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Nuestro particular mundo (mental)

  • ¿Hay un mundo de hechos comunes a todos?
  • Aunque nos parezca increíble, cada individuo suele habitar en un universo único, en su mundo, en su propio universo (mental).
  • Es nuestra mente la que configura el mundo que habitamos.
  • Las personas que conviven con nosotros y las que nos cruzamos a diario por la calle están viviendo, literalmente, en universos diferentes.
  • Más que un único mundo externo y objetivo, lo que hay realmente es un número ingente de ellos, tantos como personas.

Cada uno vivimos en un mundo, tenemos nuestro propio mundo, nos creamos nuestra propia burbuja vital. La burbuja en la que vivimos, nos desarrollamos y si nos descuidamos en ella morimos. En ella vivimos y en ella nos desenvolvemos. No es fácil ser conscientes de ello y salir de ella, romper los diques a menudo inconscientes que nos atenazan. Si no queremos quedar encerrados en nosotros mismos debemos ampliar la mirada, otear en el horizonte, ampliar nuestros intereses, ensanchar nuestro espíritu.

El ser humano ha intentado siempre comprenderse a sí mismo. En su diálogo interno constantemente está interrogándose por su identidad: ¿qué soy?, ¿quién soy yo? Nuestro yo en la mayoría del tiempo se encuentra en una carrera frenética en busca de seguridad, riquezas, admiración, nos lanzamos a un activismo desenfrenado a veces sin sentido…. Todo ello va configurando la imagen que cada uno nos hacemos sobre nosotros mismos, nuestra autoimagen. Esa nuestra imagen va conformando nuestra identidad. Nuestra identidad superficial está formada por un conglomerado de improntas, sentimientos, experiencias y de nuestras representaciones acerca de cómo beberíamos ser o quisiéramos ser. El mundo de las cosas, de la energía y de la materia no es realmente el mundo en que vivimos. El nuestro es un mundo de sentimientos e ideas, de atracciones y repulsiones, de escalas, de motivos e incentivos; todo ello es un mundo mental.

La filosofía perenne ha insistido que la mayoría de los seres humanos, aunque creen estar despiertos y ser habitantes del único mundo, en realidad están soñando, habitando en sus respectivos mundos subjetivos y particulares.
M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada

Nuestro mundo particular

Nuestra mente no es un espejo que se limite a reflejar los hechos internos o externos; lejos de ser así, es ella misma, en buena medida, la que los construye y los recrea. Nuestra percepción es indisociable del mundo social, histórico y cultural en el que vivimos inmersos y de nuestro particular mundo personal, de nuestra historia individual. El pensamiento es siempre el pensamiento de un hombre de carne y hueso, de un individuo con una biografía, un condicionamiento y un temperamento particulares; con sus experiencias, aversiones, gustos, valores, intereses, creencias y prejuicios específicos. Cada uno experimenta e interpreta eso que percibe de un modo personal, peculiar y único.

Dos amigos, por ejemplo, pueden ver a la misma persona y reconocerla ambos al instante. Aparentemente han percibido lo mismo; de hecho, ambos pronuncian el mismo nombre propio cuando la ven. Pero esa persona despertará en cada uno, por asociación, sentimientos completamente diferentes. Uno puede fijarse en su rostro, y el otro en su ropa. Uno puede sentir atracción, y el otro indiferencia u hostilidad. Cada uno proyecta en dicha persona su propio condicionamiento — proveniente, en gran medida, de su trasfondo de vivencias pasadas— y el resultado es una experiencia diferente para cada cual. Nuestra mente configura el mundo que habitamos. Más que un único mundo externo y objetivo, lo que hay realmente es un número ingente de ellos, tantos como personas. Es evidente que el «mundo» del niño no es el mismo que el del adulto, que el del primitivo no es el del hombre civilizado, que el ignorante no habita en el mundo del hombre instruido, ni la persona triste en el de la persona feliz...

El mundo nos configura a la vez que nosotros lo configuramos. Nuestro mundo, nuestro pensamiento es en sí mismo la resultante de todo un mundo particular (una sociedad, una biografía, una educación, una mentalidad ...) que lo sostiene, posibilita y condiciona. A su vez, lo que llamamos «mundo», lejos de ser una realidad unívoca y objetiva, tiene mucho de construcción: de convenio asumido culturalmente y de elaboración individual. No es el «mundo» el que configura nuestro pensamiento, sino nuestra mente la que configura el «mundo».

Nuestro mundo, el mundo en el que habitamos, es sobre todo nuestro mundo mental

El mundo de las cosas, de la energía y de la materia no es realmente el mundo en que vivimos. El nuestro es un mundo de sentimientos e ideas, de atracciones y repulsiones, de escalas, de motivos e incentivos; todo ello es un mundo mental. Un repaso honesto a nuestra biografía nos basta para advertir en cuántos mundos — algunos de ellos abismalmente diferentes entre sí— hemos habitado. A cuántos «yoes» —algunos de ellos extremadamente diferentes— hemos denominado «yo».

Habitualmente «soñamos». Hay corrientes de pensamiento que consideran que el « mundo» es algo indiscutible, ajeno a nosotros, que el hombre lo puede conocer como un observador imparcial. Sin embargo, la sabiduría de todos los tiempos considera que la mayoría de los seres humanos, aunque creen estar despiertas y ser habitantes del único mundo, en realidad están soñando, habitando en sus respectivos mundos subjetivos y particulares. Según la sabiduría, soñamos cuando confundimos el mundo que estructuran nuestros conceptos y palabras con la realidad.

Cada individuo suele habitar en un universo único. Lo construye con el material de sus vivencias y percepciones, las cuales han sido filtradas por sus creencias, valores e intereses, por los condicionamientos que le han impuesto su cultura y su educación, y por la particular interpretación que ha hecho de su experiencia pasada.

El yo superficial es la auto-imagen y el conjunto de ideas y creencias en los que asentamos erróneamente el sentido básico de nuestra identidad.  La identificación con esos modelos de comportamiento, con la visión del mundo que implican, y con los juicios sobre nosotros mismos que resultaron al compararnos con ellos, dio origen a nuestro yo superficial y a su particular sistema de creencias. Este sistema lo ha ido forjando a lo largo de su existencia. Algunas de estas creencias se han mantenido a lo largo de nuestra existencia, y otras han cambiado. Desde el momento en que nos identificamos con ciertas ideas, esas ideas toman posesión de nosotros y se convierten en el sustituto vicario de nuestra verdadera identidad.

El yo superficial implica la identificación con todo un sistema de creencias: lo que cree sobre sí mismo e, indirectamente, sobre el mundo, los demás, sus relaciones mutuas... Ese yo siempre esclavo de sí mismo, de su percepción limitada y parcial, se incapacita para experimentar nuevas formas de ser y de estar en el mundo. Una auto-imagen mental define al yo y, a su vez, estas ideas que tiene sobre sí condicionan su percepción del mundo, sus ideas sobre la realidad. La Realidad, en toda su amplitud, riqueza y constante novedad, le es desconocida.

El mundo es para cada persona lo que ésta de hecho piensa o cree que es. «Cada uno ve el mundo según la idea que tiene de sí mismo. Precisamente porque nuestro mundo es en buena medida un correlato de lo que creemos acerca de él, dicho mundo parece confirmar nuestras creencias; ello, a su vez, nos lleva a pensar, equívocamente, que nuestro mundo es el mundo, y que los que no comparten nuestro modo de pensar habitan en el más profundo error.

Las personas que conviven con nosotros y las que nos cruzamos a diario por la calle están viviendo, literalmente, en universos diferentes. El mundo humano no es un mundo de hechos brutos; es siempre un mundo mental, es decir, interpretado, lleno de significados, filtrado y teñido por nuestras creencias, valores, deseos, estados de ánimo, buenas o malas digestiones, etc.

No habitamos todos el mismo mundo; cada uno mora en un mundo particular que es tan personal, subjetivo e incompartible como un «sueño». El mundo que cada cual percibe es en buena medida un reflejo de su esfera privada de creencias, pensamientos, valores y deseos. Somos nosotros mismos hasta cierto punto  los responsables de lo que vemos y sentimos. En primer lugar, decidimos qué queremos creer y, por consiguiente, en qué clase de mundo queremos habitar. Nuestros juicios — las creencias que los sostienen y las emociones que los acompañan— definen la idiosincrasia de nuestro mundo personal.

Conclusión

El mundo exterior no es realmente el mundo en que vivimos. Nuestro mundo, el mundo humano, nuestro mundo mental, no es un mundo de hechos brutos y neutros, sino un mundo representado, interpretado, significado, valorado. El nuestro es un mundo de sentimientos e ideas, de atracciones y repulsiones, de escalas de valores, de motivos e incentivos; todo ello es un mundo mental» (Yo soy eso).

El mundo en el que habita cada individuo depende en primera instancia de la concepción que este tenga acerca de él, y se ajusta en consecuencia a las peculiaridades de cada cabeza; según sea ésta, ese mundo podrá ser pobre, superficial y monótono, o rico, interesante y preñado de sentido. [...] (A. Schopenhauer).  

Creemos habitar la realidad, pero habitamos nuestro mundo particular. Habitamos un mundo configurado por nuestras particulares representaciones e interpretaciones. Cada cual habita un mundo diferente.  Las metáforas del sueño y del despertar han sido recurrentes en las tradiciones sapienciales. El que vive exclusivamente en el mundo de sus interpretaciones personales, está «dormido» a la realidad. La imagen del «sueño» — utilizada como una metáfora de nuestro estado ordinario de ignorancia — es una constante en todas las grandes tradiciones de sabiduría, tanto de Oriente como de Occidente. En la medida en que nuestra mirada sobre la realidad se vaya tornando más objetiva, menos condiciona da por nuestras opiniones, seremos, cada vez más, habitante de la realidad única, del mundo de los «despiertos».

Fuente: M. CAVALLÉ. La sabiduría recobrada

Ver también:

Seccion: L'ANTHROPOS, UN ÉSSER A DESCOBRIR


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