titulo de la web

Semblanza de Jesús de Nazaret

No es posible comprender nuestra cultura sin el referente de la figura de Jesús de Nazaret. Muchas de nuestras fiestas, de nuestras tradiciones, de nuestras costumbres están teñidas de un trasfondo cristiano. Nuestra cultura y nuestra civilización no se entendería sin referencia a la matriz "cristiana" y su figura señera Jesús de Nazaret. ¿Quién fue Jesús de Nazaret? A continuación presentamos una semblanza de Jesús de Nazaret, aquel lejano judío, muerto en una cruz hace 2000 años a las afueras de Jerusalén. Aquella enigmática figura humana y/o divina que, a partir de la escandalosa proclamación de su resurrección por parte de un puñado de testigos, fueron extendiendo tal buena noticia («evangelio») primero por la civilización greco-romana y luego en medio de otras culturas. Una de las personalidades más influyentes, debatidas y amadas que podemos encontrar en la historia de la humanidad. Inspirador de la gran tradición que, durante tanto tiempo, ha sido guía intelectual y moral de la civilización occidental.

A pesar de los siglos transcurridos desde que tan insondable persona iniciara su andadura alrededor del mar de Galilea con un puñado de discípulos, la mayoría de ellos pescadores, sigue suscitando hoy no sólo admiración moral o devoción religiosa, sino inquietud existencial e inspiración intelectual en millones de personas repartidas por los cinco continentes, de todas las lenguas y niveles sociales, que a él se remiten en pleno siglo XXI como sentido de sus vidas, plenitud de felicidad, fuente de la más profunda esperanza ante el mal y la muerte. En el fondo la pregunta de Jesús de Nazaret sigue resonando: «Y tú, lector, ¿quién dices que soy yo?».

En la búsqueda de esa respuesta y del acercamiento a tan grandioso personaje, de forma sintética, con un lenguaje sencillo y des-teologizado, presentamos una semblanza de Jesús de Nazaret. Frente a presentaciones parcializadas y atomizadas, de su figura, ministerio y mensaje, X. PIKAZA nos ofrece aquí en pocas lineas una semblanza compacta del Jesús de la historia (no tanto del Cristo de la fe), permitiéndonos tener una visión esquemática y unitaria de su persona, su vida y su proyecto. Es difícil comprender al judío Jesús de Nazaret y su proyecto vital sin adentrarse en la cultura y la cosmovisión hebreas, por ello al final añadimos unas pequeñas notas complementarias que pueden ayudarnos a una mejor comprensión del texto.

Por Xavier PIKAZA(1)

SEMBLANZA DE JESÚS, ADVIENTO DEL HOMBRE

Se llamaba Jesús (en hebreo Yeoshua, Dios-Salva), lo mismo que el primer conquistador de Israel (Josué=Jesús). Era un judío de Galilea, que nació en torno al año 6 a.C. (los que fijaron el calendario común o cristiano se equivocaron, suponiendo que nació el año “0”), en una familia de nazoreos (aspirantes mesiánicos al trono de David) de Nazaret que le transmitieron una identidad especial dentro de Israel.

Jesús creció y maduró en Galilea, dentro de una familia que le transmitió su identidad israelita. Quizá sabía leer, pero no era letrado (escriba, hombre de letras), aunque tampoco era analfabeto, en el sentido moderno, pues tenía gran cultura social y religiosa, como iremos indicando. Fue, como su padre, un artesano (albañil-carpintero) y por su oficio (con trabajo o en el paro) estuvo en contacto con la miseria de una situación social y religiosa opuesta a las promesas de Israel, pues creaba cada vez más pobres y los expulsaba del orden social.

Un día, siendo ya maduro y, al parecer, sin haberse casado, abandonó el trabajo (quizá no lo tenía) y se retiró al desierto, al otro lado del Jordán (Perea), donde fue discípulo de Juan, un profeta bautista que anunciaba el juicio de Dios, la destrucción del “orden” reinante y la nueva entrada en la tierra prometida, como en tiempos de Jesús-Josué, al principio de la historia israelita.

Cuando Juan fue ajusticiado, por orden de Herodes Antipas, soberano de Galilea/Perea, vasallo de Roma, Jesús no rechazó los ideales que había compartido con él, ni volvió a su aldea, sino que avanzó en línea y, dando un paso en adelante, dejó el desierto (al otro lado del río), como si el mensaje de Juan ya se hubiera cumplido, y comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios en Galilea.

De esa manera, dejó de mantenerse en Perea (al otro lado), para iniciar en la tierra prometida (Galilea) su proyecto y camino de Reino. Fue compañero de los pobres, los expulsados y enfermos, los ilegales y manchados, y con ellos (pero también con otros que tenían tierras y les acogían en sus casas), intentó crear un movimiento de familia universal (de amigos de Dios), actuando como Cristo(2).

Formó un grupo de amigos, que asumieron, al menos en principio, su proyecto. Tuvo cierto éxito y logró crear grupos mesiánicos en diversos lugares de la periferia campesina de Galilea. Pero suscitó el rechazo de la autoridad establecida.

A pesar de ello (o por ello) subió a Jerusalén(3), para culminar su obra, esperando que Dios respondiera a su mensaje y ratificara su obra. Pero las autoridades de Jerusalén (y el representante del Imperio) tuvieron miedo de su movimiento y le mataron, como habían matado al Bautista. Así murió, rechazado por unos sacerdotes, crucificado por Roma, abandonado, según muchos, por el mismo Dios, sin más dignidad ni título que ser hijo de hombre, representante humano de Dios.

UN HOMBRE

Fue por su origen y condición un artesano (albañil-carpintero), lo mismo que su padre José, y de esa forma estuvo en contacto con un tipo de miseria social y religiosa que, a su juicio, se oponía a las promesas de Israel, según las cuales todos los buenos judíos tendrían casa, campos y abundancia sobre la tierra que Dios les había dado como herencia(4). Fue un hombre de profunda experiencia religiosa, un carismático al servicio del Reino de Dios.

Compartió su mensaje y camino con los expulsados y enfermos, los ilegales y manchados, los del otro lado, hombres y mujeres, para sentar así las bases de una familia universal (de amigos de Dios), sobre su misma tierra, porque el Reino de Dios estaba a las puertas, es decir, estaba viniendo por ellos.

No se limitó a decir que llegaba el Hombre (¡que lo dijo!), sino que fue creando espacios de humanidad reconciliada, desde y con los hombres "del otro lado", los niños y expulsados, las mujeres de vida distinta (y las de vida igual), descubriendo y creando así la nueva humanidad, no para tomar el poder e imponerse, en un tiempo y lugar controlado por los nuevos ricos, sacerdotes y grandes propietarios, bajo el Imperio de Roma, sino para cambiar las condiciones y modos de vida de los hombres y mujeres de su tierra, creando con ellos un movimiento mesiánico, fundado en su propia experiencia de Dios y en las tradiciones de los campesinos de su pueblo.

Era un hombre de inmensa capacidad de relación, amigo de los pobres; tenía dotes especiales para curar y animar a las personas, partiendo de los marginados, a quienes invitaba a compartir la mesa, el perdón y la esperanza, en gesto de fuerte solidaridad social y religiosa.

En un contexto en el que muchos apelaban a la resistencia y rebelión militar (que culminaría a los pocos años en la guerra imparable del 67-70 d.C.), Jesús descubrió y preparó una transformación más radical, con un grupo de amigos, muchos de ellos muy pobres, con un grupo de discípulos, que asumieron, al menos en principio, su proyecto.

Tuvo cierto éxito y logró crear comunidades mesiánicas en diversos lugares de la periferia campesina de Galilea. Pero suscitó pronto el rechazo de la autoridad establecida, que buscaba otro tipo de orden social y religioso, desde el templo de Jerusalén, bajo la coraza del imperio de Roma.

CASI TODOS ESTABAN ESPERANDO AL MESÍAS DEL PODER...

...pero cuando vino con un poder distinto apenas le conocieron.(4) Esperaban a un rey como David, a un caudillo victorioso como Judas Macabeo u otro Judas algo anterior, llamado el Galileo. Querían un sabio teórico como Filón un maestro de la ley como Hillel, a un profeta del juicio como Juan, a un sacerdote... Pero vino él y les pareció insignificante.

Y cuando le insistían: "¿Quién eres?" él sólo respondía: "el hijo del hombre tiene que dar su vida por los demás...". Este fue su secreto, su milagro sumo: supo vivir y dar la vida por los otros, de manera simple, a ras de tierra, entre la gente de la calle, con aquellos a quienes casi todos despreciaban: enfermos y prostitutas, leprosos, marginados de la vida...

A pesar de ello, y aunque parecía totalmente inofensivo, sin autoridad oficial (militar o religiosa, política o social) tenía gran poder humano y le mataron. Quizá por eso le mataron: tenían miedo de alguien que fuera sólo poderoso como humano, como amigo.

A pesar del riesgo que implicaba su presencia en Jerusalén (o quizá por ello) subió a allí, para culminar su proyecto, en la capital de las promesas de Israel, esperando que Dios respondiera a su llamada y ratificara su obra...

Pero fracasó en ese sentido, al menos en lo externo, pues los sacerdotes de la capital no le aceptaron y el gobernador militar de Roma, avalado por ellos, pensó que su proyecto mesiánico resultaba peligroso y le mandó morir crucificado, para escarmiento de posibles imitadores o aliados, fijando así la razón de su condena: Jesús, el Nazoreo, Rey de los Judíos (cf. Jn 19, 19-21).

Con su muerte acabó en un nivel su movimiento, pero en otro se fortaleció, pues «la tribu de aquellos que le habían amado le siguió amando», hasta el día de hoy (cf. Josefo Ant XVI, 63).

Durante veinte siglos

Por la memoria de Jesús se fundó la iglesia y ella ha estado presente (y ha servido para recordar a Jesús) durante XX siglos. Sus discípulos cristianos le han dado desde entonces muchos títulos y nombres: al principio y en la Edad Antigua le llamaron Cristo (Mesías), Señor e Hijo de Dios, Sumo Sacerdote o Salvador definitivo. Más tarde, en la Edad Media, le han visto como Poder Cósmico o Hombre Sufriente (Pantocrator, Crucificado). Desde entonces y en la Edad Moderna muchos le han llamado Amigo y se han enamorado de él; otros le han pintado como General del ejército de Dios, Abanderado de la redención, Guía espiritual, Ideal de perfección o Juez último de la historia.

Durante veinte siglos ha sido quizá el personaje más significativo de occidente, modelo de reyes, animador de monjes, inspirador de obispos, amigo de los pobres. Así le hemos visto y le vemos: como Torturado en la Cruz o con el Corazón de amor abierto, como Maestro del nuevo mandamiento o como Eucaristía que se oculta y revela en el don más exigente del pan celebrado y compartido, como Hermano, Señor, Sacerdote...

Hoy de nuevo… Volver a su historia, la historia del hombre

Llevaba el nombre de Josué (=Dios o Yahvé salva), un conquistador, que había introducido a los hebreos en la Tierra Prometida, según el libro de su nombre (=Josué). Pero Jesús Galileo no fue conquistador, sino un Cristo o Mesías (Jesús-Cristo) que anunció y promovió en un tiempo duro la llegada del Reino de Dios: la justicia y la paz entre los hombres.

El primer Jesús-Josué había sido un vencedor y se dice que el mismo cielo le ayudó a ganar la guerra, pues el sol se detuvo y el día se alargó, mientras caía el pedrisco sobre los palestinos “perversos”, a quienes los soldados de Israel debían rematar, para que la tierra quedara libre de “malvados” (cf. Jos 10, 12-13). Podemos recordar que esta leyenda del sol quieto y parado a la voz de mando de Josué sirvió para condenar en el siglo XVII las teorías de un científico llamado también Galileo, que empezó a decir que la tierra gira en torno al sol y no al contrario.

En una línea muy distinta, pero también de forma simbólica, los evangelios dirán que cuando el Cristo murió clavado en cruz, llamando a un Dios en apariencia ausente, no cayó pedrisco para matar a los verdugos, ni se detuvo el sol, sino que la tierra se cubrió de un velo de oscuridad (cf. Mc 15, 33-34; Lc 23, 45), como si estuviera triste y no pudiera soportar aquella muerte.

La vida del primer Jesús-Josué, conquistador, es casi solamente una leyenda victoriosa, destinada a resaltar la protección de Yahvé sobre un pueblo victorioso, que conquista por las armas una tierra ajena (¡prometida!), para establecer allí su Santo Estado. Muchos sionistas actuales recuerdan aún la historia de aquel primer Josué, con el Dios que responde al buen soldado, para justificar su derecho militar sobre Palestina. Algunos cristianos han querido apoyarse también sobre la santa espada del Yahvé guerrero de Josué (cf. Jos 5, 13) para establecer sus privilegios.

Pero el Josué/Jesús cristiano fue distinto: Jesús Galileo no quiso conquistar por armas una tierra, ni expulsar a sus “perversos” habitantes, ni llamar a las legiones de un posible Dios guerrero (cf. Mt 26, 53), sino que anunció y abrió, con la ayuda de su Padre, un camino de paz (Reino divino) para todos los hombres y mujeres, con las ovejas perdidas de la casa de Israel (cf. Mt 10, 6), con los pobres y excluidos de la sociedad galilea de su tiempo.

Sus jueces pensaron que habían acallado su voz y detenido su movimiento. Pero sucedió al contrario, porque muchos discípulos y amigos, que parecían haberle abandonado en su muerte, retomaron su mensaje y comenzaron a extender con más fuerza su proyecto, afirmando, además, que le habían “visto” y que se hallaba vivo, pues Dios le había resucitado. De esa forma, con el paso del tiempo, recrearon su recuerdo de Jesús y lo fijaron en unos libros ejemplares, llamados "evangelios".

Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2018/11/30/dom-2-12-18-adviento-preparar-con-jesus-


Notas complementarias:

  1. X. PIKAZA: Vasco de Orozko (1941), experto en Biblia y religiones. Ha sido profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha enseñado en varias universidades, ha escrito algunos libros. Sobre su obra, cf. Panorama de la teología española, Verbo Divino, Estella 1999, 499-516; J. Bosch (ed), «Pikaza», en Diccionario de teólogos contemporáneos, Monte Carmelo, Burgos 2004.
  2. Cristo / Mesías. «Cristo» (el Mesías = el Ungido, de Dios) es un título de nobleza judeo-cristiano (del cristianismo primero). En Israel religión y política iban unidas, ya que el pueblo de Israel tenía una inmensa consciencia de “pueblo elegido”, con el que Yahvé había hecho una “Alianza”, al que ese mismo Dios había otorgado una “tierra”, cuyo dueño era la divinidad misma. Por tanto, el gobierno de la tierra de Israel = la tierra de Dios por una potencia que no fuera Dios mismo (a través de sus delegados legítimos) no era propio de la "alianza". No es de extrañar, pues que, de un modo casi espontáneo tras tantos siglos de sumisión, surgiera poco a poco en el pueblo el deseo de una "liberación" del país del yugo extranjero de modo que sus habitantes, los israelitas, pudieran manifestar sin trabas su apego por las leyes divinas y las tradiciones ancestrales que aparecían recogidas sobre todo en la Ley y los Profetas.

    La idea común que fue tomando cuerpo poco a poco durante los siglos anteriores al cristianismo era el anhelo por la restauración del Israel antiguo, la reunión de las doce tribus y el surgimiento de un nuevo rey, descendiente de David, — un monarca que más tarde se denominó “mesías”— que expulsara a los enemigos de Israel y permitiera a éste vivir feliz, próspero y alegre, en la tierra de Yahvé, al amparo de una divinidad contenta, puesto que su pueblo elegido cumplía las normas –la ley de Moisés- que le había otorgado.

    Israel confiaba y esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios a Abraham. El Reino de Dios y su ejecución en la Tierra o en el mundo futuro era la obsesión de los judíos piadosos de la época de Jesús. La realización práctica de este reinado sería llevada por El Mesías: figura personal, guerrero y sacerdotes, defensor de la Ley, sucesor de David, juez y consejero, depositario de los dones del Espíritu, Ungido de Yahvé, Dios con nosotros. Este ideario mesiánico se exaltará en tiempos de Jesús y será uno de los componentes principales del ideario religioso del pueblo judío de la época de Jesús. Los Salmos de Salomón, que proceden del judaísmo fariseo y sinagogal (después del 63 a.C.), concentran su expectativa en ese «ungido del Señor, en «el hijo de David», el rey salvador del tiempo final que procede del linaje davídico. De él se espera la liberación del dominio de los pueblos extranjeros, impuros, pecadores y opresores, la victoria aniquiladora y el poder soberano sobre los mismos, así como la congregación de un pueblo santificado y puro, al que él regirá de un modo justo, sabio y benéfico. En eso consiste «la salvación del Señor». Esta esperanza en un mesías de fuerte matización nacionalista, podría haber encontrado amplia difusión entre el pueblo judío del tiempo de Jesús.
  3. Templo / Jerusalén.Israel esperaba con ansia la manifestación poderosa de Dios. El pueblo judío esperaba que en la etapa final de la historia (en el escaton final) se produciría la intervención de Dios de modo especial, como en la primera época. En ella se restablecería el orden producido por el mal y el pecado humano. Y ello se produciría, según la tradición, en Jerusalén donde el Templo representaba el lugar de la presencia de Yahvé. David (hacia el 1000 a.C.) convierte Jerusalén en capital y centro del culto haciendo trasladar a la misma el arca de la alianza (lugar simbólico de la invisible presencia de Yahveh). Más tarde se reconoce en ello una disposición de Yahveh y se confiesa y proclama que Yahveh «eligió» a Sión y a David. En adelante, el lugar de la presencia salvífica de Yahveh ya no fue (sólo) el arca, sino el Templo, la montaña de Sión y la misma ciudad. Su morada en la montaña de Sión y su gobierno venturoso, y el rey davídico por él establecido, ejercerían desde allí su señorío sobre el pueblo y sobre el mundo entero. Entre los grupos dominantes en tiempos de Jesús (fariseos, zelotas, esenios) eran, pues, muy vivas las expectativas de una manifestación escatológica de Yahvé (en los tiempos finales, últimos, definitivos) como Señor en favor de Israel y de los oprimidos. Se esperaba, quizás tal vez mediante la figura de un mediador, la llegada de un salvador, o mesías, garante y ejecutor de la salvación definitiva de Israel. Su misión sería crear un "nuevo orden" que habría de ser la realización del Reino divino sobre la Tierra.

    Finalmente subió a Jerusalén como Mesías, para instaurar ese Reino. El reinado de Dios -y desde luego en un sentido plenamente escatológico- constituye el centro y en el fondo el único tema de la aparición pública de Jesús, al que todo lo ordena y subordina. Jesús dejó el Jordán y vino a Galilea, para anunciar la gran transformación mesiánica y liberadora de los pobres. Desde ese fondo ha de entenderse su vuelta a Galilea, después de haber dejado a Juan Bautista, para comenzar su misión de Reino entre las gentes de su pueblo, a favor de aquellos que en ese momento se hallaban más oprimidos por la fuerza de los prepotentes. Actuará como, líder profético campesino, para anunciar e iniciar desde los pobres la llegada del Reino de Dios. En ese sentido, Jesús ha sido el profeta universal de la transformación mesiánica, secular y campesina, enraizada en las tradiciones populares de liberación, desde la esperanza de los pobres. Cierta teología posterior intentará vincular su movimiento con la tradición letrada de escribas y rabinos, pero él fue ante todo representante y testigo de la esperanza escatológica de Israel (como el Bautista), con el cambio radical de la política y la vida de los hombres, desde los marginados sociales de Galilea (no allende el Jordán). Jesús aceptó algunos rasgos del mensaje de Juan, pero más que en el juicio destructor de Dios se interesó por la vida de los pobres, por la transformación de los campesinos, enfermos y excluidos, no para mejorar el orden ya establecido, sino para esperar y crear un Reino de Dios, totalmente distinto. Así fue profeta de vida en abundancia (comía y bebía: cf. Mt 11, 18-28), fue promotor de libertad entre los pobres, le importaba la suerte de los marginados, excluidos, hambrientos y oprimidos.

    Jesús subió a Jerusalén como Mesías regio (davídico): normalmente, él debería haber subido a la ciudad del templo, después de haber culminado su mensaje en Galilea, acompañado por los campesinos convertidos al Reino para instaurarlo al fin en la ciudad de David. Pero su mensaje en Galilea fracasó, al menos en un sentido (como había fracasado el mensaje del Bautista en el Jordán), o, mejor dicho, se mostró insuficiente, pues la mayoría de los campesinos de su tierra no se convirtieron, ni aceptaron su propuesta. Además, los mismos que persiguieron y lograron que Herodes Antipas matara a Juan Bautista, amenazaron a Jesús. A pesar de ello, Jesús tuvo el convencimiento de que debía adelantarse la venida del Reino de Dios, y por eso subió a Jerusalén para anunciar su llegada, y empezó a comportarse ya como Mesías real (davídico) y no como simple profeta (como había hecho antes en Galilea). Su rechazo (su fracaso relativo) en Galilea había sido un signo de que se abría un tiempo nuevo (el tiempo mesiánico), de forma que él debía culminar su mensaje en Jerusalén, como Rey Davídico, para instaurar el Reino de Dios entre los pobres y marginados de Jerusalén y en el fondo del mundo entero.
  4. "Redención" y "salvación" / Reino-reinado de Dios.El pueblo de Israel se sintió llamado a vivir en intimidad con su Dios dentro del mundo terreno. La soberanía de Yahvé sobre la historia mundana impedía toda evasión de esta historia. Fue la propia fe en Yahvé la que excluía radicalmente la existencia de una vida más allá de las fronteras de la muerte. Yahvé estaba referido exclusivamente a la historia terrena (no a otro mundo más allá de este) y a los seres que viven aquí y ahora (no a los muertos ni al pasado). Mientras las ideas de ultratumba de los pueblos vecinos solían ir acompañadas de menosprecio de la vida histórica y terrena; Israel consideró esta vida como un don y una misión de Yahvé. La fe de Israel estuvo relacionada desde el principio con ciertas experiencias fundamentales de salvación y liberación histórica, terrenal. Todo el pueblo de Israel reconoció en sus tradiciones y experiencias sus propias experiencias de liberación por Dios. Llegó a a identificar con el nombre de “Yahvé” al único Dios (El) salvador y liberador. A cambio Israel tenía que considerarse como un pueblo constituido por la acción liberadora de Yahvé: un pueblo de individuos liberados y libres. Israel fue convocado por la palabra de Yahvé a vivir íntimamente (y sin la esperanza de una retribución en el más allá) con Yahvé dentro de la historia terrena, para realizar y testimoniar su reivindicación exclusivista como Dios y Señor ( Israel= Dios reina). El pueblo tenía que concentrar toda su atención y energía en esta misión histórica terrena.

    Israel esperaba su "redención" y su "salvación". Yahveh al que se le siente y experimenta como «el Dios vivo» era para Israel la «fuente de la vida» y también la fuente de salvación. La vida es don de Yahvé, don ligado totalmente a él, dependiente de él, y viene siempre de sus manos. Dios es para Israel el que libera y salva. Al hombre se le otorga la vida para que siga los preceptos de Yahvé y dé testimonio de él en el mundo: la recompensa por esta conducta es el seguir viviendo; la vida misma es un don. El que vive en comunión con Yahvé, recibe de él la fuerza, salud y una vida de “bendición” (plena, larga), para la cual la muerte no representa una ruptura, sino la última maduración. La "redención" se realiza en el escenario de la historia. "Redención" significa para Israel liberación en sentido real corpóreo, social y económico. Y esa liberación no afecta sólo a la interioridad o al más allá. Se trata siempre de redenciones reales e históricas (palpables, materiales, a la vez que interiores y anímicas), que se dan siempre en el ámbito terrenal, más acá de la frontera de la muerte. No sólo el pueblo en su conjunto, sino también cada israelita en particular implora y experimenta la redención de Yahveh en las múltiples tribulaciones (enfermedad. calumnia, acusación injusta, persecución, opresión, prisión, etc.) La salvación de Yahveh va dirigida a todos, pero de manera especial a los pobres. No existe salvación alguna que no sea ante todo la salvación y redención de los pobres. Esperaban un reinado de Dios de características y bienes materiales, de bienes terrenales. Dios, contento con la situación, haría que la vida fuese dichosa, que la tierra diera sus frutos con inmensa abundancia. Este ideal del Reino significaba la venida de Dios en poder para reinar sobre Israel, es decir, la actuación definitiva de Dios en el marco de la Alianza —tal como la consignaban los profetas (el «día de Yahvé y aspiraba a la liberación político-religiosa del pueblo judío. En tiempos de Jesús el pueblo judío continuaba esperando, pues, un Mesías que viniera con autoridad y poder (como rey terrenal) y les redimiera y salvara definitivamente; que viniera a implantar el Reino/reinado de Dios, un reino terrenal lleno de paz, (paz, en sentido bíblico, incluye la prosperidad material y espiritual, es decir, la felicidad plena), justicia, abundancia terrenal, bendiciones terrenas... por eso, cuando vino con un poder distinto apenas le conocieron.

Ver también:

La cosmovisión hebrea como horizonte de comprensión de Jesús y el cristianismo

La sección: JESÚS DE NATZARET


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...