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Hacia una espiritualidad sin religión

El colapso de la religión

En tiempos convulsos, humildad, depuración de excrecencias secundarias y vuelta sincera a los orígenes

Si las maneras de vivir, pensar, sentir, actuar y organizarse cambian con el tiempo, es lógico que lo haga también la manera de concebir y vivir la espiritualidad.

La interioridad, la espiritualidad, constituyen una de las dimensiones más específicas y sublimes del ser humano. El misterio del infinito sobrevuela permanentemente la mente humana. La religiosidad es una pieza central en toda cultura humana. Y la interioridad y la espiritualidad para muchísimas personas a lo largo y ancho de todo el planeta, un potente motor existencial. Nuestras maneras de pensar, sentir, organizarnos y vivir han sido y son construcción nuestra. Nada nos viene de los cielos, ni tampoco de la naturaleza misma de las cosas. Poco a poco vamos comprendiendo que todos los niveles de nuestra vida son construcción nuestra, tanto los conceptuales como los axiológicos u organizativos. Parece lógico que, si las maneras de vivir, pensar, sentir, actuar y organizarse cambian con el tiempo radicalmente, lo haga también la manera de concebir y vivir la espiritualidad. No confundamos «religión» con «espiritualidad» (ver aquí). No confundamos la «forma» con el «fondo». El «lenguaje» a través del cual expresamos, vehiculamos un determinado «contenido», con el contenido mismo en sí. La «religión» (como lenguaje), con los «contenidos» tan íntimos y personales que expresamos o vehiculamos a través del lenguaje («liturgia») religioso.

En el ámbito religioso la mayoría de los ciudadanos de las sociedades modernas han dejado de ser creyentes y se han alejado de las prácticas religiosas, de rituales y sacralidades. Las religiones ya no interesan. Pero, sin embargo, el interés por la espiritualidad se está disparando. La religión como la ciencia pretenden dar una interpretación global de la realidad. Las religiones no son fines, sino medios. Ellas no contienen la realidad de lo Absoluto, sino que son caminos a través de los cuales se expresa y expande la experiencia que los humanos hacemos de esa Realidad que nos sobrepasa. Uno de los factores de tal desafección respecte a lo religioso es la forma de expresarse, el «lenguaje», empleado por las religiones. Las revelaciones sagradas, aunque vienen expresadas en narraciones, mitos, símbolos y rituales, no son, sin embargo, esos mitos, símbolos y rituales en los que se expresan. La realidad no es como la describen los mitos, ni como la describe la religión, la filosofía o la ciencia o como afirman nuestros discursos interpretativos.

Vivimos en un mundo post‒cristiano, es decir, post‒religioso. Dadas las circunstancias actuales, ¿cuál sería la forma más adecuada de espiritualidad congruente con las nuevas circunstancias culturales?

  • Nos encontramos ante una encrucijada. Estamos frente a una de las mutaciones más profundas de la historia humana.
  • Es responsabilidad nuestra el tipo de mundo que entre todos estamos creando. Es responsabilidad nuestra y nada ni nadie nos puede salvar de esa responsabilidad.
  • ¿Qué está pasando en muchos de los ámbitos de nuestra vida y qué consecuencias se derivan?
  • Las religiones tradicionales (siendo uno de esos ámbitos nucleares del vivir humano) han colapsado. Las religiones ya no interesan. Pero, sin embargo, el interés por la espiritualidad se está disparando.
  • ¿Por qué el milenario y rico legado de las tradiciones religiosas del pasado está siendo considerado por muchos como obsoleto y el «leguaje» con que se expresa sea ya incomprensible e inaceptable para la mayoría?

La impresión que accedemos a un nuevo escalón significativo en la escala de la gran aventura humana afecta también el hecho religioso. Por primera vez en la historia, y al abrigo del intenso proceso de globalización e interculturalidad, las religiones toman conciencia conjuntamente de ocupar desde ópticas diversas un mismo campo de observación del mundo y de la trascendencia. Este camino cultural y religioso quizás es una segunda edición de ese momento que Karl Jaspers le parecía detectar y que definió como tiempo eje en su libro Origen y meta de la historia, y que entre los años 800 y 200 aC contaba con las maestrías de Confucio, Laozi, Buddha, Zarathustra, Elías, Isaías, Homero, Platón y Sócrates. Quizás nuestra época está llamada a una nueva forma personal y cultural de sintonía con la trascendencia.
R.M. NOGUÉS: Dioses, creencias y neuronas. Una aproximación cinetífica a la religión

A. LA ENCRUCIJADA

Nos encontramos en una gran encrucijada

Una encrucijada global, cultural y de civilización. Nos encontramos ante una de las grandes encrucijadas de la historia: en lo religioso, en lo axiológico, en lo económico, en lo político, en la organización de la vida familiar, en las relaciones entre individuos y entre grupos sociales, en las relaciones entre países... estamos experimentando una transformación global que no deja nada al margen.           

Estamos mutando. Nos encontramos ante una de las mutaciones más profundas de la historia humana, una mutación que nos está forzando a cobrar conciencia, individual y colectivamente, de que somos nosotros quienes debemos construir enteramente nuestros propios sistemas y modos de vida; sin tratar de apoyarnos en los resortes del pasado puesto que éste y sus fundamentos han sido también puestos en cuestión. Y por tanto debemos hacerlo sin contar más que con la calidad de nuestros postulados axiológicos y con la calidad o mediocridad de nuestros proyectos colectivos y personales. Debemos hacerlo con nuestros propios recursos y en el seno de una sociedad que se encuentra en proceso de cambio constante y en continua transformación. Estamos irremediablemente en nuestras exclusivas manos, sin que nadie ni nada nos alivie de esa responsabilidad. En la construcción de nuestro propio mundo nadie ni nada nos rescatará de nuestra eficacia propositiva o de nuestra incompetencia y falta de calidad.

Para poder construir adecuadamente nuestro futuro primero convendrá analizar la situación actual e investigar qué está pasando y las consecuencias que se derivan de las transformaciones económicas, sociales, culturales y religiosas que se están produciendo ante nuestros ojos. Y con lo que nos encontramos es que, entre otras cosas, para una gran mayoría de la población las religiones tradicionales han colapsado; los grandes movimientos ideológicos que han movido durante un siglo y medio a las sociedades europeas han perdido también su atractivo y su vigencia. Que de ese cuestionamiento general del sistema construido hasta ahora, lo que nos queda son principios económicos de mercado y de competitividad que han invadido todos los aspectos de nuestra vida; y nos queda, también, un deseo de libertad y democracia que ha de convivir con una economía que somete a organizaciones políticas cada vez con menor credibilidad y a líderes incompetentes; nos quedan unas ansias de equidad y de justicia, pero en el seno de unas sociedades cada vez más polarizadas entre sectores ricos y sectores pobres, y en las que desigualdades crecen exponencialmente.

En el ámbito religioso la mayoría de los ciudadanos de las sociedades modernas han dejado de ser creyentes y se han alejado de las prácticas religiosas, de rituales y sacralidades. Incluso las creencias laicas, que sostenían la ideología liberal y la socialista, han perdido su credibilidad. Las sociedades modernas actuales no son más decadentes que las sociedades del siglo XX que las precedieron. Las organizaciones filantrópicas y no gubernamentales se multiplican en todos los niveles de la sociedad, sobre todo entre los jóvenes. Las religiones tal como se han entendido hasta el presente ya no interesan, pero sin embargo el interés por la espiritualidad está muy extendido y va aumentando progresivamente, expresándose en formas muy diversas.

Crisis en el ámbito religioso

Hay que analizar también lo qué está pasando en nuestras sociedades en el terreno religioso. ¿Qué sucede, por ejemplo, con el «leguaje» empleado por las grandes tradiciones religiosas del pasado y con todo su milenario legado? ¿Qué factores hacen que su hablar, su forma de decir, su manera de expresarse, sea ya incomprensible e incluso inaceptable para la gran mayoría? Es toda la corriente central de la cultura moderna la que se ha alejado de lo religioso, y ese alejamiento ya no es cosa sólo de elites, como en otras épocas de la historia. Actualmente están ocurriendo muchas cosas que tienen repercusiones profundas sobre las religiones y las tradiciones espirituales. A todo esto, hay que dar una respuesta adecuada.

No podemos esperar, sentados al borde de la corriente, que el río fluya. No es legítimo ignorar lo que las gentes están viviendo, ni es legítimo volver la cara para otro lado como si no pasara nada, por miedo a las consecuencias. Tampoco es legítimo eludir la responsabilidad con las generaciones futuras, por una fidelidad a las formas del pasado, mal entendida y miedosa. En la sociedad del conocimiento y la innovación constante, que modifica continuamente nuestras maneras de pensar, sentir, organizarnos, actuar y vivir, no podemos quedarnos fijados en creencias y normas del pasado.  Si el miedo paraliza nuestro espíritu, no podremos responder tampoco a los desafíos religiosos que nos presentan las nuevas sociedades laicas, no creyentes y globales.

No podemos resignarnos a tener que archivar las grandes tradiciones espirituales, vehiculadas por las viejas religiones, en los anaqueles de la historia, como cosas del pasado. Las religiones y las tradiciones espirituales fueron la fuente de sabiduría de la que bebieron nuestros antepasados y donde se fundamentó su espiritualidad, y son su más preciado legado. Esas tradiciones son las herederas legítimas de toda la sabiduría atesorada por las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad. Pero si nos empeñamos en continuar leyendo, sintiendo y viviendo ese legado como lo hicieron las sociedades tradicionales, corremos el riesgo de que se pierdan todas esas riquezas.

B. HACIA UNA ESPIRITUALIDAD MÁS ALLÁ DE LA RELIGIÓN

El colapso de la religión

Las diversas formas de pensar, sentir, organizarnos y vivir son construcciones nuestras. Las religiones también son un producto cultural de los humanos. Las «religiones» son formas de vehicular nuestras creencias, lenguajes, formas expresivas, medios a través de los cuales expresamos nuestros más profundos anhelos existenciales. Una interpretación concreta del mundo, la vida y la existencia. La «religión» está constituida por creencias, doctrinas, textos considerados sagrados, un lenguaje, unos rituales, una organización y jerarquización institucionalizadas…

A. MaslowEn esta nuestra sociedad, los restos preindustriales de religiosidad han sido barridos de la colectividad e incluso del interior de la mayoría de los individuos. En esta nueva situación, la religión como artefacto institucional y estructura destinada a la administración de lo sagrado, como forma cultural a través de la cual se han vehiculado y utilizado históricamente las creencias religiosas, está colapsando. Ya no se trata de una simple crisis coyuntural, sino de un verdadero colapso. La gran mayoría de los jóvenes ya no quieren saber nada de la religión. Para ellos, la religión no es ni tan siquiera un problema. Ni la consideran ni la combaten, es sólo cosa de tiempos pasados y de generaciones pasadas. Algo parecido les ocurre a los menores de 45 años. Las clases profesionales y los intelectuales también han abandonado en masa las iglesias. Las mujeres, que habían sido el reducto de la religión, también están desertando de ella. Incluso las generaciones mayores prescinden de la práctica. Las iglesias están vacías, el clero es anciano y ha perdido su prestigio cultural e incluso religioso. El colapso es general en todas las tradiciones religiosas europeas.

En la nueva situación de cambios acelerados en todos los órdenes, el colapso de los sistemas axiológicos heredados, la convivencia de toda la diversidad de culturas, las grandes transformaciones sufridas en corto espacio de tiempo, la dinámica de las nuevas sociedades que viven y prosperan creando continuamente nuevas ciencias y nuevas tecnologías, nuevos productos y nuevos servicios, nos han hecho comprender que todas nuestras formas de pensar, sentir, organizarnos y vivir son construcción nuestra; que nada nos viene de los cielos, ni tampoco de la naturaleza misma de las cosas. En nuestra época vamos ya comprendiendo que todos los niveles de nuestra vida son construcción nuestra, tanto los conceptuales como los axiológicos u organizativos. Que la interpretación de la realidad, su comprensión y racionalización también son producto humano, específico de cada época histórica. Y que no podemos convertirnos en esclavos de esas interpretaciones, siendo como son productos culturales fruto de las circunstancias históricas. No podemos ser esclavos de ninguna interpretación histórica concreta y de un conglomerado histórico de creencias, ni quedar anclados en ninguna de ellas, puesto que estas, como ocurre con otras muchas dimensiones de la vida, se transforman y evolucionan con el tiempo.

Conviene aprender a vivir, pues, adaptando continuamente nuestra interpretación y valoración de la realidad, nuestras formas de trabajar y de organizarnos, sin fijaciones definitivas en ninguna de las dimensiones de nuestra vida. Parece lógico que, si las maneras de vivir, pensar, sentir, actuar y organizarse cambian con el tiempo radicalmente, lo haga también la manera de concebir y vivir la espiritualidad. El tránsito de las sociedades preindustriales, en las que nacieron y se desarrollaron las religiones, a las sociedades modernas de la innovación y el cambio supone también para ellas una transformación radical. Debemos aprender a vivir, pues, sin aferrarnos a creencias consideradas como inamovibles y definitivas, puesto que las creencias en general (y no solo las de tipo religioso) fijan una determinada interpretación, valoración, y organización del modo de vida, y como todo, también sujetas a modificación, ajuste, transformación y cambio con el transcurso del tiempo.

La «religión» es una forma creada por la cultura humana, compuesta por un conjunto de narraciones sagradas, símbolos, mitos y rituales que generan y soportan un sistema de creencias, que viene a plasmarse en un proyecto de vida colectiva e individual y que, a la vez, es un sistema de representación e iniciación a la dimensión absoluta de la existencia. En algunas tradiciones religiosas todo ese conjunto se ha tenido como revelado por Dios y, por tanto, intocable e inalterable. Analizando las formas expresivas del «lenguaje religioso», la naturaleza de las narraciones sagradas, los mitos y los símbolos empleado por los sistemas religiosos, comprenderemos mejor lo que está ocurriendo con las religiones, tanto en su colapso mayoritario como en su resurgir integrista. Si podemos comprender lo que está sucediendo, comprenderemos también mejor hacia dónde vamos. Es decir, cuál sería la forma más adecuada de cultivo de la espiritualidad congruente con las nuevas circunstancias culturales.

Somos herederos de la cosmovisión y tradición cristianas. Forma y sentido del mensaje cristiano

En nuestras latitudes la mayoría de nuestros contemporáneos no quieren saber nada de la religión institucional, pero a muchos sí les interesa la espiritualidad, el camino interior, el cultivo de la dimensión personal que nos pone en contacto con la dimensión profunda del existir humano. Nuestro mundo occidental es heredero de la cosmovisión y tradición cristianas. Y la religión cristiana ha sido la manera habitual de cultivar y expresar la espiritualidad de nuestros antepasados preindustriales. Sin embargo, la religión cristiana tal como se ha practicado históricamente, el lenguaje utilizado por ella y la religiosidad consiguiente vivida al modo tradicional, a menudo vivenciada con innumerables adherencias históricas, ha velado el núcleo central del mensaje cristiano y nos ha desviado de él. Incluso a quienes les interesa vivamente la espiritualidad, les resulta más fácil leer y meditar textos budistas, vedantas y sufíes, a pesar de su lejanía cultural, que considerar los Evangelios como fuente de espiritualidad de la religión cristiana.  En el caso de los Evangelios, tan ligados como están a una determinada cosmovisión y a un determinado sistema de creencias, existen graves obstáculos para aprehender nítidamente su mensaje y nos encontramos con dificultades para leerlos y meditarlos como puros textos espirituales.

Jesús fue un judío. Sus raíces están en el mundo israelita y sólo desde la cosmovisión del Antiguo Testamento y desde el judaísmo se le puede entender de una manera correcta. Su mundo forma parte del mundo semita. Su cosmovisión, la propia del mundo hebreo. Su pensamiento, enraizado en el tipo de judaísmo propio de su tiempo. Los evangelistas nos transmitieron lo que comprendieron, sintieron y vivieron con relación a Jesús de Nazaret y nos lo transmitieron a partir de la cosmovisión y antropología propias de su tiempo y con la estructura mental, sensitiva, organizativa y lingüística que tenían. Y por tanto nos podemos plantear: ¿cuál fue y sigue siendo la revelación de Jesús, el mensaje, de Jesús de Nazaret, más allá de la cosmovisión y las formas expresivas del ámbito cultural judeo-helenista en el que vivió y desde el que se expresó?

No debemos perder de vista, sin embargo, que las revelaciones sagradas, aunque vienen expresadas en narraciones, mitos, símbolos y rituales, no son, sin embargo, esos mitos, símbolos y rituales en los que se expresan. La realidad no es como la describen los mitos, ni como la describe la religión, la filosofía o la ciencia o como afirman nuestros discursos interpretativos. Ninguna de estas formas de expresión e interpretación es capaz de describir objetivamente la realidad. La realidad es la que es, independientemente de cuáles sean nuestras interpretaciones y nuestras descripciones históricas o actuales.

Nosotros hemos de poder aprehender y comprender, más allá de esa cosmovisión histórica concreta, el mensaje espiritual del Nazareno y ser capaces de expresarlo con un lenguaje y una mentalidad adecuados a nuestro tiempo. Los cristianos hemos de aprender a hacer una lectura y una interpretación correcta de los Evangelios; a leerlos como textos puramente espirituales que comunican cosas utilizando un determinado lenguaje y unas determinadas formas expresivas, mensajes que se expresan con el lenguaje propio de la sociedad y el tiempo en que fueron redactados, y utilizando narraciones y símbolos que no pretenden describir objetivamente la realidad de la que hablan sino insinuarla, apuntarla, sugerirla.

Ahora, por ejemplo, que siguiendo el calendario cristiano nos acercamos a la navidad, nos podemos preguntar: ¿con qué finalidad se escribieron esa parte de los Evangelios canónicos que denominamos evangelios del nacimiento y la infancia de Jesús, qué se nos quiere transmitir, cuál era la cosmovisión de aquellas primeras generaciones cristianas, sus creencias, sus convicciones de fe y el fundamento de aquella su fe, respecto a una etapa de la vida de Jesús escasamente conocida, qué mensajes nos quisieron transmitir esas primeras comunidades cristianas, la iglesia naciente, con sus diversas formas expresivas, con su manera de decir, más allá del lenguaje concreto, de las narraciones y los diversos géneros literarios empleados para transmitirlos? (Todo un interesante campo a profundizar)

Elaboración a partir de M. CORBI: Hacia una espiritualidad laica + otras fuentes

Ver tambien la sección: RELIGIONS


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