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ANALFABETOS Y DISTRAIDOS

El hombre moderno, por lo general, se ha quedado convertido en un retrasado espiritual, un retardado en las cuestiones del espíritu.

Hay a quienes se les ha atrofiado el sentido y que todo aquello que aparentemente no sirve para nada, porque está por encima de toda servidumbre, les resulta música celestial.

Y así se han convertido en analfabetos de la "cultura animi", del cultivo del alma, del cultivo de la cultura de la vida.

Bombardeado por los proyectiles de los sentidos y de las ideas, acuciado por la perentoriedad de la acción, el hombre moderno, por lo general, se ha quedado convertido en un retrasado en las cuestiones del espíritu. Los hay que saben escribir, pero apenas leer. Esto es, "legere": recoger, discriminar, escoger aquello que es importante para una vida plenamente humana y no sólo económicamente holgada. Se les ha atrofiado el sentido. Simplemente no entienden otra escritura que la suya especializada (aunque sea la del Wall Street Journal).

Vivimos distraídos, es decir enajenados, alienados. Nos hemos distraído, y vivimos medio vegetando, obviando nuestro principal cometido: el de llegar a ser verdaderamente “humanos”. Acaso la lectura sea uno de los mejores remedios en contra de la distracción, la dispersión que nos hace víctimas de la esquizofrenia cultural de nuestros tiempos. Porque no todos los que “deletrean” saben “leer adecuadamente” lo que de vital y esencial hay a su alrededor.

Raimon PANIKKAR (Barcelona, 1918 - 2010), de madre catalana y de padre indio, fue filósofo, teólogo y escritor. Su vida estuvo marcada por múltiples polaridades: este y oeste; cristianismo, hinduismo y budismo; el mundo de la ciencia y el dominio de las letras; el ámbito de los estudios y de las vivencias religiosas y el de la perspectiva secular de las culturas. Su pensamiento supone un punto de encuentro entre Oriente y Occidente. En su obra convergen la realidad humana con su múltiple origen hindú-cristiano, la realidad académica e intelectual interdisciplinar, pero también intercultural e interreligiosa. De ahí, la importancia que en su pensamiento tiene el diálogo. Profesor en diversas universidades alrededor del mundo, fue autor de una extensa obra.

Raimon PANIKKAR, filósofo, teólogo y escritor
Profesor en diversas universidades alrededor del mundo

 

Raimon PANIKKARHe celebrado un encuentro con viejos amigos que ocupaban o habían ocupado los mejores puestos de la sociedad. Eran desde luego honrados y habían recibido la mejor educación. Quizá por ello no dejaban de tener un interés genuino por las cuestiones religiosas y filosóficas que desde siempre han acuciado al hombre.

¿Cuándo escribirás algo que podamos entender? -me decían-. ¿Cuándo filósofos y teólogos, o pensadores en general escribiréis algo que el hombre "normal" pueda comprender? En una reunión de amigos la única respuesta cortés es la de echarse la culpa encima y reconocer sinceramente que hay mucha jerga filosófica y teológica que podría muy bien suprimirse. Pero existe también la otra cara de la medalla. Y a ésta quisiera referirme ahora -sin suprimir la primera "mea culpa"-.

Bombardeado por los proyectiles de los sentidos y de las ideas, acuciado por la perentoriedad de la acción, el hombre moderno, por lo general, se ha quedado convertido en un retrasado espiritual, un retardado en las cuestiones del espíritu, en un analfabeto de la "cultura animi", del cultivo del alma, o mejor, de la cultura de la vida, como aún llamaba Cicerón a la filosofía.

Hay una tercera clase de analfabetos, aquéllos que saben escribir, pero no saben leer ni el libro de la naturaleza, ni apenas nada de la "escritura humana".

Hay analfabetos que no saben leer ni escribir. Son los de las estadísticas de la sociología y el punto de partida para despertar la compasión hacia el insultantemente llamado Tercer Mundo. Hay también los analfabetos según una buena parte de los habitantes de las dos terceras partes del mundo: aquellos que no conocen más que una sola lengua. Y por lengua se entiende evidentemente lo que los doctos llaman dialectos: el lenguaje hablado por un determinado grupo de personas. Una buena parte de los autodenominados habitantes del primer mundo pertenecen a esta categoría. Olvidan muy fácilmente que sólo un 12% (o un 15 % para ser generosos) de la raza humana entiende el inglés.

Pero hay también una tercera clase de analfabetos: son aquellos que saben escribir, pero no saben leer -ni el libro de la naturaleza, ni apenas el del arte, y poco menos que nada de la escritura humana que no sea la de sus respectivas especialidades. Simplemente no entienden otra escritura que la suya especializada(aunque sea la del Wall Street Journal). Se les ha atrofiado el sentido. Acaso el lenguaje moral les es aun mínimamente accesible, el de una moral individualista y acomodaticia, evidentemente. Pero todo lo demás -que no sirve para nada porque está por encima de toda servidumbre- les resulta música celestial, valga la expresión corriente, ya significativa en sí: ¿por qué la música de las esferas tiene que ser incomprensible (esto es, inaprensible) al hombre?

Sobre esta atrofia quisiera hablar a continuación. Una tierra no cultivada se vuelve estéril, una vida humana sin el cultivo del humus (que algo tiene que ver con el "homo", hombre) se vuelve también incapaz de dar el fruto humano por excelencia, que es la alegría y la paz. Una vida humana que ha roto los ritmos naturales de la naturaleza y de la misma naturaleza humana en especial no es capaz de florecer. Pero iba a lo siguiente.

Ni la educación primaria ni la secundaria -y temo que ni la terciaria- sobre las cuestiones fundamentales del hombre es suficiente para tener la propia vida en sus manos, esto es, para ser libre, y por tanto feliz. Sin una dimensión contemplativa, si se admite la palabra, la vida humana no sólo degenera, sino que simplemente se atrofia, y el hombre se convierte entonces en terreno abonado para toda clase de demagogias, fundamentalismos e integrismos, para abusos de la autoridad en el caso de los que creen creer, y para atropellos de poder en el caso de los que creen no creer. Pero ciñámonos a nuestro analfabetismo del no saber leer. Y más aún, al de no saber leer (esto es, "legere": recoger, discriminar, escoger) aquello que es importante para una vida plenamente humana y no sólo económicamente holgada.

Una vida humana que ha roto con los ritmos naturales de la naturaleza y con la misma naturaleza humana no es capaz de florecer.

No voy a comentar ahora el respeto a la hoja escrita que aún muestran algunas culturas que consideran una profanación, por ejemplo, pisar una hoja de papel en la que se haya escrito, esto es, encarnado, pensamientos humanos, ideas vivas del hombre, vida vivida por alguno de nuestros semejantes. Voy simplemente a referirme a la ciencia de la lectura que es al mismo tiempo un arte. Nuestro lenguaje ya dice bien "saber" leer: la sabiduría del leer, sabiduría que es ciencia y arte a la vez. Por esto requiere concentración, atención, tiempo, preparación. Ni hojear ni ojear es lectura, ni siquiera pasar las páginas de un libro. Hay algo muy profundo en la costumbre de muchos de los acusados de pertenecer a pueblos en vías de desarrollo que no piensan que se pueda leer sin pronunciar. Por lo menos hay que leer en voz baja, pero la voz debe estar en ello.

Y con ello llegamos ya a la segunda palabra de esta reflexión: "distraídos". Vivir dis-traído significa, ya etimológicamente, vivir descoyuntado, habiéndose dejado distraer, es decir, no sólo dis-torsionar, sino aun despedazar en direcciones dispares, "tirado", estirado, empujado. Vivir distraído significa existir enajenado, alienado. Y leer distraídos equivale a dejarse despedazar por láseres desconectados del pensamiento de otros sin capacidad ni disposición de asimilar (y toda asimilación es crítica) lo que de vital tengan aquellos pedazos que distraídamente nuestro ojo ha cogido al vuelo. La verdadera lectura es una disciplina.

Acaso, o sin duda, muchos escritores sean pesados y difíciles; la claridad es la cortesía del filósofo, decía Ortega. Pero lo cortés no quita lo valiente; y la valentía aquí debe estar de parte del lector. Puede -y aun creo que debe- hablarse en sobremesa de Dios, justicia, iglesia, religión, muerte, paz, milagros, belleza, libertad y otros temas; pero sin una lectura profunda antes y después de la tertulia, no sólo es superfluo e irrespetuoso; puede ser contraproducente.

Vivir dis-traído significa vivir descoyuntado, habiéndose dejado distraer. Vivir distraído significa existir enajenado, alienado.

Si vivimos distraídos, no sabremos leer, perteneceremos al tercer y más alto grado de los analfabetos. Pero acaso la lectura sea al mismo tiempo uno de los mejores remedios en contra de la distracción, la dispersión que nos hace víctimas de la esquizofrenia cultural de nuestros tiempos. Lo grave de una sociedad competitiva es que destruye al vencedor. Este ha ganado gracias a la hipertrofia especializada de una parte de su ser. Se ha distraído de ser hombre.

Sin una dimensión contemplativa, la vida humana degenera, se atrofia.

Debemos aprender a leer despacio, así como hay que comer despacio, paladeando y asimilando. Ni nuestros cerebros ni nuestros estómagos son máquinas que hay que atiborrar con información. El comer es acto ritual y eucarístico; igual hay que prepararse para leer, que es acción humana y transcendente. El encuentro con la idea es más transformador que la alimentación.

La edad de mis contertulios los acerca a la sabiduría. Esta nota no está escrita para ellos, ni para los editores que obligan a los autores a escribir en "basic English" o "basic Spanish", esto es, en inglés rastrero o "castellano bajo", para que se les entienda sin esfuerzo (dicen); para que se vendan más (piensan). Esta nota es una simple invitación al "arte de la lectura" -que no significa que recorten esta hoja de periódico para leerla luego (que no llega nunca), sino para que la relean ahora en otros tres minutos recuperados del tiempo fugaz, que no es el real. El verdadero tiempo no huye: es sempiterno.

RAIMON PANIKKAR, filósofo, teólogo y escritor


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