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DEL EMBROLLO EMOCIONAL AL EQUILIBRIO PSICOAFECTIVO

EMBROLLO EMOCIONAL

A menudo nos sentidos perplejos, desorientados. No sabemos qué nos pasa. No nos aclaramos. Nos sentimos mal. Sufrimos. Una avalancha de sentimientos y emociones nos invaden. Podemos sentirnos sorprendidos, irritados, confusos, humillados, tristes, frustrados, cansados y solos. Algunas de estas emociones se contradicen entre ellas. Me siento fatal, estoy hecho un lío, no me aclaro. Quisiéramos que ese conjunto de sensaciones desagradables desapareciera y que todo volviera a la normalidad. Es el embrollo o caos emocional.

El ser humano se caracteriza porque es una vida consciente de sí misma. La falta de esta conciencia puede ser una de las fuentes de sus males. No nos conocemos y a menudo nos sentimos dispersos o vivimos dormidos. Puede haber muchas causas de desarmonía: ideas preconcebidas, creencias rígidas, costumbres, rutinas, búsqueda de seguridad... Vivir frenéticamente atentan contra el propio ritmo, prisas que queman todo lo que encuentran, falta de tiempo para escuchar, hablar, reflexionar, mirar, contemplar son algunos de los síntomas de una forma de vivir que causa profundo descontento e infelicidad. A menudo no hacemos caso del sufrimiento moral que nos avisa de que hay algo que no funciona bien en nuestro interior.

EL SER HUMANO, UN SER QUE BUSCA

Ante tan inquietante situación, ante tan abrupto desasosiego, el ser humano se agita, busca, indaga, explora, rastrea. Nunca se ha buscado tanto como hoy en día, se viaja y se explora en todas direcciones y hacia todos los horizontes. Nunca como hoy se ha huido tanto de la vejez, de la enfermedad y de la muerte; nunca como hoy se ha intentado hacer todo lo posible para prolongar la vida y hacerla grata. Nunca como hoy ha habido más terror a la vulnerabilidad y a la destrucción total de la humanidad. Nunca el ser humano se ha sentido tan pequeño y minúsculo ante el mundo y sus estímulos, ante los diferentes universos que se abren a nivel microscópico o espacial. Aun así, también nunca como ahora, este ser humano que se siente tan endeble ha intentado hacerse fuerte, creativo y sabio. Nunca como ahora el ser humano ha buscado tanto el amor, la paz, la comprensión y el equilibrio, aunque a veces sea a costa de explorar caminos difíciles o imposibles.

Es en la búsqueda donde se halla la posibilidad de superarnos y mejorar. Es en el descontento, en la falta de conformidad y en la interrogación constante donde reside el impulso de trascender nuestro destino. Queremos ser felices, pero a menudo ignoramos qué nos da felicidad. Corremos el riesgo de elegir proyectos que, no sólo no nos conducen a la felicidad, sino que, además, consumen nuestras energías. Es necesario reflexionar sobre cómo conjugar este deseo con nuestras posibilidades de ser y de hacernos auténticamente más humanos.

LA INFLUENCIA DE LOS VALORES SOCIALES

Nuestra obligación es ser. No ser un personaje determinado, ni ser «alguien», sino sencillamente, “ser”.  Nacemos seres humanos, pero no personas. Y es nuestra tarea construirnos con los materiales que se nos han dado y con aquellos que iremos adquiriendo o encontrando en el transcurso de nuestra vida. Somos responsables de no dejar esta construcción a medias, de cortar el cordón umbilical de las dependencias que nos atenazan.

Sin embargo, el ser humano de hoy se ha transformado en una mercancía y concibe su vida como un capital que es necesario invertir a fin de que reporte beneficios. Si lo consigue, es un triunfador y su vida tiene sentido; si no, es un fracasado. (E. FROMM). La sociedad de consumo nos consume. La publicidad, la comodidad personal y la escasa educación recibida en materia de sentimientos hace que sea bastante fácil engañarnos con sucedáneos y que nos den gato por liebre. El día del padre, de la madre, del niño, de los abuelos y de los enamorados intentan sutilmente mover nuestras emociones, a través de determinadas campañas de publicidad, con una finalidad consumista y económica. Si alguien no sigue las pautas marcadas se le induce a sentimientos de culpa. Culpa por no «amar bastante, no ser atento, o ser poco detallista». Así, nos venden coches, perfumes, ropa y accesorios, y nosotros accedemos a ellos aunque, a menudo, nos sintamos vacíos, descontentos y no nos llenen.

A veces utilizamos sucedáneos en lugar de enfrentarnos con los originales. Los sucedáneos son materias similares a determinados productos, que se usan como sustitutos a los originales, no tienen su calidad ni característica, aunque muchas personas se conforman con ellos. Por ejemplo, ¿sucedáneos del amor? ¿Cuáles son sus sucedáneos en el mercado de consumo emocional? ¿La necesidad? ¿La dependencia? ¿El sexo? ¿El intercambio? ¿El enamoramiento?

ESTAMOS EN CAMINO, APRENDERÁ DISCERNIR

La vida está llena de altibajos y nuestro objetivo es mantener el equilibrio. Para conseguirlo es necesario salir del ritmo vertiginoso que no nos deja ver ni sentirnos y encontrar nuestro propio ritmo. De vez en cuando conviene detenerse, hacer un alto en el camino para valorar y reflexionar sobre nuestra trayectoria vital. Necesitamos parar nuestra actividad habitual y dedicar tiempo a la reflexión, a la tranquilidad, al sosiego. Esta detención en el movimiento diario nos permite hacer balance de situación e reiniciar nuestra trayectoria.

No todo juega a favor de nuestra adaptación positiva al entorno.  Hay aspectos que es bueno cultivar ya que ayudan a nuestra mejora como seres humanos, hay otros que conviene desterrar porque pueden llevarnos a nuestra destrucción. Diferenciar entre lo que nos conviene, lo que puede ser reciclado y transformado y lo que debe ser eliminado, es uno de los aprendizajes importantes.

¿Es la vida quien nos da lo que somos? La vida por sí misma es un valor importante: nacemos, nos hallamos en un entorno que no hemos escogido y nos reciben manos que nos pueden abrazar o rechazar, que nos acarician o nos aíslan. Nos encontramos en un medio ruidoso o plácido, con más o menos recursos y con más o afecto o estímulos. Escogemos unos caminos y rechazamos otros y es en este arduo proceso que nos vamos modelando. 

No somos libres para escoger aquello que nos pasa, sí que podemos escoger nuestra actitud y nuestra respuesta ante ello. Pensar, reflexionar y analizar significa descubrir que no existe una vía única de acción, que no hay soluciones fáciles. Toda elección nos da nuevas posibilidades y nos obliga a efectuar renuncias. En cada elección colocamos una nueva pieza de nuestra construcción personal. Es importante saber qué nos conviene y qué no, qué favorece nuestra adaptación inteligente y qué interfiere en nuestro desarrollo. Si bien no somos responsables de lo que sentimos, sí lo somos de lo que hacemos con aquello que sentimos. De la respuesta que demos a estos interrogantes va a depender, en buena parte, nuestro bienestar psicoecoafectivo.

No es lo mismo vivir en el presente que vivir para el presente. En el primer caso, adoptamos un ritmo a nuestra medida que nos permite vivir intensa y conscientemente cada momento; nos damos cuenta de la belleza y el misterio que supone cada nuevo día y nos sentimos agradecidos por este privilegio. Vivir para el presente significa quemar las naves, gastarlo todo hoy, no proyectarnos en el mañana, no perseverar en nuestros proyectos, no adoptar compromisos. Hoy todo, mañana ¿quién sabe? Vivir en el presente pide una actitud abierta en lugar de cerrarnos en rígidos esquemas. Vivamos en el presente y llenemos nuestros días de sus pequeñas alegrías: una conversación agradable, un rato de deporte, una lectura. El presente es lo que importa, pues el porvenir es un charlatán que nos engaña a menudo. No nos pongamos trágicos. Cultivemos el buen humor. Coloquemos sobre nuestra nariz unas gafas benevolentes para que todo adquiera un color alegre.

APASIONARSE POR VIVIR

¿Qué nos mueve en la vida? ¿Qué nos motiva? ¿Qué nos interesa? ¿Las necesidades, los deseos, conseguir metas profesionales o personales, viajar, conocer gente? Sentirse interesado no significa lo mismo que sentirse cautivado. Sólo si nos apasionamos por algo o por alguien, sentimos y vivimos intensamente. Nos interesa alguien, nos acercamos, observamos, analizamos, decidimos conocerlo, iniciamos un diálogo, habla, escuchamos... A veces este interés inicial desaparece sin que nos demos cuenta y nos encontramos pensando en otra cosa, o bien, nuestros ojos se van, impacientes, a la búsqueda de un objeto más interesante.

¿Somos superficiales en nuestros intereses? ¿Qué es mejor, tener muchos intereses superficiales o una gran pasión? No hay una respuesta única. Todo tiene un precio y el peligro de las pasiones es que nos capturan y centran tanto nuestro interés y energía que, a veces, el resto del mundo y de personas no tienen cabida en nuestra vida. Se siente intensamente, se vive intensamente, se goza y se sufre también intensamente.

La superficialidad, por otro lado, causa descontento y resta energía. Oímos hablar, pero no escuchamos. Estamos poco atentos a las necesidades de los demás y, a veces, aún menos a las nuestras. Vivimos superficialmente, escuchamos superficialmente y amamos superficialmente, de forma epidérmica. Nos sentimos desasosegados e insatisfechos al no profundizar en nada, y en lugar de centrarnos en el presente y disfrutar de lo que vivimos, hacemos como las abejas, vamos de flor en flor intentando nutrirnos. ¿Qué gran pasión ha dejado señal en nuestra vida? Tal vez, podríamos intentar apasionarnos por vivir en cada momento aquello que nos corresponde vivir.

Síntesis a partir de SOLER-CONANGLA: Ecología emocional.


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