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Pandemia: ¿Dónde está Dios?

¿Por qué Dios permite la pandemia y calla? ¿Es un castigo? ¿Hay que pedirle milagros? ¿Dónde está Dios?

Formamos parte del Cosmos, del Universo. Somos producto galáctico, polvo de estrellas. Fruto de una larguísima historia cosmológica y evolutiva. La más excelsa expresión conocida de la vida. Expresión máxima del fenómeno vital. Nuestros ingredientes constitutivos nos entroncan com los componentes biológicos terrícolas y nos remiten a nuestro ser mundano: una realidad biológica endeble, frágil, vulnerable. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Pero la singularidad humana no se agota en la biología. Somos emoción y razón, deseo, anhelo, sentimiento y trascendencia. Seres hechos para la vida, pero amenazados por la muerte. Las grandes tradiciones de sabiduría remiten también a la existencia en lo más íntimo, misterioso, recóndito de nuestro ser y sentir a una dimensión que nos entronca con la divinidad: un destello de lo divino. Seres espirituales que corretean a menudo inconscientemente en busca de la felicidad, de lo absoluto, de la plenitud. Pensábamos estar a punto de alcanzar la cima del progreso. Soñábamos con llegar a ser semidioses, dueños de nosotros mismos y de nuestro destino…

…Y de repente un insignificante, imperceptible, microscópico corpúsculo viviente impacta en nuestras vidas y desestabiliza nuestra existencia como especie: ataca nuestras defensas, se apodera de nuestro organismo, destruye nuestras vidas y nos lleva a la muerte… Y con ello la ensoñación, la quimera, el castillo, el poderío en el que vivíamos encumbrados se derrumba, queda arrasado y nos devuelve a la humilde, cruda, frágil realidad de nuestro ser, a la inseguridad, debilidad, vulnerabilidad de nuestras vidas. Con esta pandemia que tan duramente nos acecha parece como si alguien en el Cosmos quisiera recordarnos a los humanos nuestra pequeñez, endeblez e insignificancia cósmica y biológica: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Vidas truncadas, víctimas inocentes, familias amputadas, conocidos afectados, vecinos damnificados… mal, congoja, desolación, consternación…

Y en medio de tanto desgarro humano, de tanto dolor y tanto mal, ¿dónde está Dios? ¿Por qué guarda silencio? ¿Por qué permite todo esto? ¿Por qué no viene a salvarnos de tanto destrozo? Para muchos el Dios cristiano guarda silencio, permanece en la penumbra, muchos pueden reprocharle su inmisericordia al permitir todo esto. Pero para el cristiano Dios se expresa no solamente con la palabra, sino también a través de los más diversos “signos de los tiempos”: Dios quizás se expresa en lo mejor y más noble que cada ser humano es capaz de sacar en los momentos más difíciles: en la proximidad y cercanía al otro, en la solidaridad, empatía, altruismo, en la actividad externa, o en el silencio interno, a través de nuestra confianza en Él expresada en el último aliento, en quien expone su salud y su vida para no abandonar al necesitado, en la mano amiga que sostiene al moribundo solo y desprotegido, en quien cede sus legítimos recursos vitales en atención al otro más necesitado, en el altruismo y solidaridad humana de cuantos en primera línea o en retaguardia sacan lo mejor de sí mismos, exponiendo incluso sus vidas, al servicio de los más necesitados, en cuantos empatizan con el desgarro de los afectados, a quienes se solidarizan con el indigente, en quienes acompañan en su soledad y silencio al desvalido… Quizás Dios no está tan ausente, y tan alejado de nosotros como nos pensábamos; tal vez está expresándose a nuestro lado a través de nuestro próximo, tal vez nos haya despertado a nosotros mismos para que permitamos que se exprese también de mil formas diversas a través nuestro… De esta grave situación, como de cualquier otra crisis, tal vez podamos asimilar algunas nuevas lecciones. Quizás necesitemos aprender a leer nuevamente los “signos” de los tiempos, empezando a resituar nuestra incierta, contingente, frágil posición existencial y permitiendo que un renovado aire fresco oxigene nuestro tal vez anquilosado, pero a su vez siempre anhelante espíritu. Presentamos algunas reflexiones más al respecto.

Por Víctor Codina (1)
  • "¿Dónde está Dios? Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza"
  • "No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros"
  • "Quizás nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos"

 

Afortunadamente, junto a los terroríficos y casi morbosos noticiarios televisivos sobre la pandemia, aparecen otras voces alternativas, positivas y esperanzadoras.

PandemiaAlgunos recurren a la historia para recordarnos que la humanidad ha pasado y superado otros momentos de pestes y pandemias, como las de la Edad media y la de 1918, después de la Primera Guerra Mundial. Otros se asombran de la postura unitaria europea contra el virus, cuando hasta ahora discrepaban sobre el cambio climático, los inmigrantes y el armamentismo, seguramente porque esta pandemia rompe fronteras y afecta a los intereses de los poderosos. Ahora a los europeos les toca sufrir algo de lo que padecen los refugiados e inmigrantes que no pueden cruzar fronteras. Hay  humanistas que señalan que esta crisis es una especie de “cuaresma secular” que nos concentra en los valores esenciales, como la vida, el amor y la solidaridad, y nos obliga a relativizar muchas cosas que hasta ahora creíamos indispensables e intocables. De repente, baja la contaminación atmosférica y el frenético ritmo de vida consumista que hasta ahora no queríamos cambiar. Ha caído nuestro orgullo occidental de ser omnipotentes protagonistas del mundo moderno, señores de la ciencia y del progreso. En plena cuarentena doméstica y sin poder salir a la calle, comenzamos a valorar la realidad de la vida familiar. Nos sentimos más interdependientes, todos dependemos de todos, todos somos vulnerables, necesitamos unos de otros, estamos interconectados globalmente, para el bien y el mal.

También surgen reflexiones sobre el problema del mal, el sentido de la vida y la realidad de la muerte, un tema hoy tabú. La novela La peste de Albert Camus de 1947 se ha convertido en un best seller. No solo es una crónica de la peste de Orán, sino una parábola del sufrimiento humano, del mal físico y moral del mundo, de la necesidad de ternura y solidaridad.

Los creyentes de tradición judeo-cristiana nos preguntamos por el silencio de Dios ante esta epidemia. ¿Por qué Dios lo permite y calla? ¿Es un castigo? ¿Hay que pedirle milagros, como pide el P. Penéloux en La peste? ¿Hemos de devolver a Dios el billete de la vida, como Iván Karamazov en Los hermanos Karamazov, al ver el sufrimiento de los inocentes? ¿Dónde está Dios?

No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros, es el Emanuel; creemos y confiamos en Jesús de Nazaret que viene a darnos vida en abundancia y se compadece de los que sufren; creemos y confiamos en un Espíritu vivificante, Señor y dador de vida. Y esta fe no es una conquista, es un don del Espíritu del Señor, que nos llega a través de la Palabra en la comunidad eclesial.

Todo esto no impide que, como Job, nos quejemos y querellemos ante Dios al ver tanto sufrimiento, ni impide que como el Qohelet o Eclesiastés constatemos la brevedad, levedad y vanidad de la vida. Pero no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la creación y nuestra libertad, quiere que nosotros colaboremos en la realización de este mundo limitado y finito. Jesús no nos resuelve teóricamente el problema del mal y del sufrimiento, sino que a través de sus llagas de crucificado-resucitado nos abre al horizonte nuevo de su pasión y resurrección; Jesús con su identificación con los pobres y los que sufren, ilumina nuestra vida; y con el don del Espíritu nos da fuerza y consuelo en los nuestros momentos difíciles de sufrimiento y pasión.

¿Dónde está Dios? Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza.

Acabemos con un salmo de confianza que la Iglesia nos propone los domingos en la hora litúrgica de las Completas, para antes de ir a dormir:

Tú que vives bajo el amparo del Altísimo y pasas la noche bajo la sombra del Todopoderoso, di al Seño: refugio, baluarte mío, mi Dios en quien confío.

Pues él te libra de la red del cazador, de la peste funesta: con sus plumas te protege, bajo sus alas hallas refugio: escudo es su fidelidad.

No temerás el terror de la noche, ni la saeta que vuela de día, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía.
(Salmo 90,2-7)

Quizás nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos.  

Fuente: https://blog.cristianismeijusticia.net/2020/03/20/donde-esta-dios

(1) Víctor Codina es Jesuita. Estudió filosofía y teología en Sant Cugat, en Innsbruck y en Roma. Doctor en Teología, fue profesor de teología en Sant Cugat viviendo en L'Hospitalet y Terrassa. Desde 1982  hasta 2018 residió en Bolivía donde ha ejercido de profesor de teología en la Universidad Católica Bolivia de Cochabamba alternando con el trabajo pastoral en barrios populares Ha publicado con Cristianisme i Justícia L. Espinal, un catalán mártir de la justicia (Cuaderno nº 2, enero 1984), Acoger o rechazar el clamor del explotado (Cuaderno nº 23, abril 1988), Luis Espinal, gastar la vida por los otros (Cuaderno nº 64, marzo 1995).


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