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De la desvinculación a la deshumanización abortista

El despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos está provocando la anemia moral de nuestra sociedad.

El ser humano de hoy se ha transformado en una mercancía y concibe su vida como un capital que es necesario invertir a fin de que reporte beneficios. Si lo consigue es un triunfador y su vida tiene sentido, si no, es un fracasado. E. FROMM

¿Qué significa humanizar? Nos encontramos inmersos en un abierto e incompleto proceso de humanización. Es necesario continuar potenciando una cultura humanizadora que reivindique el respeto a la dignidad humana frente al intento de considerar al ser humano como objeto supeditado a intereses mercantilistas o utilitaristas. Hace falta redescubrir el valor incondicional del ser humano.

Humanizar significa: vivir afirmando la dignidad humana que posibilite a todo ser humano alcanzar su plenitud. Hacer que se respete la dignidad humana, defenderla y promoverla. Educar en valores humanos, especialmente en valores morales.

Nuestra especie se encuentra inmersa en un proceso evolutivo en el cual la tendencia progresiva de la humanidad está encaminada al respeto creciente a la dignidad humana y a todo cuanto constituye la vida en nuestro planeta. Rechazamos todo tipo de atentado o agresión a cualquier ser vivientes de nuestra casa común. Proscribimos todo tipo de violencia, centrándonos especialmente hoy en desterrar cualquier tipo de violencia contra las mujeres. Confiamos en que esa progresiva protección y respeto social que reivindicamos, siguiendo esa tendencia al respeto y dignificación en la que se encuentra la mejor versión de nuestra humanidad, llegue pronto también al reconocimiento y respeto del valor y dignidad de toda vida humana, independientemente del estadio de desarrollo en que se encuentre cualquier ser humano. En esa estamos. Que así sea.

Dos manifestaciones de signo contrario de nuestro grado de humanidad: la humanidad, empatía y solidaridad mostrada por la población en el caso del pequeño caído en un profundo pozo en Totalán (Málaga) y la inhumanidad e insolidaridad social legal demostrada por la nueva ley del aborto aprobada en el estado de Nueva York. Mientras en determinados aspectos demostramos una humanización creciente, en otros algunos experimentan una regresión a las cavernas, una deshumanización progresiva. Las conductas individuales son personales, pero también influidas por el ambiente social y la mentalidad dominante. La presión social ambiental es muy poderosa. La mentalidad y los valores sociales dominantes, la publicidad, los mass-media, determinadas concepciones colectivas predominantes (bienestar, progreso, libertad, violencia, etc.), la superficialidad, la deficiente formación recibida, etc. influyen poderosamente en las conductas individuales y en los comportamientos colectivos.  

El equilibrio y la armonía son esenciales para una buena salud individual o colectiva. Vivir a un ritmo trepidante, someterse a una vida de vértigo, mirar sin ser conscientes de lo que se ve, son algunos de los síntomas de una forma de vida que causa desasosiego. El despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad.  

El ser humano se caracteriza porque es una vida consciente de sí misma. La falta de esta consciencia puede ser una de las fuentes de nuestros males. La ausencia de amplias capas de pensamiento crítico ha favorecido la generalización de la superficialidad y la mediocridad… Nos es más fácil movernos por consignas y buscar soluciones superficiales a los problemas que nos plantea la vida. Ello ha provocado que la capacidad de influencia de ciertos razonamientos, fundamentados, lógicos y racionales, sobre el conjunto social es prácticamente nula, aunque no por ello un verdadero corredor de fondo debe abandonar.

Una sociedad desvinculada

Hoy estamos atravesando una crisis profunda, crisis global, crisis de civilización. Para superar esa crisis hay que partir de un diagnóstico certero que nos muestren las causas de la crisis. Un relato que explique cómo hemos podido llegar hasta aquí. Sin un diagnóstico que exprese bien la realidad que vivimos nos será difícil revertir la situación. Una de las principales causas de esta crisis nace de lo que podríamos denominar la cultura de la desvinculación. El mundo actual lo podíamos comparar a un árbol enormemente frondoso, pero cuyas ramas han dejado de recibir la rica savia procedente de sus raíces. Hemos perdido el vínculo con nuestras raíces culturales, axiológicas, morales.

La raíz que hace posible la sociedad desvinculada es la razón instrumental que ha destruido y suplantado la razón objetiva fundamento de nuestra cultura. La razón objetiva era una forma de entender la vida y el mundo. Consideraba la conciencia individual como formando parte de una gran red, un sistema de relaciones entre los seres humanos, sus grupos e instituciones sociales, que se extendía a la naturaleza articulando un orden cósmico donde el hombre tenía un lugar que daba sentido a su vida. En esta concepción, el que definía la vida racional era el grado de armonía con la que se conseguía vivir en relación con la totalidad. Armonía consigo mismo, con los otros, con el mundo. Con la Ilustración, surge otro tipo de razón, la razón instrumental. Según ésta lo racional es lo útil. Una vez decidido lo que se quiere, el fin, la razón se encargará de encontrar y definir los medios para conseguirlo. Lo instrumental, lo utilitario, lo que sirve para algo es racionalmente correcto, y por lo tanto verdadero. Los fines que uno se propone son objetivos irrenunciables, los medios para conseguirlo una cuestión secundaria y subjetividad. Estos bienes instrumentales se convierten en grandes fines a los que el individuo contemporáneo no está dispuesto a renunciar (sin reparar en los medios para conseguirlo) mientras los verdaderos, aquéllos que atienden a lo racional y lógico pierden todo interés y reconocimiento. En lugar de buscar los medios adecuados para fines establecidos, se priorizan los fines sin importar los medios para conseguirlos. Esta filosofía de la vida genera una gran inestabilidad, que se traducirá en rupturas y crisis en muchos planos de la vida.

La desvinculación de las raíces, de la tradición, de la norma, del deber, del compromiso, de la responsabilidad nos ha dejado huérfanos, como a la intemperie. Vivimos una crisis de identidad, la de ser humanos, la de ser persona, corremos el riesgo de convertirnos en post-humanos. Ya no sabemos muy bien quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.  Vivimos tiempos en los que la verdad está en crisis y la libertad, obsesionada en multiplicar las opciones disponibles, queda desgajada de cualquier referente ético mínimamente consistente. Lo importante es ser libres a toda costa, sin atender a referentes de calidad y moralidad. La crisis que atravesamos es también consecuencia en gran parte de la ruptura con la ley natural, consecuencia de la creación de un mundo humano artificioso y nuestra desvinculación con la Naturaleza. En estas condiciones, es muy difícil escapar a situaciones individuales y colectivas de verdadera angustia.

Esta crisis es el fruto de la “disociación” del individuo moderno, es decir, resultado del individuo disociado, desvinculado. Esa “disociación” o desvinculación refleja el tipo de sociedad en la que vivimos inmersos. Estamos sumergidos en una crisis múltiple: la crisis cultural, crisis moral y espiritual. Hoy nuestra endeblez ha provocado la incompetencia para referirse a un “trascendente” capaz de estructurar unos límites, determinando lo que debe promoverse y lo que debe ser descartado, lo que debe ser prohibido y lo que no. El paradigma neo-liberal está fomentando determinadas formas de deshumanización y está alcanzando altas cotas de necedad… Sometemos muchos de los componentes de la vida a la soberanía ilimitada del individuo particular. En este contexto, se ha vuelto casi imposible deliberar sobre lo bueno y lo malo. Nos cuesta distinguir el camino acertado del atajo errado. El materialismo exacerbado, el mercantilismo, el utilitarismo se han convertido en el horizonte vital de muchos de nuestros contemporáneos. Convertimos lo técnicamente posible y lo económicamente rentable en criterio de actuación. Cada vez las cotas de irracionalidad, insensatez y estupidez son más altas. Los fundamentos del vínculo que nos sostenían se han difuminado y se han sustituido por criterios endebles y difusos. Impera un gran desconcierto moral porque existe una gran dificultad colectiva para identificar el bien, lo justo, y diferenciar lo necesario de lo superfluo. Atrofiados en nuestra humanidad, priorizamos una serie de exigencias que nos imponen los actuales sistemas de vida a costa de sacrificar otras posibilidades vitales.

La desvinculación del fondo primordial: «vivir conforme a la Naturaleza»

La artificiosidad creciente de nuestras vidas, nos lleva a un alejamiento de la naturaleza, y también a una disolución de nuestros vínculos, a una difuminación de nuestra Naturaleza más íntima. El término «naturaleza» ha tenido en la historia de las ideas un doble significado: la «Naturaleza» entendida como el Principio que sostiene el mundo. La Ley única y universal que todo lo informa. Y la «naturaleza»: la naturaleza visible, lo que ordinariamente denominamos naturaleza. La Inteligencia primordial está en el entramado mismo de las cosas. Sabio es quien aprende a vivir en conformidad con la ley que todo lo rige, quien vive en armonía con nuestra propia Naturaleza. Cuando olvidamos nuestro vínculo intimo con la ley que todo lo rige, cuando nos desvinculamos de nuestra Naturaleza íntima pasamos a convertimos en auténticos necios, pues actuamos contra lo más natural que nos constituye, en contra de la raíz profunda que fundamenta nuestro verdadero ser; tirándonos piedras sobre nuestro propio tejado, procediendo así contra nosotros mismos. Abandonamos el sentido común y desorientados, nos perdemos. Solemos percibir el mundo y cuanto hay en él como un campo neutro, carente de significado intrínseco, que podemos explotar y manipular a nuestro antojo para lograr nuestros fines. Lo mismo llegamos a hacer, la misma valoración llegamos a aplicar, con el ser humano, quizás no deseado, aun no nacido. Las leyes abortistas se nutren de tan irracional necedad.

Las consecuencias de esa existencia desvinculada de la Naturaleza íntima, las leyes y los ritmos propios de cada cosa resultan dramáticas. Nos entregamos a la inteligencia humana, y a sus productos la ciencia y la técnica, para hallar remedio a lo que se consideran «los pequeños problemas que inevitablemente trae consigo el progreso». Hemos creado un mundo artificioso desvinculado de la Naturaleza, una especie de burbuja artificiosa que nos envuelve y nos penetra. Y en ella habitamos. Sumergidos en dicha burbuja se nos pretende convencer de que estamos en una sociedad libre y democrática. Y, sin embargo, nuestra época no invita precisamente a avanzar en la dirección que nos propone el sentido común. El hombre moderno no comprende que consecuencia directa de esa desvinculación de la naturaleza y con nuestra Naturaleza íntima es la causa de todo desorden. Ante semejante atentado, apenas decimos nada. Pocos son los sabios que saben que el respeto por el Ser comienza por el respeto a uno mismo, por el respeto a toda la creación, las plantas, los animales, el agua, el aire y la tierra; que sienten el daño inferido a la naturaleza como un daño infligido a sus propios cuerpos.

Entre nosotros se ha producido una trasmutación de valores (algunos de ellos se han prostituido) como el derecho a la vida, el concepto de familia, de libertad, de progreso… Estos son algunos de nuestros problemas como hombres del siglo XXI, desarraigados, sin consistencia, sin capacidad de aclararnos sobre lo mejor de nosotros mismos y nuestra civilización. La gente asume muchas consignas de forma acrítica, los valores colectivos dominantes se convierten en ideología predominante de nuestro tiempo… Una sociedad en la que la reflexión crítica no tiene lugar es siempre una sociedad adocenada, un caldo de cultivo para la manipulación, sin reflexión crítica estamos abocados al gregarismo, a la destrucción y al caos.

La inversión de algunos de los valores dominantes

Dignificación vida humanaPara revertir dicha situación necesitamos progresar en una triple dirección: tomar mayor consciencia de la realidad en la que nos hallamos inmersos, de las injusticias, de las alienaciones y dependencias que nos atenazan, de la explotación de las personas y de nuestra desvinculación con la Naturaleza, de todo aquello que hace inviable el auténtico desarrollo y progreso. En algunos aspectos, la desvinculación con nuestras raíces unido a determinados estilos de vida nos está abocando a una dramática deshumanización que va corroyendo el cuerpo social. Veamos el grado de absurdidad antropológica y regresión civilizatoria al que algunos pretenden llegar y lo sucedido en el Estado de Nueva York respecto al aborto.

Dos filósofos italianos suscitaron hace un tiempo una amplia polémica: el fondo de la cuestión se centra en que según Giubilini y Minerva, sus autores, es posible eliminar a un niño después del nacimiento, si se piensa que tal acción puede ser útil para el propio niño, sus padres o la sociedad, porque ello es moralmente irrelevante, a equiparar los derechos de ese niño a un feto que pueda eliminarse por el aborto. En efecto, los autores manifiestan: a) tanto el feto como el recién nacido no poseen el estatus moral de persona en acto, b) el hecho de que ambos sean potencialmente personas es irrelevante moralmente y c) la adopción no siempre es la mejor solución para ese niño que se desea eliminar. Consecuentemente Giubilini y Minerva sostienen que “lo que ellos denominan «aborto después del nacimiento» (matar a un niño nacido) deberá ser permitido en todos los casos en los que el aborto también lo hubiera sido, incluyendo aquellos en los que el recién nacido no padece ningún tipo de discapacidad” es decir, “que se puede terminar con la vida de un recién nacido sano sin responsabilidad moral alguna si en las mismas circunstancias ese niño pudiera haber sido abortado antes de nacer”.

No hace mucho el estado de Nueva York aprobó una ley que legaliza el aborto hasta el nacimiento. Esta nueva ley permite la matanza del niño por nacer hasta el día del nacimiento, sin ni siquiera algún tipo de restricción. Sí, hasta los nueve meses, siempre y cuando la salud de la madre esté en riesgo o el feto no sea viable. Además, la ley permite practicar ciertos abortos a profesionales sanitarios que no tienen el título de médico. La ley afirma tener el propósito de garantizar un aborto “seguro” a la mujer. Con esta ley, el médico abortista podrá dejar morir al niño si sobrevive al procedimiento y sale vivo del vientre materno. Esta ley no otorga ningún valor a la vida del hijo por nacer, sea deseado o no. Permite matar al hijo por nacer hasta el mismo momento del nacimiento. Despenaliza provocarle un aborto a una mujer contra su voluntad. Si un médico provoca la muerte de una paciente durante un aborto no afrontará cargos penales.

En España la ley sobre el aborto de 1985 reconocía al embrión y al feto, una condición concreta, una dimensión humana, que debía ser protegida. El aborto no era un derecho indiscriminado, sino el resultado de un equilibrio de derechos entre el nasciturus, y la protección de la mujer en determinados supuestos. La ley del aborto de Zapatero el no nacido parece que no exista. Lo que la madre aborta no tiene nombre, no es un ser humano, es un “algo” que no merece ninguna atención. A este respecto en España, por ejemplo, el Ministerio de Sanidad ha hecho públicas recientemente las cifras sobre los abortos practicados en España en 2017: en total 94.123 abortos, 257 vidas humanas sacrificadas al día. El 81% de los abortos se practican en clínicas privadas, pero financiados con dinero público. Las Administraciones públicas españolas dedican 10 veces más dinero a financiar abortos (34 millones de euros), que a ayudar a las mujeres embarazadas para llevar adelante el embarazo (3'6 millones). Las Administraciones en Alemania dan 735 € a cada mujer embarazada. En España una cifra media de sólo de 7,6 € anuales de ayuda para mujer embarazada. En Cataluña 0 euros de ayuda. El aborto está convirtiendo en un gran negocio financiado con fondos públicos. Lo demuestra la evolución del número de clínicas abortistas en España, que ha pasado de las 29 existentes en 1987 a las 212 del año 2017. Las cifras de Red Madre demuestran que 9 de cada 10 mujeres embarazadas que son ayudadas deciden continuar su maternidad.

Para la justificación de las prácticas abortistas a menudo se recurre a difundir una sutil ideología proabortista con conceptualizaciones ambiguas como libertad y dignidad, derecho, derecho a decidir sobre el propio cuerpo, etc. términos “talismán”, aptos para vencer sin convencer… Se proclama, por ejemplo, el “derecho de las mujeres al aborto”, una expresión que contiene una contradicción en sus términos. Los derechos que nos asisten están destinados a promover la vida, no la muerte. Hablar de “derecho al aborto” supone desquiciar el recto orden de la mente y entregarnos al caos del pensamiento arbitrario. Se fundamenta ese supuesto derecho en el deber de la sociedad de conceder a las mujeres “libertad para decidir”. En apoyo de tal forma de libertad se apela a la “dignidad de las mujeres”, obviando el hecho de que la dignidad va unida con la autoestima, no con el amargo sentimiento de culpa que flagela a las abortistas, sometidas al temible “síndrome postaborto”.

Hemos de trabajar para construir la sociedad más humana, no deshumanizada, en la que se valore toda vida humana. Es loable la preocupación de muchos ciudadanos por evitar el sufrimiento de los animales, el afecto a los animales de compañía, el interés por preservar la biodiversidad de nuestro planeta. Severas leyes castigan a quienes maltraten a los animales o pongan en peligro la fauna y la flora de nuestros campos, los incendios de nuestros bosques o la contaminación ambiental, acuática, etc. todo lo cual acredita que aumenta nuestro nivel de concienciación y nuestra calidad humana. Pero la práctica inhumana del aborto es incompatible con tan loable espíritu de preservación planetaria; esto no cuadra con la indiferencia que muestra nuestra sociedad hacia la cruda realidad del aborto. Nos conmovemos por el dolor que pueda infligirse a los animales, pero nos mostramos indiferentes ante la aniquilación de nuestros congéneres en el vientre materno. Eso repugna a cualquier mente no deshumanizada por la corrosión de la desvinculación. ¡Resulta todo tan contradictorio...! La gran mayoría apenas alza su voz ante semejante desaguisado. La que creemos nuestra omnímoda libertad para decidir sobre nuestra vida sin tener que dar cuenta a nadie es uno de los grandes engaños de nuestra sociedad. Actualmente estamos supersensibilizados y desarrollando una cruzada y con razón ante cualquier episodio de “violencia de género” y, sin embargo, nos mostramos insensibles ante el drama del aborto, la violencia contra cien mil niños concebidos que se sacrifican cada año antes de nacer. Hemos convertido el aborto en un derecho de la mujer del que puede hacer uso en cualquier momento del embarazo y si nace vivo se le niega la asistencia.

No existe un supuesto derecho al aborto, existe sí el derecho humano a la vida independientemente del estadio de desarrollo en que el ser humano se encuentre. Sería mucho más positivo y supondría un gran progreso civilizatorio... si por parte de algunos en lugar de alentar, jalear, justificar y liberalizar una práctica tan cruel e inhumana como el aborto, segando vidas humanas en el seno materno y convirtiéndolo en una verdadera lacra social indigna de una sociedad civilizada, instituciones públicas o privadas, medios de comunicación, creadores de opinión y particulares hiciésemos una apuesta decidida por la VIDA, construyendo entre todos un CLIMA SOCIAL FAVORABLE A LA VIDA NACIENTE para que ésta pueda llegar a buen término en TODOS los casos, implementando los cambios necesarios en la estructura social, axiológica y mental del conjunto del cuerpo social, a fin de hacerlo posible. Esa sería la senda del auténtico progreso en humanidad y no el falaz y obsoleto discurso abortista que algunos pretenden inocular en el seno de nuestra sociedad.

Elaboración propia a partir de diversos materiales.

Ver también la sección CULTURA I VIDA


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