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La resurrección de Jesús de Nazaret en el contexto de la cultura hebrea

La resurrección de Jesús, pilar fundamental en el origen del cristianismo

La creencia en la «resurrección» de Jesús se ha convertido en una cuestión crucial para la reflexión teológica contemporánea. Situada como convicción fundamental en el corazón mismo de la fe, su carácter fronterizo entre la historia y la escatología, entre la muerte física visible y el más allá trascendente e invisible, hace que su interpretación esté profundamente sometida a los cambios culturales.

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Desde siempre el espíritu humano ha buscado dar sentido a cuanto vive y a todo lo que le rodea. Desde el principio ha intentado comprender el universo, su propia existencia. Las preguntas sobre la realidad ahí están. Y ante ellas el ser humano ha intentado hallar respuestas. El mito, la religión, la filosofía o la ciencia son creaciones humanas que pretenden responder a la pregunta por el sentido de la realidad. El ser humano, a su paso por la tierra, y a través del tiempo, ha dejado su huella material, pero también ha recreado por deducción lógica mundos paralelos. A lo largo de la historia de la humanidad, se han creado grandes y diversos relatos sobre la creación y la vida, conceptos sobre la existencia paralela de otra dimensión, que es creadora y dadora de todo lo existente en el mundo terrenal. Así, tenemos metarelatos como el cristianismo, el budismo, el islamismo, que más allá de sus diferencias, comparten principios basados en valores universales como el amor y la convivencia pacífica. Sin duda, también un universo mágico sustentado en la fe.

Una «cosmovisión» es un conjunto de presuposiciones que sostenemos acerca de la constitución básica de nuestro mundo, de la vida, de la existencia, del sentido último de la existencia y del Universo… es ante todo una explicación y una interpretación del mundo, una aplicación de esta visión a la vida. Las cosmovisiones son concepciones, suposiciones, premisas e ideologías de un grupo sociocultural que determinan cómo perciben el mundo. Las funciones principales de la cosmovisión consisten en explicar, validar, proveer refuerzo psicológico, integrar y adaptar los diversos elementos que constituyen la realidad. Algunos de los componentes que se encuentran en todas las «Cosmovisiones»: ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Cómo se explica la naturaleza humana? ¿Qué le ocurre a una persona al morir? ¿Cómo se determina lo que está bien y lo que está mal? ¿Cómo saber que uno sabe? ¿Cuál es el sentido de la vida, de la historia, del Universo? Algunas de las cosmovisiones más influyentes del pasado y del presente: el Teísmo Cristiano, el Deísmo, el Naturalismo, el Nihilismo, el Existencialismo, el Panteísmo Oriental y la Nueva Era o Nueva Conciencia. Pero las «cosmovisiones» no son estáticas, són dinámicas, son históricas, van evolucionando, se van transformando. Todo lo que podamos decir, pues, sobre este conjunto de cuestiones y sobre otras muchas está y estará siempre históricamente condicionado, expresado a través de los lenguajes expresivos propios de la cosmovisión imperante en cada uno de los momentos históricos.

La helenización y la necesidad de des-helenización de la cosmovisión cristiana. El cristianismo es la religión más intercultural que ha existido, la que más ha sabido adaptarse a las diferentes culturas y los diferentes tipos de pensamiento. El marco religioso del cristianismo primitivo, en lo que se refiere a su trasfondo no judío, es muy amplio. Podemos centrarlo en tres grandes apartados: la influencia de concepciones iranias en la teología judía helenística y su consecuente paso al cristianismo; el posible influjo de concepciones filosóficas helenísticas (especialmente estoicismo y platonismo vulgarizados) y el efecto moldeador que la religiosidad y terminología de las religiones de misterios pudieron ejercer sobre el cristianismo. El cristianismo primitivo protagonizó un penetrante proceso de "inculturación" en el mundo griego. ("Inculturación": proceso de integración de un grupo social en la cultura y en la sociedad con las que entra en contacto / el esfuerzo realizado por las primeras comunidades cristianas por hacer penetrar el mensaje de Cristo en un determinado medio socio-cultural). Una serie de factores determinaron la forma final de la tradición cristiana, en ella la civilización griega ejerció una influencia profunda en la mente cristiana. El kerygma, mensaje, cristiano no se detuvo en el interior del territorio de Palestina sinó que superó su exclusivismo y su aislamiento local y penetró en el mundo circundante, mundo dominado por la civilización y la lengua griegas. El cristianismo se fraguó en el seno de una cultura y una cosmovisión muy helenizadas en cuyo seno el dualismo platónico estaba muy asentado entre las gentes del s.I d.C. El proceso de cristianización del mundo de habla griega dentro del Imperio romano no fue de ningún modo unilateral, pues significó, a la vez, la helenización del cristianismo. Con el uso del griego penetra en el pensamiento cristiano todo un mundo de conceptos, categorías intelectuales, metáforas heredadas y sutiles connotaciones.

Esas concepciones se han ido arrastrando históricamente y algunos restos todavía perduran hasta nuestros días. Así le sucedió al cristianismo en sus orígenes y así le ha ocurrido también a lo largo de su historia: el relato construido y predominante en cada momento histórico, los constructos culturales, los lenguajes utilizados para expresarlos, los géneros literarios empleados, la conceptualización manejada y la categorización utilizada, ha sido la propia de cada época histórica. En sus orígenes se produjo una fecundación mutua bidireccional entre la mentalidad judía y la filosofía helenística imperante en aquel momento. El cristianismo enriqueció con sus ideas las ofertas filosóficas que predominaban en el s. I d. C. Pero al mismo tiempo al inculturalizarse en el mundo helenísitco fue impregnado de ideas, categorías y conceptualizaciones que no siempre provienen plenamente de la Biblia o directamente de Jesús, además de posteriores adherencias culturales a través de los padres de la Iglesia o primeros concilios también hijos de la cultura de su época. La cosmovisión cristiana actual continúa impregnada de excesivas adherencias helenísticas. En este sentido el cristianismo actual tendría que reformular su cosmovisión con categorias más acordes con la cultura de nuestros días y purificar esas adherencias histórico-culturales existentes en conceptos como, por ejemplo, pecado, redención, salvación, inmortalidad del alma, vida eterna, resurrección de los muertos, final de los tiempos, juicio final, alma, espíritu, cielo, infierno, etc. El cristianismo tiene pendiente, pues, una importante labor de purificación en su relato, en su lenguaje, en la categorización conceptual, en su cosmovisión en general. Para hacerse comprender por el mundo de hoy, un mundo secularizado, descristianizado, increyente, ateo o agnóstico, el cristianismo tiene que “deshelenizarse”. Tiene que reformular su cosmovisión y expresarla con categorías epistemológicas y un lenguaje inteligibles para la sociedad y el mundo actual. Así por ejemplo, tradicionalmente entre nosotros ha predominada una visión dualista y negativa de la vida. Desde ese punto de vista, la salvación, la auténtica liberación, es en esencia ultramundana y no se puede encontrar en este cuerpo, en esta carne ni en esta vida. La contraposición entre “carnal” y “espiritual”, por ejemplo, no es judía propiamente, sino que corresponde ante todo a una mentalidad influenciada por el platonismo vulgarizado, propia del siglo I, y a una atmósfera propia también de lo que podríamos denominar “inicios de un pensamiento gnóstico”. La carne es pecado, el sexo es pecado, lo terrenal es impuro, y el cuerpo es también pecaminoso. Eva es el origen del pecado, y por ello, terminó convirtiendo a la mujer, el cuerpo, la carne, la naturaleza y la sensualidad en un verdadero tabú. Todo un relato que tiende a focalizar la vida plena en un plano superior, en un más allá, afirmando que somos ciudadanos del cielo y que «su reino no es de este mundo». El camino ascendente ha sido el camino recomendado por la Iglesia para alcanzar las virtudes y la salvación, un camino que aconsejaba no acumular ningún tipo de tesoros en esta tierra porque, según ella, en esta tierra no hay nada que merezca ser atesorado. Desde esa perspectiva, no es posible alcanzar la liberación o la salvación en esta tierra, en esta vida. La vida está bien, pero las cosas realmente importantes sólo ocurrirán cuando usted muera, es decir, cuando usted abandone esta tierra. Existe, sin embargo, también un paradigma no teísta: la modernidad no acepta la imagen de un Dios en las alturas, que dirige desde los cielos el devenir del cosmos y de toda la humanidad. La ciencia rechaza la visión de los dos estratos, el de arriba lugar de estancia del Dios Omnipotente, y el de abajo donde vivimos los humanos y los demás seres del universo. Hoy día se va abriendo paso una visión de la Realidad en la que Dios existe en la profundidad del ser, es la fuente de la vida y del amor. Existe un solo estrato, el cosmos, que avanza dirigido por la energía evolutiva cósmica hacia la plenitud de todos los seres y de todo el universo.

Las nociones de «inmortalidad» y las creencias en torno a la «vida de ultratumba» estaban muy presentes en la religiosidad antigua. La idea de la inmortalidad del alma es una idea griega, en principio ajena a la antropología bíblica. La concepción bíblica del término «resurrección», ​ que experimentó una aparición lenta a través de la Biblia hebrea, de los libros griegos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y que continúa presente en el judaísmo, en el Cristianismo y en el Islam, no tiene punto de comparación con el ideario antiguo de inmortalidad típico de la concepción griega. En la tradición bíblica la creencia en la existencia de vida más allá de la muerte emerge entendiéndose como rescate del šeol, en algunos casos concretos como retorno a la vida anterior, y luego como continuidad en la vida eterna de toda la persona. El concepto de «resurrección» termina por asumir con el cristianismo su acepción por antonomasia: la resurrección de Jesucristo, resultante de la experiencia de la Pascua, de la cual sigue por extensión la resurrección de los demás seres humanos. Este punto, debatido desde las primeras comunidades seguidoras de Jesús de Nazaret hasta nuestros días, es -sin dudas- el centro y piedra angular de la fe cristiana, tal como lo expresó taxativamente Pablo de Tarso a la comunidad griega de Corinto, renuente a creer en la resurrección de los muertos: "Si Cristo no resucitó, vacía es nuestra predicación, vacía es también nuestra fe" (I Corintios 15:14).

La creencia en la «resurrección» de Jesús, siendo como es un pilar fundamental del cristianismo, se ha convertido en una cuestión crucial para la reflexión teológica contemporánea. Situada como convicción fundamental en el corazón mismo de la fe, su carácter fronterizo entre la historia y la escatología2 (conjunto de eventos esperados para el final de los tiempos), entre la muerte física visible y el más allá trascendente e invisible, hace que su interpretación esté profundamente sometida a los cambios culturales. Hoy la visión moderna del mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no actúa materialmente en la historia, considera que este tiene su propia dinámica y se rige por sus propias leyes, por unas leyes que son autónomas, que escapan a todo intervencionismo externo y que todo lo que hace referencia a Dios debe ser considerado como perteneciente al ámbito de lo subjetivo. Para la reflexión teológica contemporánea que se sitúa en esa línea, las representaciones figurativas que poblaban el “imaginario colectivo” han caído ya en desuso o están a punto de hacerlo, puesto que nos encontramos en un nuevo marco cultural que ha superado el literalismo mítico y que no concibe ya la presencia activa de Dios como una irrupción física y accesible a los sentidos. "La institución eclesial y la teología oficial siguen encerrando el anuncio pascual, el mensaje de la resurrección, la buena noticia de la Vida en imágenes, conceptos, cosmovisiones del pasado: la resurrección como un hecho físico ocurrido al tercer día, la desaparición milagrosa del cadáver, la aparición igualmente milagrosa y selectiva de Jesús resucitado solo a algunos… Es como seguir diciendo que este mundo maravilloso fue creado en seis días, que el ser humano apareció en nuestro planeta por una intervención divina “especial” o que el sol gira en torno a la Tierra. La resurrección no sucede en nuestros parámetros de tiempo y lugar. No es temporal ni intemporal, sino transtemporal. No es espacial ni a-espacial, sino transespacial. No es histórica ni a-histórica, sino transhistórica. No la podemos imaginar, porque nuestras neuronas solo pueden imaginar 3 dimensiones. La Resurrección o Dios o el Espíritu Vital no se pueden encerrar en nuestras 3 dimensiones ni en todas las otras que pudiéramos conocer o manejar" (José Arregi).

Desde esta perspectiva la «resurrección» de Jesús testimoniada por sus discípulos, aunque real, no se puede considerar como un hecho “histórico”, dado que es un acontecimiento no accesible en si mismo a los métodos de la ciencia. Hoy para muchos exégetas ya no es aceptable una interpretación literalista de los textos bíblicos, ni representaciones “míticas” proponiendo soluciones de tipo “sobrenaturalista” a base de acontecimientos “milagrosos” donde el resucitado pueda ser materialmente visto y tocado. La cuestión es: ¿Cómo se llegó por parte de sus discípulos a la fe en la resurrección del Nazareno? A la hora de buscar una explicación razonable y compatible con el estado actual de los conocimientos fruto de la investigación histórica moderna, esa reflexión se debate entre dos grandes polos: buscar la explicación en la continuidad histórica entre las esperanzas suscitadas por el seguimiento de Jesús en vida y la creencia en su resurrección o admitir la existencia de un “algo” tras su muerte, inesperado por los discípulos y sobrevenido, como el impulso decisivo que provocó ese dinamismo desbordante basado en la creencia, en la fe, en la resurrección de Jesús, que explique la ruptura que supuso el fracaso de la muerte en cruz y el inexplicable dinamismo demostrada por la primera comunidad cristiana tras su muerte...  Y por tanto, se busca otro tipo de “explicaciones” a convicción y afirmación tan firme, unánime y contundente entre las primeras comunidades cristianas.

Si se supone que la cruz representó la crisis crucial de la fe de los discípulos en aquél a quien habían seguido y en quien habían creído, cómo explicar la ruptura de esas esperanzas que se produjo tras la muerte de Jesús en cruz y la posterior creencia en el Crucificado resucitado. Para algunos investigadores el uso de la hipótesis de un “algo”, inesperado y sobrevenido, de un impulso desencadenante inicial, que tras la crisis radical experimentada por su fracaso en la cruz provocara el desbordante reinicio de la vida comunitaria de los seguidores de Jesús tiene su origen en intereses sistemáticos y dogmáticos… mientras que otros encuentran más razonable la hipótesis de buscar la explicación de ese explosivo reinicio de la vida comunitaria en una continuidad entre las esperanzas vividas por los discípulos suscitadas por el Jesús terreno y la creencia y fe en su resurrección pascual. Sin embargo, el prestigioso teólogo alemán de la Universidad de Francfort, Hans Kessler, afirma: “Una explicación puramente psicológica es incompatible con la seriedad y el alcance religioso de los textos. Las apariciones pascuales del resucitado no deben concebirse como visiones”. Superada la interpretación literalista tradicional y frente a una mentalidad exacerbadamente empirista (que defiende que tan solo puede ser tenido como “real” aquello que muestre evidencias empíricas), la nueva etapa en la reflexión teológica contemporánea sobre el tema se centra en una reinterpretación global de los datos al respecto. Entre esas dos grandes posturas reseñadas, hoy nos centramos en la primera de ellas.

La cuestión de la resurrección en la tradición judía

La religión ha intentado dar respuestas a las preguntas que se hacían los seres humanos y para las que no encontraban una explicación satisfactoria. Básicamente son dos: ¿de dónde venimos?, es decir, quién nos ha puesto aquí, y qué hay más allá de la muerte. Las nociones de inmortalidad y las creencias en torno a la vida de ultratumba estaban muy presentes en la religiosidad antigua. En opinión de A. Piñero si los textos judíos, desde el s. II a.e.c. hasta el s. I e.c. exhiben una variada gama de concepciones de la vida post mortem, no fueron menos diversas las representaciones griegas del destino del hombre tras la muerte, algunas de las cuales presentan obvias analogías con las creencias cristianas sobre la resurrección. La necesidad de «salvación» era una idea muy extendida en la antigüedad. En las religiones mistéricas del mundo clásico, por ejemplo, había casos en los que se les ofrecía a los fieles la participación en la vida futura proporcionada por una divinidad que moría y revivía. Esa idea ya estaba presente en todo el mundo mediterráneo del siglo primero de nuestra era. La promesa de una vida eterna tras la muerte, y que los pecados de todos han sido lavados por el sacrificio vicario de un dios hecho hombre es una oferta que en aquel tiempo y en aquel entrono difícilmente se podía rechazar.

En la tradición judía sólo de modo esporádico, y durante y después del Exilio de Babilonia siglo VI a.C. se inician tímidamente algunos tanteos. En el judaísmo antiguo, hasta finales del siglo III a.C. no existía entre la generalidad del pueblo judío ni una ni otra concepción: ni la inmortalidad del alma, ni mucho menos la resurrección del cuerpo. No se hablaba estrictamente de inmortalidad del alma ni mucho menos de resurrección de los cuerpos. El horizonte de la vida es el que media entre el nacer y el morir, y no hay otro. Todo acababa en esta vida. En realidad, lo que sí aparece en un determinado momento en la Biblia hebrea es la necesidad de una cierta vida de ultratumba de modo que la justicia divina equilibre las injusticias de la vida en la tierra. La noción de la inmortalidad del alma aparece tardíamente en escritos del Antiguo Testamento, muy probablemente por influjo directo de la religiosidad y filosofía helénicas en tierras israelitas, a partir de la muerte de Alejandro Magno, 323 a.C. Lo que verdaderamente impulsa la idea de la resurrección fue la necesidad muy sentida entre los justos de Israel de una retribución divina, completa y adecuada, a la actuación de los impíos en esta vida y al sentimiento de fracaso del justo oprimido. Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. A consecuencia de la helenización de Palestina en la religión judía se produce un gran salto en el ámbito de los temas teológicos que afectan al mundo del más allá: la retribución en una vida que no es de este mundo, en otra vida, y sobre todo la creación de un concepto totalmente nuevo en las religiones de su entorno: la creencia en la resurrección de los cuerpos.

La cuestión de la resurrección en la época de Jesús de Nazaret: en la época de Jesús de Nazaret, los judíos creían en buena medida en la futura resurrección de los muertos, pero esta se esperaba para el final de los tiempos, aunque coexistían actitudes variadas y era tema de debate. Los fariseos, un popular movimiento religioso dirigido por los rabinos, señaló su creencia en una resurrección que vendría en el fin de los días a partir de textos bíblicos tales como Isaías 26:19 y Ezequiel 37:5,12 y la consideraba como un parte clave de la Era Mesiánica, mientras que sus oponentes, los saduceos, no sostenían estas creencias. En efecto, tanto los fariseos como los esenios sostenían su firme apoyo a la otra vida, mientras que los saduceos la negaban. La esperanza y la creencia por parte de los esenios en una vida después de la muerte y en la resurrección están explícitas en algunos manuscritos del Mar Muerto encontrados en las cuevas de Qumrán. El Nuevo Testamento y el historiador judío Flavio Josefo amplían considerablemente el número de alusiones a la resurrección. A los manuscritos de la época que certifican dicha creencia, se puede añadir otro tipo de pruebas, como la epigrafía. Existen numerosos epitafios en tumbas judías de la época que evidencian la creencia ya asentada de la resurrección de los muertos.

La creencia en un futuro fue un tema largamente debatido entre los judíos religiosos durante el período histórico que vio el surgimiento del cristianismo como una religión distinta al judaísmo de la época. En el contexto del judaísmo de finales del Segundo Templo (c. 516 a. C.–70 d. C.), la resurrección de los muertos era una doctrina sostenida por la mayoría de los judíos palestinos del siglo I.

¿Cómo se concibe esa resurrección?

En el pensamiento judío la resurrección se concibe como un resurgimiento integral de toda la persona y está en función de su concepción antropológica. La creencia en la resurrección de los cuerpos es muy judía, pero totalmente extraña a las nociones sobre la vida ultraterrena de griegos y romanos. La estricta noción de la “resurrección de la carne” no se hace clara en el pensamiento judío hasta los años de la revolución macabea, hacia el 165 a.C., época de composición del Libro de Daniel 12,2: “Muchos de los que duermen en el polvo se despertarán…”. La antropología semita no es dualista, no separa la persona en alma y cuerpo como lo hará después el mundo griego. Para los griegos el alma era casi unánimemente considerada espiritual y por tanto no sujeta a la muerte. El cuerpo, por el contrario, es considerado puramente material y sujeto a la generación y a la corrupción. Para los griegos de admitir la resurrección, esta se refiere estrictamente al cuerpo puesto que consideran que las almas no pueden resucitar dado que según ellos son inmortales; el cuerpo fenecido sí. La antropología semita-hebrea, por el contrario, es de tipo monista (es decir, el ser humano es entendido como un todo, único, global, indivisible en partes). En la tradicional concepción antropológica hebrea se considera al ser humano como unidad indisociable de cuerpo y hálito vital. Las creencias judías y cristianas estás basadas en una comprensión monista del ser humano como un todo unificado en el que cuerpo y almas no son componentes separados sino diferentes aspectos de la totalidad (Ver aquí). Considera el ser humano como un unicum, un ser carnal animado, una realidad psicofisiológica-psicosomática única, donde sólo la razón puede distinguir artificiosamente en partes que se hallan en realidad indisolublemente unidas. Según ella el ser humano es cuerpo, y este es la mediación de la persona en su relación expresiva y comunicativa con el mundo y con Dios. El mundo semita en general y dentro de él la cultura hebrea no da pie a establecer ninguna diferencia sustancial entre alma y cuerpo. La corporeidad humana tiene una constitución temporal. Para la mentalidad semita, la dimensión corporal pertenece a la biografía constituyente del ser humano y éste ni ha sido ni será (en caso de nueva vida tras su muerte) al margen de esa materia.

Para los judíos la resurrección con el cuerpo incluido era la única puerta para la vida después de la muerte. En contra de la opinión general de los griegos, pensaron los judíos más religiosos que en la vida de ultratumba no habría de participar sólo el alma de los humanos (para los judíos esto supondría una mutilación del hombre tal como había sido creado por Dios en este universo), sino también su cuerpo. En la época de Jesús las gentes estaban más o menos preparadas para aceptar la idea de la resurrección de los cuerpos. En el siglo I todos los creyentes judíos estaban convencidos de que al final de los tiempos, que sentían como próximo, en la era mesiánica, e inmediatamente antes de la llegada del reino de Dios habría una resurrección general de los muertos, que se levantarían para que quienes fueran justos entraran en el reino mesiánico, o bien para que los malvados sufrieran una condenación eterna. Había también otros que sostenían que sólo resucitarían los justos, es decir, los judíos fieles y unos pocos paganos que hubieran observado perfectamente la ley natural (= El Decálogo, en líneas generales). Los individuos, como Filón de Alejandría que sostenían una vida ultraterrena del alma sola, sin el cuerpo, eran muy raros entre los judíos y se les veía como demasiado influenciados por el helenismo.

Pero no entraba en las ideas de los judíos el que un ser humano justo resucitara como ser único antes de la resurrección general esperada para el final de los tiempos. Y este fue el caso insólito de Jesús de Nazaret. Esto supuso una mutación notable en las creencias de los seguidores de Jesús respecto al judaísmo en general. Muchos estudiosos del tema postulan que “algo” asombroso hubo de ocurrir en realidad para que los discípulos de Jesús sostuvieran esta idea así como otras que eran también una notable variante de la creencia general de sus paisanos.

La resurrección de Jesús, un acontecimiento insólito

Entre el año 33 d.C. en que Yeshua bar Yosef (Jesús, el hijo de José) es crucificado y en torno al 54 en que Pablo de Tarso escribe la 'Epístola a los Corintios', se produce "uno de los procesos más sorprendentes y de mayor alcance de la historia de la humanidad": la creencia de que un hombre ha resucitado, emerge la creencia de que un muerto en una cruz romana había resucitado.  Los primeros cristianos proclamaron a Jesús como el Cristo resucitado, como se registra en los primeros escritos como las cartas de Pablo. En su primera epístola a los corintios (1 Corintios 15:1-8), Pablo recita un credo que dice que recibió en su conversión. Esta tradición Pablo parece ser que la ‹recibió› en Damasco, aproximadamente en el 34 d.C. Además de los escritos de Pablo, la predicación del apóstol Pedro en los Hechos de los Apóstoles, que se cree ampliamente que refleja la más primitiva predicación aramea judeocristiana, declara que Jesús murió y fue resucitado por Dios, y que los apóstoles fueron testigos de esta resurrección.  La resurrección de Jesús, o mejor, la firme creencia en ella por parte de sus seguidores, al principio decepcionados por la cruel e infamante muerte de su Maestro, es fundamental para el nacimiento y desarrollo de la religión cristiana, fundamentada sobre la firmísima idea de que Jesús había muerto ciertamente, pero había sido luego vindicado por Dios, exaltándolo a los cielos.

La historicidad y origen de la creencia en la resurrección de Jesús ha sido objeto de la investigación y el debate histórico, así como un tema de discusión entre los teólogos. Los relatos de los Evangelios, incluyendo la tumba vacía y las apariciones del Jesús resucitado a sus seguidores, han sido interpretados y analizados de diversas formas, y se han visto de manera diversa, como relatos históricos de un evento literal, como relatos exactos de experiencias visionarias, como parábolas escatológicas no literales, y como fabricaciones de los primeros escritores cristianos, entre varias otras interpretaciones. Muchos estudiosos del tema a la hora de buscar explicación a tan firme convicción postulan que «algo debió pasar» para que los apóstoles, que habían huido cobardemente de Jerusalén durante la pasión de Jesús, volvieran a los pocos días llenos de ardor a predicar que Cristo había resucitado; lo que pasó, según dan testimonio sus seguidores, fue que el que había muerto en la cruz, resucitó. La resurrección de Jesús es un hecho acaecido en la historia y en nuestro mundo. No es un mito. Jesús resucitó con su cuerpo, pero a una vida no ya de este mundo, sino en Dios.

El testimonio neotestamentario: ¡Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos!

La convicción de que verdaderamente Dios ha resucitado a Jesús para nuestra salvación es el contenido y presupuesto explicitado en todo el NT. No es que en el encontremos afirmaciones que hablen aisladamente de la resurrección, sino que ella es el presupuesto de todos los relatos históricos, de todas las confesiones de todo el anuncio a los paganos, de todas las discusiones con judíos, de su relectura del AT, de la propia existencia de la primitiva comunidad cristiana y de su acción misionera. Por la resurrección se forma la comunidad primitiva, obligando a repensar la anterior historia de Jesús y a releer el AT en nuevas claves; identifica a Jesús como el Mesías y funda objetivamente el cristianismo. La resurrección de Jesús de Nazaret (considerado por sus seguidores como El Mesías esperado, el Cristo) se interpreta como revelación definitiva de Dios y garantía de la resurrección universal de los hombres, funda la identidad del cristianismo. Para las primeras comunidades cristianas, ella revela a Dios como Dios de vivos y al hombre como creatura destinada a compartir su vida eterna.

Diversos textos contienen la misma fórmula fija: «Porque, si crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,9); «Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hech 3,15); «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero» (Hech 5,30); «Pero Dios le resucitó de entre los muertos»

Hech 13,30: 29Y cuando llevaron a cabo todo lo que estaba escrito sobre él, lo bajaron del madero y lo depositaron en un sepulcro. 30Pero Dios lo resucitó triunfante de la muerte. 31Él después se apareció durante un buen número de días a quienes lo habían acompañado desde Galilea a Jerusalén. Ellos son ahora sus testigos ante el pueblo.

Hech 2,24: 23Este fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y, por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz. 24Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio.

Hech10,40: 39Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo de un madero, 40pero Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera, 41no a todo el pueblo, sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios, que comimos y bebimos con él después de su resurrección.

Hech 4,10: 10Sepan, pues, todos ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre está aquí delante de ustedes, sano gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes, pero resucitado por Dios.

Ef 1,20: Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz 20que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales

1Cor 15,15: 15Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido si en verdad los muertos no resucitan. 16Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. 17Y, si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados.

1Cor 6,14: 14Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros.

1Cor 15,4: 3Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, 4que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras,

En estos textos, subyace una fórmula fija: «¡Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos!». Esta fórmula la podemos considerar el credo más antiguo. Ella está en relación con la fe, la creencia en la resurrección de los muertos, es decir, la resurrección universal, creída por muchos judíos, pero esperada para el final de los tiempos. Para sus discípulos Jesús, en cambio, ha sido resucitado por Dios «de entre» los muertos, es decir, la resurrección universal se ha adelantado en Jesús: en él se cumple y con él comienza el último escaton de la historia humana, el final de los tiempos. Había la creencia generalizada de que en la etapa final se produciría la intervención de Dios de modo especial, como en la primera época. En ella se restablecería el orden producido por el mal y el pecado humano. Tenían la sensación de que se encontraban en la Era del Mesías y que esa etapa final había llegado.

Esa aclamación está en continuidad con las fórmulas del Antiguo Testamento que exaltan al Creador que hizo el cielo y la tierra; que nos sacó de Egipto; que da vida a los muertos, etc. Y revela también la identidad de Dios mismo: es una afirmación sobre Dios y sobre su acción. Dios Padre, que se revela por su modo de actuar, pasa a ser conocido como «Aquel que resucitó a Jesús». Así, por ejemplo, en Rom 8,11: «Y si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros».

¿Por qué se originó el cristianismo?

¿Cómo explicar que después de la vergonzosa crucifixión, los seguidores de Jesús no se dispersaran, sino que surgiera una comunidad llena de empuje y vitalidad? La cruel y humillante crucifixión debía haber tenido como efecto la disolución del pequeño grupo de seguidores de Jesús. Un crucificado era alguien maldito por Dios. Pero los datos históricos afirman el nacimiento de un grupo de gran dinamismo, vitalidad y entusiasmo. Algo debió suceder entre la muerte de Jesús y el casi inmediato surgimiento de una comunidad llena de vida. Tanto la crucifixión como el fulminante nacimiento de la primera comunidad son datos históricos verificables. Pero, ¿qué pasó entre estos dos sucesos? Hay una fuerte discontinuidad entre el resultado (la comunidad) y sus antecedentes (la crucifixión). ¿Qué pasó entre medio? La respuesta de los primeros cristianos a estas interrogantes es la resurrección y la efusión del Espíritu Santo.

Actualmente hay consenso en torno a la historicidad de la convicción acerca de la resurrección. Eduard Schweitzer afirma: «Como historiadores, sólo podemos avanzar hasta la fe de la Iglesia primitiva». Por su parte, R.H. Fuller declara: «Que los discípulos llegaron a creer en la resurrección de Jesús en el término de algunas semanas después de la crucifixión constituye uno de los hechos indiscutibles de la historia», y, por tanto, «un hecho en el cual creyentes y no creyentes deben estar de acuerdo». Mientras que John Meier escribe: «Que hubo testigos conocidos por su nombre que afirmaban que el Jesús resucitado se les había aparecido... y que algunos de estos discípulos entregaron su vida por la verdad de sus experiencias de la resurrección... todo ello son hechos históricos». Es decir, que los primeros discípulos creyeron en la resurrección es un dato histórico y verificable: «Es casi imposible discutir que en las raíces históricas del cristianismo yacen unas experiencias visionarias de los primeros cristianos, que las comprendieron como apariciones de Jesús, resucitado por Dios de entre los muertos».

El historiador, aun el no creyente, debe reconocer al menos dos cosas: que Jesús fue vergonzosamente ejecutado en la cruz, y que pocos días después de su muerte algunos de sus seguidores estaban convencidos de que Dios lo había resucitado y lo había exaltado a su derecha. La comunidad pascual nace de la convicción de que Dios resucitó a Jesús. Pero ¿Por qué creyeron en la resurrección? ¿Porque Jesús resucitado se les apareció «dándoles muchas pruebas de que vivía» (Hech 1,3), o porque tuvieron alucinaciones y se engañaron?

Algo nuevo y poderoso debió suceder entre la crucifixión de Jesús y la fe pascual de la comunidad que explique esta profunda transformación de los discípulos. Las causas del nacimiento del cristianismo hay que buscarlas en la experiencia pascual de «ver» a Jesús resucitado. El encuentro con Jesús resucitado debió ser una experiencia tan poderosa, fuerte y elocuente como para fundamentar un cambio tan radical en los discípulos, tal como el que se puede observar históricamente. Un efecto tan grande exige una causa también grande. Para una parte importante de los estudiosos una simple impresión interior no basta como para sostener la tremenda transformación operada en los discípulos.

¿Cómo explicar esta transformación?

La resurrección hace comprensible el nacimiento de la comunidad cristiana, pero no justifica por sí misma la identidad de los primeros cristianos. La resurrección justifica el hecho del nacimiento de la nueva comunidad, pero no explica por qué nació tal comunidad, es decir, la fisonomía de una comunidad con tales y cuales características. ¿Cómo se explica que judíos piadosos, formados en el monoteísmo, transformaran su práctica religiosa al punto de rendirle culto a Jesús? ¿Por qué, a pesar del particularismo judío, comenzaron a predicar la Buena Noticia a los gentiles poniendo a Jesús por encima de la Ley de Moisés? ¿Qué motivó el contenido de esta radical transformación en la estructura de la religiosidad de estos primeros judíos que creyeron en Jesús?

En síntesis, lo observable históricamente es la humillante crucifixión de Jesús y el casi inmediato surgimiento de una comunidad que proclama la resurrección de Jesús, que rinde culto al Señor Jesús y lo ubica por sobre la Ley y el Templo, que emprende una enérgica acción misionera y que está dispuesta incluso al martirio. ¿Cuál es el fundamento de lo que podemos observar?

En los últimos años, se puede observar varias tendencias entre los autores que han enfrentado el tema de la resurrección. Si bien los estudiosos más radicales tienden a vaciar el contenido de la resurrección, reduciéndolo a afirmaciones como: «Jesús siguió siendo significativo para los discípulos», o «la causa de Jesús continúa», los más moderados, que actualmente son la mayoría, admiten que la resurrección es algo que sucedió a Jesús mismo. James Dunn puntualiza: «Por 'resurrección' los discípulos comprenden que algo sucedió a Jesús mismo. Dios lo ha resucitado a él, y no sólo que los ha confortado (transformado) a ellos».

Entre los estudiosos de la resurrección de los últimos años, se puede describir las siguientes tendencias generales: Se reconoce como un dato histórico seguro que, pocos días después de la crucifixión, algunos discípulos estaban convencidos de que Jesús estaba vivo. Han disminuido notablemente los intentos por explicar naturalísticamente la resurrección. La historicidad de la tumba vacía es admitida por la mayor parte de los expertos. (El hecho de que los primeros testigos sean mujeres, que no tenían capacidad para testificar ante un tribunal, juega un importante papel. Si alguien, en el siglo I, hubiera inventado un relato para hacer creíble la resurrección, hubiese compuesto una narración con testigos culturalmente fidedignos). Hay casi unanimidad en considerar el primer anuncio de la resurrección (1Cor 15,3-8) como prepaulino y afirmar que Pablo lo recibió en su visita a Jerusalén. Muchos estudiosos reconocen, además, que hay material tradicional también en los Hechos. La mayoría afirma que la resurrección de Jesús es de algún modo corporal, si bien suponen diversos modos de comprender la corporalidad de Jesús resucitado.

La experiencia de la resurrección: la fe en la resurrección, una opción razonable

Entre la cruz y la fe pascual se ubica la experiencia, que tuvieron algunos discípulos, de encontrarse con Jesús resucitado.  La resurrección es un acontecimiento real, que sucedió en la historia y trasciende la historia. Si bien no puede ser observada directamente, dejó huellas históricas verificables en un lugar y en un tiempo determinados.  La resurrección se conoce por el testimonio de los testigos y se acepta por fe. Los datos históricos, por su parte, muestran que la fe en la resurrección es una opción razonable. La tarea del estudioso es la de comprender e interpretar los datos históricos disponibles (tumba vacía, testimonios antiguos, nacimiento de la Iglesia, fe de la primera comunidad, etc.), y debe optar entre «creer» que Jesús resucitó o «creer» que los apóstoles se engañaron a sí mismos o quisieron engañar a los otros.  

«Las apariciones del Jesús crucificado como Hijo del Hombre/Mesías a quien Dios ha resucitado... fue ciertamente experimentado como un acontecimiento enteramente inesperado, más aún revolucionario, que cambió de modo radical la situación». Por lo tanto, para muchos no es correcto pretender que entre los discípulos había la expectativa de la resurrección de su Maestro, que las apariciones fueron, de alguna manera, una proyección de sus deseos y esperanzas. No hay una verdadera fe en la resurrección anterior a los encuentros con el Resucitado. Al contrario, después de la crucifixión sólo quedaba esperar el fracaso total, el derrumbe moral de los discípulos, no había expectativas de triunfo y, por tanto, la fe en la resurrección sólo se comprende como fruto del inesperado encuentro con Jesús resucitado. No se explica la fe de los discípulos sin recurrir a una experiencia de encuentro con Jesús posterior a la cruz. Los acontecimientos que siguen a la muerte de Jesús se explican mejor contando con este acontecimiento inesperado que cambió el curso de la historia de la primera comunidad.

¿Cómo fueron estos encuentros con el Resucitado? No los podemos definir, desconocemos su naturaleza, pero algo se puede deducir a partir de los efectos que provocaron. La experiencia del encuentro con Jesús resucitado debió ser tan impactante, elocuente, fuerte y persistente como para fundamentar los efectos que podemos observar históricamente, y, a su vez, requirió la libre aceptación por parte de sus seguidores. Ni una alucinación, ni una autosugestión, ni mucho menos un engaño es capaz de sustentar un cambio tan radical y persistente como el que se observa en la primera comunidad cristiana. Por una parte, hay que afirmar que estas experiencias fueron tan impactantes como para cambiar radicalmente las convicciones religiosas de estos primeros cristianos (culto a Jesús (cristología), misión universal, martirio, etc.); y por otra parte, estas experiencias debieron ser tales que requerían una 'decisión de fe' por parte del sujeto, puesto que aceptar la resurrección implica una libre adhesión de fe. La 'visión' del Resucitado fue capaz de cambiar la estructura religiosa de un grupo de seguidores de Jesús y, a la vez, era susceptible de ser libremente aceptada o rechazada. No son las convicciones cristológicas de los discípulos las que crean, proyectan o producen las apariciones; al contrario, la experiencia descrita por las apariciones es el fundamento de las convicciones cristológicas. El culto a Jesús es la respuesta litúrgica proporcionada a estas experiencias, y los relatos de las apariciones son la expresión narrativa de estos encuentros con el Resucitado.  

La resurrección misma escapa del ámbito de lo históricamente verificable, a pesar que deja huellas históricamente verificables. En sentido estricto, no hay testigos de la resurrección, pero sí hay testigos del Resucitado. La resurrección, no puede ser probada empíricamente. Si acaso podemos llegar hasta la verificación histórica de la convicción de los primeros discípulos acerca de la resurrección de Jesús, ¿Y en qué fundamentan esas convicciones? El hecho que cambió la historia del cristianismo no fue la fe (la creencia) de los discípulos, sino aquello que provocó la fe de los discípulos, es decir, el encuentro con Jesús resucitado. Esta experiencia exclusiva de algunos discípulos los primeros cristianos la consideraron accesible al resto de la comunidad por medio del don del Espíritu Santo. Nuestro acceso a la resurrección estará siempre mediado por la fe de la comunidad, que se apoya en los testigos. La fe en la resurrección será siempre una fe que acepta como creíble la fe de la comunidad.

Para los primeros cristianos la resurrección de Jesús suponía el acceso de Jesús a la vida definitiva junto a Dios, que en nosotros aún no se ha manifiestado, pero que Dios ya lo verificó en Jesús, al resucitarlo de entre los muertos. Consideraron que la resurrección que muchos israelitas esperaban para el final de los tiempos ya se efectuó en Jesús, y así la resurrección universal ya no es sólo una promesa futura, sino un hecho que ya se realizó en Jesús, en cuanto cabeza de la nueva humanidad. Para aquella mentalidad lo ocurrido en Jesús se trataba de un acontecimiento escatológico decisivo. Suponía también una acción salvífica de Dios y manifiesta quién es Dios. La resurrección manifiestaba también la radical aprobación de Dios respecto de la vida terrena de Jesús. «Dios se ha puesto de parte de Jesús el profeta a pesar de su muerte en la cruz y, arrancándolo con un acto poderoso de la muerte, ha vuelto a legitimar su anuncio de la inauguración del Reino».

 

VOCABULARIO:

(1) Escatología: Del griego 'éskhata', que significa "cosas últimas". Hace referencia a “los finales” o “las últimas cosas”. Tiene que ver con los tiempos finales, la consumación de la historia; aquellos eventos futuros que tendrán lugar en la consumación de la era actual. En la cosmovisión cristiana designa aquellas realidades definitivas que trascienden la historia humana: la resurrección de los muertos, el juicio divino, el cielo y la felicidad eterna con Dios o la condenación y el infierno.

(2) Sheol: En el AT, se refiere al lugar al que iban todos los muertos, inmediatamente después de morir. Designa el reino de los muertos; lugar simbólico donde la mayoría de la humanidad duerme el sueño de la muerte. Una morada común que constituiría la región de los muertos en pecado. Quedaban allí en sombras sempiternas separados de Dios. El Seol era considerado en el AT como lugar de olvido y de reposo para el creyente. Los israelitas se imaginaban este lugar bajo tierra, bajo el gran océano o abismo (tehóm), sobre el cual flota la tierra, como un disco plano, según la imaginación semítica. La existencia de los muertos en el s. se caracteriza por la suspensión de toda actividad (Ecl 9:10), de todo goce (Eclo 14:12.16); los muertos ignoran lo que pasa en la tierra. Según las antiguas concepciones semitas, y hasta que se abra paso en la Biblia la idea de la retribución ultraterrena, allí van todos, buenos y malos para llevar una existencia reducida al mínimo, como sombras impalpables, incapaces de relación alguna con Dios. Es el país sin retorno, el lugar del silencio, del olvido y de la perdición. Los judíos llegaron a distinguir entre dos partes del Seol: una, reservada a los impíos, atormentados desde el momento de su partida de este mundo; la otra, reservada a los bienaventurados, y llamada «paraíso» o «seno de Abraham».

Elaboración a partir de materiales y recursos diversos

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Ver también:

La muerte en cruz de Jesús

La resurrección de Jesús de Nazaret: eje central del cristianismo

RESURRECCIÓN DE JESÚS: Testimonio neotestamentario

JESÚS DE NAZARET


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