unos pocos disfruten del ocio.

(...)

Fuente: Gaspar Rul·lán Buades: Del ocio al neg-ocio… y otra vez al ocio. Papers 53


SÉNECA: Sobre la brevedad de la vida

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