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Hacia un pacto educativo: que las luces iluminen las posibles sombras

Necesidad de «repensar» la Educación

La Educación es algo más que un campo de batalla. Algo más que un mecanismo de control social. Algo más que un sistema para “conformar” a los ciudadanos según una determinada orientación partidista. La Educación por tanto no debería ser un campo de batalla ideológico. El «pacto educativo» que se pretende debe ser integrador e incluyente, no excluyente. Educar debería convertirse en un deber mancomunado de toda la «tribu», nadie (administración, instituciones, familias, entorno social, centros educativos, medios de comunicación, docentes, educandos...) debería rehuir su cuota de responsabilidad en tan noble tarea.

Para forjar el pacto debemos abandonar prejuicios ideológicos trasnochados. El pacto no puede quedar reducido a un lavado de cara de aspectos administrativos y políticos del sistema educativo. Debemos situar el centro de nuestra preocupación en la mejora de la «calidad humana» (que no sólo profesional o cívica) de nuestros conciudadanos, en la senda de un auténtico «progreso» (que no progresismo) digno del S. XXI. Ese debería ser el norte y no otro.

PISA, el Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (Programme for International Student Assessment) no es la panacea. No debemos quedar ni apesadumbrados ni deslumbrados por informes útiles pero fragmentarios y sólo sectoriales o parciales de la dimensión educativa, no integrales, como PISA. Debemos partir de una «concepción antropológica» amplia y no reduccionista del ser humano e intentar progresar en su desarrollo global, «integral». Y a partir de ahí, repensar la Educación y reorientarla adecuadamente.

«Pacto educativo»: para qué y sobre qué

Desde hace algún tiempo en nuestro país se habla mucho sobre la necesidad de llegar a un «Pacto de Estado por la Educación». Un «pacto educativo» que contribuya, se dice, a hacer de la Educación una actividad más eficiente y dotarla de una mayor estabilidad y calidad, contribuyendo así a una mejor y más adecuada formación de nuestros conciudadanos. Sin embargo, en el horizonte de tan noble intención aparecen luces y sombras. ¿No es la Educación para cualquier poder un apetitoso «hueso» que de ninguna manera nadie quiere soltar por el «control político» sobre la ciudadanía que eso supone? ¿Operación de maquillaje cosmético o voluntad sincera de forjar ciudadanos de calidad? Por tanto, podemos preguntarnos legítimamente, ¿qué se busca realmente con el pacto, qué se pretende reestructurando el puzle formado por el conjunto del sistema educativo?: una mejora sincera de la Educación cuyo beneficiario directo sea el propio educando o el control «político» de la misma (un mayor control del Estado en la dirección de la misma con fines «políticos»)? Aparcada provisionalmente esta última eventualidad, veamos algunas posibilidades de incidir en la primera. Mejorar la Educación sí, pero con una formación más adecuada también.

Un «pacto educativo» para qué y sobre qué: ¿garantizar la libertad de Enseñanza? ¿Redistribución de las competencias administrativas? ¿Constreñimiento en la pluralidad de idearios educativos? ¿Fortalecimiento y potenciación de la formación «integral» de los educandos? ¿Reorientar el currículo y sus finalidades? ¿Mejorar la formación y selección del profesorado? ¿Ampliación del período de escolaridad obligatoria?...

Para llegar a un buen pacto educativo lo que primero nos hace falta es un diagnóstico más ajustado de la situación. Los sistemas educativos son el resultado de la configuración, combinación, disposición, ordenación, estructuración de una compleja multiplicidad de factores y elementos que directamente unos e indirectamente otros inciden en la formación de una persona. Algunos de sus elementos más destacados: quién. qué, cómo, para qué y todo ello en el seno de un contexto determinado: contexto socio-económico y cultural (con predominio del paradigma tecnocrático), quién (agentes educativos: contexto social e institucional, familia, escuela, profesorado, alumnado…), qué (bagaje cultural a transmitir y a asimilar, contenidos a enseñar y a aprender), cómo (ámbito metodológico) para qué: objetivos, metas, finalidades. Incidamos brevemente en alguno de ellos.

La Educación y su contexto

“Estamos preparando a nuestros estudiantes para trabajos que aún no existen, en los que tendrán que usar tecnologías que no han sido inventadas, para resolver problemas en los que no hemos pensado todavía”. ¿Esa debe ser la única orientación a implementar en la educación necesaria para el s. XXI?

Conviene educar para un contexto, una sociedad, una época determinada sí, pero de manera crítica. Nos encontramos en el seno de una sociedad caracterizada por el mercantilismo y el utilitarismo, orientada al consumismo, con predominio del paradigma «tecnocrático», una visión del mundo que reduce la realidad a términos cuantitativos y tecnológicos, más orientada al «tener» que al «ser». Empecemos preguntándonos ¿qué ofrecen, qué «venden» actualmente nuestros centros educativos? ¿Utilitarismo, dominio del inglés, de las matemáticas, de las nuevas tecnologías, inteligencias múltiples, competitividad, cooperación, solidaridad y altruismo, excelencia, ...?

Una buena Educación, no puede convertirse en rehén de un «sistema» manifiestamente mejorable. Debe ser capaz de distanciarse y superar esa lógica predominante.

La escuela vive una crisis institucional que afecta a sus funciones sociales, a su relación con el entorno y a su organización interna, a la vez que incide sobre un alumnado cada vez más complejo y diverso (algunos estudios apuntan a que el porcentaje de alumnado con problemáticas psicológicas diversas y por tanto con dificultades de aprendizaje se puede situar alredor de un 20%) y con la participación de un profesorado que para realizar satisfactoriamente su alta responsabilidad social debe adquirir una mayor cualificación y competencia.

La cuestión de fondo es hacia dónde se debe encaminar un «sistema educativo» en medio de un panorama en continua transformación y sometido a vertiginosos cambios (no sólo en el ámbito económico-laboral)y si la dinámica derivada del paradigma tecnológico y los valores imperantes deben ser la única lógica a seguir y a priorizar… Una Educación crítica, una buena Educación, no puede deambular exclusivamente por esa senda, quedar atrapada en esa dinámica y convertirse en rehén de un «sistema» manifiestamente mejorable y perfectible. Debe ser capaz de distanciarse y superar esa lógica dominante. El presente y el futuro están pues en juego, pero mejorando la calidad de la enseñanza y adecuándola críticamente a los retos y exigencias de los nuevos tiempos podemos afrontarlos con esperanza.

Educación, pero «integral»

Nuestra sociedad está sometida a una profunda transformación cultural que afecta a todas las dimensiones de la persona. Una buena educación debe «formar», pero también contribuir a «transformar» al que se está formando. La Educación debe contribuir a formar ciudadanos competentes para desenvolverse críticamente en el contexto en el que viven, pero sin olvidar que la preparación para la «profesión» es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la «vida». Podemos fracasar en nuestra tarea profesional, pero no podemos permitirnos el lujo de fracasar como seres humanos. Y eso debería tenerlo muy presente un buen sistema educativo.

La preparación para la «profesión» es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la «vida».

Por ello, hay que organizar los centros educativos de tal manera que la formación que se ofrezca sea realmente la que los ciudadanos necesitan para incorporarse a esta sociedad de una manera crítica, colaborar activamente a mejorarla, acceder a  un mundo laboral en continua evolución, y realizarse plenamente como personas y ciudadanos competentes, adquiriendo y desarrollando las competencias necesarias, no sólo en el ámbito del saber (conocer), sino también en los ámbitos relativos al saber hacer , el saber estar y, sobre todo, el saber ser.

Nuestro gran reto no es tanto un problema de medios como de fines. En primer lugar, habrá que distinguir y no confundir “Educación” con “Enseñanza”. Aunque íntimamente relacionados, constituyen grados diferentes del proceso “educativo”, que no solo “instructivo”. La Educación vela por la persona integralmente; la enseñanza por el mero desarrollo de los conocimientos. «Educar» consiste en proponer un camino, acompañar, conducir, pero teniendo claro hacia dónde se va. Eso requiere una idea clara del ser humano que se pretende «forjar» y una idea nítida acerca de la «finalidad de la vida». Sin esto, una Educación orientada a adquirir competencias técnicas y saberes prácticos queda reducida a pura instrucción. Nuestra educación está muy focalizada en formar profesionales que sean aptos para ocupar un lugar relevante, obtener beneficios materiales, conseguir reconocimiento externo y para objetivos similares, que potencian prioritariamente las dimensiones técnicas, pero eludiendo las humanas.

En este contexto el predominio de la actual orientación científico-técnica que se da en la educación en detrimento de las humanidades y de la formación humanística como ocurre, por ejemplo, con el arrinconamiento de materias como la Filosofía (que nació como un arte de vida para ayudar a todo ser humano a conocerse y a conocer su lugar en el mundo, a alcanzar un estado de libertad interior, a vivir en plenitud), por “inútil”, nos indica muy a las claras dónde nos encontramos actualmente como sociedad. Es necesario minimizar las «humanidades» para dar mayor espacio a lo útil, a lo práctico, a lo que de verdad importa… ¿para qué perder tiempo en cosas “inútiles” ?, se piensa desde ciertas instancias.  No es cierto que solo las matemáticas y la formación científica sean útiles en el mundo de hoy o en el del futuro. Lo más importante en Educación no siempre es lo “útil”, a menudo en un momento dado lo aparentemente más “in-útil” en el fondo puede resultar enormemente útil: la capacidad de mantener la calma y dominar la impulsividad, la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás. ¿Es todo ello “in-útil” para nuestra vida?

Cambio de mentalidad educativa

Necesitamos repensar la Educación, necesitamos un cambio de mentalidad, un cambio de orientación en cuanto a los fines a perseguir y huir de lógicas exclusivamente tecnocráticas. Y también un cambio metodológico, una mayor innovación metodológica que posibilite que los educandos adquieran competencias para que les puedan ser útiles en cualquier situación que se les plantee en la vida. Y para ello se necesita un profesorado bien preparado que sean no solo buenos «pedagogos», sino sobretodo mejores «educadores». Se trataría de impulsar y perseguir una mayor calidad educativa, que fuera reflejo de una más completa educación «integral» de nuestros conciudadanos.

Necesitamos huir de lógicas exclusivamente tecnocráticas. Necesitamos repensar la Educación, necesitamos un cambio de mentalidad, un cambio de orientación en cuanto a los fines a perseguir.

Los valores utilitaristas de funcionamiento social que se pretenden impulsar desde ciertas instancias sociales no pueden obnubilar, ofuscar, arrinconar, marginar, minusvalorar, el cultivo y fomento de otros valores singularmente humanos, verdaderos vertebradores de los más preciados vectores de configuración social, a un segundo nivel.  Los más altos fines antropológicos, no siempre suficientemente bien identificados en una sociedad narcisista y utilitarista como la nuestra y a menudo ligados a intereses cortoplacistas, no pueden ser obviados si de verdad pretendemos caminar por la senda de un auténtico progreso. Perseguir una Educación al servicio de un noble ideal de «ser humano», mucho más alto del que con frecuencia suele operar nuestra clase política y el gran público, requiere empezar no haciendo oídos sordos a la recomendación de F. García Lorca cuando afirmaba: “ataco a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones «culturales» …”

Y para ello el «sistema educativo» debe ser capaz de tomar distancia y hacer una reflexión a fondo sobre su función social y no quedarse en la superficie, en lo epidérmico o deambular por sus periferias. Por eso no es sobrero preguntarse sobre qué parámetros se pretende establecer el pacto educativo, por los agentes sociales que vayan a participar en él, por las coordenadas de fondo y los valores que vayan a guiarlo y con qué finalidades, qué orientación se pretende dar a la Educación, bajo qué concepción antropológica se pretende operar (¿reduccionista?, ¿holística?, ¿plenamente integral?)…?

Nuestro sistema educativo necesita mucho más que meros retoques o simples maquillajes periféricos o epidérmicos.

Nuestros legisladores deben abandonar el peloteo interpartidista y aplicarse a lo nuclear (debates como por ejemplo el tenido sobre los deberes escolares o las reválidas pueden levantar mucha polvareda, apoyo popular y tener una gran significación para el «control político» del «sistema», pero educativamente resultan cuestiones periféricas, epidérmicas, no nucleares). No está claro que por ese camino se llegue muy alto en la mejora de nuestra Educación. Mucho me temo que nuestros políticos deberán esforzarse y mirar mucho más alto que todo eso. Más lo tiene, por ejemplo, el garantizar a los padres la posibilidad de escoger libremente el tipo de educación que desean para sus hijos, y no caer en el pensamiento único, garantizando una pluralidad de idearios educativos entre los que poder escoger y, como servicio público que realizan, financiarlos también con fondos públicos. Nuestro sistema educativo necesita mucho más que meros retoques o simples maquillajes periféricos o epidérmicos.

Sabemos que una buena educación no es solamente aquella que prepara a nuestros hijos para ser unos profesionales perfectamente equipados en competencias para un oficio. A nuestro entender, la mejor educación es aquella que los construye como personas responsables ante lo que es bueno, bello y verdadero, aquella educación que les capacita para vivir con sentido, libertad, responsabilidad y alegría, no sólo su tarea profesional, sino todos los ámbitos de su existencia (A. Cortés). ¿Es hacia aquí hacia dónde nos encaminará el tan anhelado pacto educativo?

VMC

Ver también: «Mundo educativo», ¿quo vadis?

Ver también la sección: L'EDUCACIÓ


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