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Resurrección de Jesús: Testimonio neotestamentario

El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús: las primeras tradiciones neotestamentarias

La fe cristiana se sostiene en el “hecho” de la resurrección. Es el fundamento de nuestra fe. La resurrección es una experiencia de los discípulos de Jesús: la experiencia de que Jesús está vivo y se ha integrado a la vida de Dios. El "acontecimiento" fue expresado por la primera comunidad con los términos "egeiro" y "anástasis" que expresan la idea de levantar de la muerte, despertar a alguien de un sueño, suscitar, hacer surgir, arrancar, resucitar... El término «resurrección» indica levantarse, alzarse, resurgir, renacer y hace referencia a la acción de resucitar, de dar nuevo ser o nueva vida. Esta creencia sostiene que una persona puede recobrar la vida, un tipo de vida diferente a la anterior, después de la muerte. La resurrección constituye un símbolo de la trascendencia: desde la antigüedad, la resurrección se consideró el símbolo más indiscutible de la manifestación divina, ya que se suponía que el secreto de la vida no puede pertenecer más que a la divinidad. El judaísmo y el islam aceptan la existencia de la resurrección: se considera que sólo Dios es «el único señor de la vida y de la muerte»: Dios como señor de la vida y de la muerte. Para el cristianismo es el pilar de su fe.

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El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús

Poco tiempo después de la ejecución de Jesús en la cruz los discípulos que habían desaparecido y se habían refugiado en Galilea, están de nuevo sorprendentemente en Jerusalén (que no dejaba de representar para ellos un peligro) y se reúnen para formar la primera comunidad. Ese cambio inesperado está en conexión con el mensaje de que Dios había resucitado de la muerte a Jesús crucificado.

Todo el Nuevo Testamento, con plena uniformidad, sostiene la convicción, fundamental para él, de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

«Despertar», «levantar» son verbos con los que se describen acciones profanas y cotidianas (despertar/alzar/levantar del sueño, de una enfermedad o de una derrota), que los últimos libros del AT utilizan en sentido figurado como imágenes sugerentes de una realidad futura, que todavía no se había dado y que superaba todas las posibilidades mundanas: la resurrección corporal y escatológica2 de los muertos. Y desde luego como verbos sinónimos: porque Dios «despierta», suscita y «levanta» o hace alzarse a los muertos.

Con tales metáforas el NT expresa algo inaudito: eso que era una esperanza, se ha hecho ya realidad presente en Jesús de Nazaret.

Así, pues, el NT afirma la resurrección de Jesús como una realidad consumada, operada ya por Dios y revelada a determinados testigos. Los textos neotestamentarios pretenden testificar la resurrección de Jesús como un acontecimiento nuevo frente a la vida y la muerte de Jesús, que ha ocurrido realmente (como es la superación de la muerte física). De todos modos, con la «resurrección» de Jesús el NT no indica la reanimación de un difunto (como la de Lázaro, por ejemplo). No se trata, por tanto, de un retorno a las condiciones de existencia terrenas y comprobables empíricamente y a una vida de nuevo mortal; se trata más bien del paso a la forma de existencia definitiva junto a Dios, que a nosotros todavía se nos esconde. Lo que está en juego por consiguiente es el comienzo de una vida radicalmente nueva e indestructible.

Un testimonio que apunta al cambio y transformación de nuestra existencia. Incluye, además, la expectativa de la confirmación universal de lo testificado ante el mundo entero.

La resurrección de Jesús trasciende el marco de lo que se puede comprobar empíricamente. La resurrección de Jesús no es un hecho, que se pueda comprobar de un modo neutral y demostrar históricamente, sino sólo una realidad que la fe puede captar y experimentar. El historiador como tal no dispone de medios de conocimiento que le permitan verificar la resurrección de Jesús afirmada por los testigos neotestamentarios. La resurrección en este sentido queda en principio fuera del conjunto de sucesos comprobables históricamente. El dato extremo que puede alcanzarse en el plano de la metodología histórica es la fe pascual de los discípulos o, más exactamente, su afirmación unánime de la resurrección de Jesús. La afirmación de que unos testigos que han sido afectados y cambiados profundamente por el contenido de lo que testifican. Y lo certifican justamente con el cambio operado en su existencia; un testimonio que apunta al cambio y transformación de nuestra existencia y que incluye, además, la expectativa de la confirmación universal de lo testificado ante el mundo entero.

C. Las primeras tradiciones pascuales neotestamentarias

La afirmación testimonial de la resurrección, ya operada, de Jesús se encuentra en el NT bajo una doble forma: como fórmula confesional y como relato.

Las más antiguas confesiones de la fe pascual

Los testimonios más antiguos de la creencia en la resurrección de Jesús son giros y fórmulas, que proceden de los primeros años después de la muerte de Jesús («Dios ha suscitado a Jesús de entre los muertos», «lo exaltó», «le ha vivificado», «lo ha constituido en Mesías/Se­ñor/Hijo de Dios»; «Maranatha»).

  • Fórmula unimembre de confesión de fe en la resurrección:
    • Los giros «Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos» y tal vez más originario, «Dios, que ha suscitado a Jesús de entre los muertos», se remontan a los comienzos de la primera comunidad y obtuvieron amplia difusión desde los estratos más antiguos de la tradición a los más recientes. Estos giros tenemos que leerlos sobre el trasfondo de los predicados judíos de Dios, que exaltan al creador «que ha hecho el cielo y la tierra», «que os sacó de Egipto» y «Tú, que resucitarás/harás vivir a los muertos». Acto seguido da como resultado el enunciado de la fórmula: continuando su acción creadora en el mundo y su actividad redentora en la historia de Israel Dios ha actuado escatológicamente en Jesús muerto y le ha hecho vivir. De esta manera, Dios ha justificado al Jesús rechazado en apariencia y a sí mismo se ha demostrado como quien Jesús había afirmado y exigido -como dándole mayor crédito-: aquel Dios que en todas las circunstancias acoge, sostiene y salva a los dados por perdidos.
    • Así, pues, en el sentido fundamental y primario la fórmula primitiva de la resurrección hace una afirmación sobre Dios, su acción y su proximidad definitiva. Dios ha resucitado a Jesús crucificado, lo ha reconocido y ha refrendado su pretensión de ser el portador de la cercanía de Dios. Por lo tanto, en él ha actuado Dios y ha hablado de una manera definitiva.
  • La invocación «maranatha» y la proclama de la resurrección:
    • Desde el comienzo se entendió la Pascua no sólo como una confirmación retrospectiva del Jesús histórico, sino que al mismo tiempo como «exaltación» de Jesús hasta Dios y su constitución como mediador de salvación, de cuya aparición e intervención futuras se espera la salvación final.  Esto mismo se desprende de la antiquísima invocación aramea maranatha («¡Ven, Señor nuestro!») que ya empleaba la comunidad primitiva. Ese grito, en efecto, implora el pronto y salvador regreso de Jesús.
    • Con ello ocurre algo inaudito desde el punto de vista judío: de cara a la salvación la sinagoga sólo invocaba a Dios, nunca al Mesías. Aquí, sin embargo, Jesús aparece a la diestra de Dios, como una realidad de una importancia absolutamente única para nosotros y abiertamente divina: él es invocado, en su nombre se bautiza y todo ello por hombres judíos, que sabían perfectamente lo que significaba e implicaba el Shema («Escucha, Israel, Yahveh, nuestro Dios, es único»).
  • Configuración de la fórmula de la resurrección:
    • La vieja fórmula confesional de ICor 15,3-5.6s, transmitida por Pablo, es ya una composición desarrollada y muy compleja, que sin duda procede del judeocristianismo de lengua griega, de hacia el año 35 (y que tal vez hasta puede tener un trasfondo original arameo). Testifica la muerte y resurrección de Jesús como un acontecimiento salvífico: el Mesías crucificado «murió por nuestros pecados» y «fue resucitado al tercer día» (lo que no es un dato histórico, sino una expresión simbólica y teológica del giro salvífico establecido por Dios). Se certifica la muerte real de Jesús con la referencia a su enterramiento, y su Resurrección con la referencia a las apariciones a Cefas, los doce y otros a los que se les reveló.

El kerigma de la resurrección contenido en las antiguas fórmulas confesionales puede exponerse en forma reflexiva y razonada como hemos visto (sobre todo en ICor 15,12-28) o puede desarrollarse en forma narrativa.

Los relatos pascuales posteriores

Recopilan tradiciones anteriores, están recogidos en los evangelios y son obra de la segunda generación (entre los años 60 y 100 d.C). No son relatos experienciales e históricos con una reproducción protocolaria y documentada de los sucesos, sino más bien una proclamación posterior en forma de desarrollo narrativo de la confesión pascual («Jesús fue resucitado») y de la experiencia pascual de los primeros testigos («se apareció»).

  • El relato de la tumba:
    • La forma literaria más antigua del relato del anuncio pascual sobre la tumba abierta (vacía) se encuentra en Mc 16,1-8. Toda la narración está construida sobre el mensaje de la resurrección, que ya supone. Escenifica ese mensaje previo en el contexto del sepulcro y con recursos estilísticos de leyendas helenísticas de rapto (búsqueda del cadáver sin encontrarlo), que desde luego rompe de forma tajante la palabra estilísticamente extraña y por tanto significativa del ángel anunciante: «Ha resucitado».
    • Sólo después del anuncio de la resurrección habla éste de la imposibilidad de encontrar a Jesús en la tumba; es, pues, un signo que sólo a posteriori, confirma la realidad de la resurrección anunciada de Jesús, mas no la fundamentación de la fe en la misma; la tumba abierta (vacía) no desencadena la fe pascual, sino simplemente sobresalto. La historicidad de la tumba vacía es algo que está en discusión. Una tumba vacía resulta ambigua y por sí sola no constituye una prueba de la resurrección.
  • Los relatos de apariciones:
    • De «apariciones» de Jesús habla la tradición más antigua, anterior y coetánea de Pablo, sólo con giros breves y estereotipados («resucitó y se apareció a Cefas»). Los grandes Evangelios escenifican y desarrollan los datos de las apariciones que les han llegado por tradición con diversas variantes; de ahí las fuertes divergencias. Dado el estado de las fuentes, no es posible una reconstrucción del curso de los acontecimientos pascuales.
    • Los motivos principales de los relatos de las apariciones tienen una relevancia teológica. 1)Motivo capital, común a todos ellos, es el encuentro libre e indisponible del resucitado. Los demás motivos se dividen en dos grupos de narraciones. 2) En uno de ellos Jesús se aparece en figura reconocible, pronuncia palabras de recomendación -siempre reelaboradas redaccionalmente-, que fundamentan la misión de los discípulos en su condición de testigos, y les promete su presencia permanente (motivo de delegación). 3) En el otro grupo Jesús se presenta bajo apariencia no reconocible, y sólo más tarde y de forma repentina descubre su identidad (motivo del reconocimiento), a través de su manera de comer y por su modo de llamar. Estos relatos reflejan una situación posterior de las comunidades ya existentes y responden ya -en las figuras de los peregrinos de Emaús, del Tomás vacilante y de la Magdalena que llora- a la cuestión de cómo han podido llegar a la fe en el resucitado los que vinieron después y que no habían sido testigos presenciales de las apariciones. 4) En dos relatos de delegación o encargo se suma de forma secundaria el motivo apologético de la duda y de la prueba de identidad que supera dicha duda (Lc 43; Jn 20,19s.24-29). Sirve para rechazar una concepción helenística de la resurrección (puramente espiritual y doceta3).
    • El sentido profundo es que el resucitado continúa llevando las huellas de la pasión, sigue siendo el crucificado; es a él justamente a quien ahora se le contempla en la gloria de Dios.

Anterior a todos los relatos pascuales es el inequívoco convencimiento de los primeros cristianos de que Jesús, el crucificado, había sido resucitado y exaltado, se había encontrado con sus discípulos, los había llamado a ser sus testigos y les había prometido su asistencia permanente. La primera comunidad cristiana se fundamenta ya en esa convicción.

VOCABULARIO:

  • Escatología: Del griego 'éskhata', que significa "cosas últimas". Hace referencia a “los finales” o “las últimas cosas”. Tiene que ver con los tiempos finales, la consumación de toda la historia.
  • Torá: La Torá, lit., «instrucción, enseñanza») es el texto que contiene la ley y el patrimonio identitario del pueblo israelita. Para el judaísmo, la Torá es la Ley del pueblo judío. Constituye la base y el fundamento del judaísmo
  • Docetismo: der. de δοκεῖν dokeîn 'tener apariencia, parecer'. Atribuye a Cristo un cuerpo tan solo aparente (dokeo = parecer o aparecer) y niega por tanto diversas cuestiones relativos a la encarnación.

H. KESSLER: El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús, en Manual de cristología.

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Ver también: La cosmovisión hebrea como horizonte de comprensión de Jesús y el cristianismo


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