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Concepciones antropológicas (I)

Tras la búsqueda de la verdadera esencia del «ser humano»

La raíz de los males del mundo es una concepción errónea sobre lo que es el hombre. (G. K. Chesterton)

De qué sirve conocer la naturaleza y los instintos de los animales salvajes, si desconocemos la naturaleza del hombre y el objetivo de su existencia? (Petrarca)

  • El mayor de todos los misterios es el hombre. (Sócrates)
  • Visto un león, están vistos todos, pero visto un hombre, sólo está visto uno, y además mal conocido. (Baltasar Gracián)
  • Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre. (Heidegger)
  • Animal de creencias y deseos sin límite, abierto a una realidad experimentada como indefinida y constructor de sistemas de sentido, inventor de sí mismo y humanizador de la realidad.

La mente humana necesita encontrar sentido a todo cuanto existe. La conciencia de su ignorancia ha estimulado su interés por el conocimiento. El ser humano busca penetrar en los secretos de aquello que ha erigido como objeto de conocimiento. Sus desvelos han abarcado desde la comprensión del cosmos, la naturaleza o el misterio de la vida hasta su preocupación por comprenderse a sí mismo. Uno de estos objetos de conocimiento, desde siempre, ha sido el «ser humano».

En el trascurso de la historia las distintas interpretaciones sobre la realidad y el propio ser humano han dado lugar a cosmovisiones y antropologías diversas. Uno de los centros de interés del pensamiento humano a lo largo de la historia ha girado en torno a lo que es el «ser humano». Hay preguntas que siempre nos han acompañado: quién soy, qué sentido tiene mi vida, cuál es mi destino... Ya en la antigüedad clásica, la filosofía griega, tras un período de especulación cosmológica se orientó hacia la reflexión antropológica. Desde entonces dicha reflexión se ha planteado interrogantes ligados al conocimiento del ser humano, su naturaleza y su destino, esbozando cuestiones como: ¿qué es el ser humano?, ¿qué sentido tiene y cuál es la finalidad de la vida?, ¿cuál es el camino para alcanzar la felicidad? Además se ha tratado de identificar algunas de las características de la especie humana y su posición específica en el mundo y el entorno natural.

Todos los saberes en su trasfondo tienen una determinada concepción del ser humano. Mientras algunas filosofías e ideologías tienen un alto concepto del mismo, otras son transmisoras de una triste y reducidísima imagen del ser humano. Hay antropologías que intentan «describir» cómo es el ser humano, sus características funcionales, su estructura, qué es lo que específicamente lo caracteriza, etc. Otras intentan «explicar» lo que es, lo que en esencia es el ser humano, ahondar en su profundo y verdadero sentido. Desde las diversas antropologías se intenta ahondar en una mejor comprensión del ser humano, no solo como un ser racional o como un ser biótico (descripción parcial), sino incluso como un ente que ama, que siente, que forja su destino (explicación de su sentido global). Haremos una somera descripción introductoria de algunas de dichas perspectivas y su impacto en la mentalidad social.

Cosmovisiones y antropologías: su impacto social

Una «cosmovisión» es la concepción, interpretación o imagen que una persona, sociedad o cultura se forja sobre la realidad, el mundo o la vida, a partir de determinadas percepciones, conceptualizaciones y valoraciones. Dificilmente una persona puede desenvolverse adecuadamente sin una «cosmovisión» que le proporcione orientación para sus acciones, así como significado y orden a su vida, que le permita saber cual es su lugar en el mundo, qué debe hacer o qué puede esperar. Cada «cosmovisión» tiñe la mentalidad de una época, e incide en los diversos ámbitos de la vida, desde la política, la economía o la ciencia hasta la religión, la moral o la filosofía, impregnando las prácticas individuales y sociales e imbuyéndolas de su espíritu.

harmonía, unidad, simetría

Igualmente, las «antropologías» o concepciones sobre lo que es el ser humano son muy diversas y han ido evolucionando a lo largo de la historia. Para algunos el hombre es un ser puramente material, que vive para satisfacer sus necesidades de orden físico, afectivo y cultural lo más plenamente que pueda y que con la muerte acaba en la nada, al igual que todos los seres vivientes. Para otros, el hombre es un ser material y espiritual: es decir, que tiene, además de un cuerpo material y mortal, también una dimensión espiritual e inmortal y que, por tanto, su destino no es puramente temporal y terrestre. Otros, por su parte, lo han definido como animal de creencias y deseos sin límite, abierto a una realidad experimentada como indefinida y constructor de sistemas de sentido, animal inventor de sí mismo y humanizador de la realidad. Otros, en fin, optan por una antropología que considera cuatro dimensiones fundamentales: la corporal, la psí­quica, la social y la espiritual, modelo de visión de la persona que supera los paradigmas positivistas, centrados en una visión cuantitativa del ser humano. Lo cierto es que entre sus múltiples dimensiones podemos señalar su dimensión corporal, económica, política, espiritual, trascendente… sensorial, emocional, racional... Para algunos la dimensión espiritual constituye la manifestación singular y esencial del ser humano. En la actualidad existen visiones  que cuentan con un importante respaldo científico y que permiten una perspectiva más holística e integradora del ser humano.

Las distintas «cosmovisiones» y «antropologías» impregnan la mentalidad de una época. Muchos de los planteamientos de fondo que a menudo se hacen en el debate público y en la acción política son fruto de esas diversas cosmovisiones y antropologías. Como consecuencia de determinadas cosmovisiones y antropologías se puede generar, por ejemplo, un reduccionismo del valor de la vida humana, una mentalidad tanática que termina justificando el aborto como un supuesto derecho, los vientres de alquiler, etc., adoptando actitudes laicistas beligerantes, propalando la ideología de género entre las jóvenes generaciones,  pregonando una determinada concepción del amor y la sexualidad o negando el desarrollo integral de los educandos oponiéndose, por ejemplo, al cultivo de la interioridad y la dimensión espiritual en los centros educativos públicos.

Operamos faltos de una concepción integral del ser humano

El «ser humano» es un sujeto multidimensional enormemente complejo. A veces, sin embargo, desde un cierto cientifismo se intenta definir lo que es el ser humano haciendo un análisis meramente fisiológico de su cuerpo. ¿Un análisis, químico o bioquímico del ser humano, es decir, desde la perspectiva natural, agota la comprensión del mismo? Esa «racionalidad de la exterioridad», esa perspectiva exterior del ser humano que nos ofrecen las ciencias naturales y que supone tratarlo desde la misma óptica que a cualquier otro cuerpo, ya sea material o animal, no sólo no agota la totalidad de lo que es el hombre, sino que elimina de raíz aquello que lo va a definir como tal, su condición de sujeto, de yo, su interioridad.

Operamos faltos de una concepción integral del ser humano. Continuamente obramos, consciente o inconscientemente, con una determinada concepción, una imagen, de lo que es el ser humano. Lo decía Chesterton: la raíz de los males del mundo está en una concepción errónea sobre lo que es el hombre. Nuestras leyes y muchos de nuestros profesionales suelen operar con una concepción sesgada, parcial, incompleta del ser humano. Muchas discusiones estériles se podrían evitar si todos operásemos con una concepción más completa de lo que es el ser humano y en función de una concepción integral del mismo. En la base de muchas de nuestras actuaciones individuales o colectivas, en nuestra vida privada o en la esfera pública, también en la acción social o política, solemos optar por unos determinados posicionamientos ideológicos que en el fondo están teñidos de una determinada concepción de lo que es el ser humano, una determinada concepción antropológica. Nuestras tomas de posición en los diversos ámbitos educativos, ideológicos, religiosos, etc. se sustentan en una determinada concepción del hombre y del cosmos, se sepa o no se sepa, se reconozca explícitamente o no. Muchas de nuestras concepciones, actitudes, representaciones, etc. están en función de nuestra concepción (implícita o explícita) de lo que entendemos que somos los seres humanos…

En nuestra sociedad en general se actúa con una pobre, empequeñecida, reducida «concepción antropológica». El «sistema» está operando con un reduccionismo antropológico pasmoso: con una concepción reduccionista, deficiente, parcial, sesgada, incompleta del ser humano. El comunismo concibe al ser humano como poco más que pura «materia» y al capitalismo y sus derivadas (mercantilismo, utilitarismo, consumismo, publicidad, relativismo, …) solamente le interesa destacar determinadas dimensiones del ser humano, aquellas que tienen que ver con sus intereses de fondo: la producción, la economía, la competitividad, la ganancia, la rentabilidad, la obtención del máximo beneficio…).

Lo que sea el ser humano, y lo que puede llegar a ser ha constituido uno de los ejes de preocupación que han configurado la historia del pensamiento humano. Cuanto más conozcamos la verdad de nuestra naturaleza antropológica más se abrirá nuestra inteligencia a los enigmas sobre el origen y destino de esos seres autoconscientes y libres que somos los humanos. El siglo XXI deberá abandonar la visión parcial que define al ser humano por la racionalidad (homo sapiens), la técnica (homo faber), las actividades utilitarias (homo economicus), las necesidades cotidianas (homo prosaicus). El ser humano es complejo y lleva en sí de manera  bipolarizada los carácteres antagónicos: sapiens y  demens (racional y delirante) faber y  ludens (trabajador y lúdico) empiricus y  imaginarius (empírico e imaginador) economicus y  consumans (económico y dilapilador) prosaicus y  poeticus (prosaico y poético). El hombre de la racionalidad es también el de la afectividad, del mito y del delirio (demens).

¿Qué idea de «ser humano», de «persona» estamos utilizando y transmitiendo a la sociedad desde el ámbito de la educación, de la política o de las leyes de los parlamentos? En ello nos va en parte el futuro de nuestra sociedad. Si comprendemos bien que es un «ser humano», qué es una «persona» comprenderemos su valor, su dignidad y sabremos cómo tratarlo manifestándole nuestro más infinito respeto.

Algunas concepciones antropológicas a lo largo de la historia

A lo largo del tiempo encontramos muchos intentos de definir lo específico de los seres humanos y, a partir de ahí, se ha intentado construir la vez una ética y una teoría del conocimiento. De una manera muy sintética, se puede considerar que hay tres momentos en que la definición del específico humano ha sido una materia de polémica especialmente significativa. Nosotros somos también herederos de estos tres momentos específicos en la definición del humano: Grecia, el cristianismo y el siglo de las luces, o Modernidad. Cada uno de estos tres momentos ha reinterpretado hasta la raíz la significatividad de el humano.

En la Edad Antigua diversos autores ofrecieron reflexiones filosóficas sobre el hombre. Sócrates propone una mirada reflexiva del hombre sobre sí mismo. Su magisterio se centró sobre la posible búsqueda y consecución de la verdad, sobre la dignidad humana, el conocimiento de sí mismo y la vida conforme a las normas morales que dictaba la razón. La obra de Platón significa el esfuerzo más noble, en el mundo griego, de elevarse hacia lo absoluto y trascendente. Los hombres forman parte, en primer término, del género de los seres vivientes mortales como otros vivientes de la naturaleza. Nos propone un modo de ascender de lo sensible a lo inteligible, de lo bajo a lo alto, para allí encontrar la felicidad en la contemplación de la verdad y el amor del bien. Esa es la razón de ser y el sentido de la vida del hombre inteligente. Sostuvo que el hombre tiene un alma unida a un cuerpo, si bien el alma tiene el primado sobre el cuerpo. El hombre es alma y el cuerpo es la su cárcel. Se caracteriza además por un déficit en la pretendida seguridad y perfección del ser. Este déficit lo ha de compensar con la actividad espiritual en sí mismo, en su mundo y en la comunidad humana. La justicia es el fin supremo de la acción humana.La tarea del hombre en esta vida es prepararse para la definitiva liberación y para alcanzar la contemplación de las ideas en la otra. Aristóteles en cambio, sostuvo que el hombre es una sustancia compuesta de cuerpo y alma. Afirma que en cada hombre coexisten tres almas: vegetatitiva, sensitiva y racional cada una de las cuales tiene una estructura y unas necesidades diferentes siempre dirigidas por el alma superior que es de carácter racional y vive una existencia básicamente contemplativa. El hombre por naturaleza es un "animal político y dotado de razón" y se realiza en un espacio concreto que es la vida cívica. Para los griegos el ideal de la vida fuera la moderación: optar por punto medio como a forma de virtud (y considerar todo extremo como a vicioso) es la mejor manera de vivir feliz en la polis.

Para el cristianismo el hombre es criatura de Dios. Todos los humanos son hijos de un mismo Padre por encima de sus diferencias (económicas, culturales, de raza y sexo, etc.). Todo el ser humano es obra de Dios; todo el ser humano es imagen y semejanza de Dios. El hombre, como tal, es persona, capaz de conocer y de amar, de ser conocido y de ser amado. Dios, el Absoluto, mantiene relaciones de tipo personal con el hombre. Dialoga con él, le orienta, le declara lo que es bueno y lo que es malo, le ayuda, respeta su libertad, le premia o le corrige y con todo eso le dignifica. Desarrolla la idea de dignidad humana, porque en afirmar que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios hace que todos los humanos puedan reivindicarse como merecedores de respeto. Propone una nueva concepción del tiempo dentro la que tiene sentido el "Progreso"; mientras que para los griegos el tiempo era cíclico (como el de las cosechas) y, por tanto, no había cambio sino "eterno retorno ", en cambio, para los cristianos el tiempo es lineal: (la Creación, el alfa) alcanzará su final (el Juicio final, el omega). Esto significa que en el cristianismo se hace posible la concepción de una perspectiva histórica en que el futuro puede es diferente (y mejor) que el pasado.

En la Edad Media reinó un periodo teocéntrico, en el que todo giraba en torno al concepto de Dios. Al hombre se le interpreta por su relación con Dios, visto como un ser creado por Dios a su imagen y semejanza (posesión de inteligencia y capacidad de amar). El hombre es considerado un compuesto de cuerpo y alma, y ésta es considerada algo de naturaleza espiritual, libre e inmortal. Aparece, por tanto, la idea de salvación eterna. Esta vida es un tránsito; un camino para conseguir la vida eterna por medio de la virtud, que consiste en obedecer los mandamientos de la ley de Dios y conduce a la felicidad de la salvación eterna; la vida sólo tiene sentido como camino de salvación. Según la interpretación de san Agustín, el hombre se conoce en su naturaleza esencialmente como un espíritu que busca incansablemente. Tomás de Aquino describe al ser humano como material por una parte (su cuerpo) y no material por otra (su alma espiritual). El ser humano está inmerso en lo material y obedece a sus leyes básicas de espacio y tiempo. A la vez, muestra que no es material del todo pudiendo ir más allá del espacio y del tiempo con su razón. El ser humano es plenamente corporal, pero tiene algo propio que le permite ir más allá de lo corporal: su alma espiritual.

En la Edad Moderna el filósofo francés René Descartes puso la certeza del conocimiento en la pura autocerteza de la conciencia (cogito ergo sum). En el modelo cartesiano el ser humano se presenta como un agregado de dos realidades distintas e incomunicables. Por un lado, la razón, la conciencia pensante (res cogitans) y por otro el mundo corporal extenso (res extensa). Con ello se niega la unidad substancial entre cuerpo y alma espiritual en el hombre y la posibilidad de una interacción entre las dos substancias. Kant define a la persona como «la libertad e independencia frente al mecanicismo de la naturaleza entera». La persona es el único ser del universo sometido a leyes propias, es decir, sometido a leyes puras, prácticas establecidas por su propia razón. «La persona es la libertad de un ser racional sometido a leyes morales». Estas leyes morales de las que habla Kant se las da el ser racional a sí mismo, lo cual no quiere decir que sean arbitrarias.

En la Edad Contemporánea se abre espacio a una amplia diversidad de corrientes que proponen una visión sobre lo que es el hombre. Por un lado, se posiciona fuertemente una visión materialista sobre el hombre, según la cual en el ser humano no existe más que el ser y el acontecer materiales. Se niega con ello lo espiritual en el hombre, que siglos antes había sido considerado como la esencia misma del ser humano. Por otro lado, la corriente existencialista ha negado que en hombre se de una esencia que lo determine, abogando que el hombre es ante todo indeterminación y libertad pura. En esta doctrina se enfatiza la inmediatez de la experiencia personal y la autodeterminación de la propia existencia por parte de cada individuo. Una tercera corriente es el personalismo. Esta corriente pone el énfasis en el significado del ser personal del hombre y su apertura constitutiva hacia los demás. La persona se debe tratar como un fin y nunca como un medio.

La concepción antropológica de las filosofías sapienciales parte de una concepción trina del ser humano: el ser humano no es simplemente soma y psique, también es «nus» decían los antiguos, también es espíritu (Aristóteles). El ser humano es soma/psique/consciencia. El ser humano, frente a las demás realidades naturales, tiene la peculiaridad de ser autoconsciente, de poder saber de sí y reflexionar sobre sí. El individuo es el “lugar” en el que ese principio único cósmico toma conciencia de sí. Nuestra estructura psicosomática -nos enseña la sabiduría- es una faceta de la expresión del Tao o principio único, esencia y sustento último de cuanto existe, inteligencia rectora del cosmos, y lo que la vivifica, piensa y actúa en ella es el Tao. Nuestra mente es un centro focal de la Inteligencia única. Nuestro cuerpo es una célula del cuerpo total del cosmos.

Desde las neurociencias se nos indica que los humanos estamos dotados de singularidades mentales notables que se manifiestan espectacularmente en las conductas y las culturas. La singularidad humana puede atribuirse a un desarrollo singular de los lóbulos frontales del córtex. El cerebro humano y las funciones que lo caracterizan son fruto de una evolución. Progresivamente se van precisando los elementos genéticos, y biológicos en general, que puedan dar razón de la singularidad cerebral humana.

Nuestro mundo mental está ciertamente presidido por la capacidad racional, pero ésta no ofrece ninguna garantía automática de que el conjunto de la conducta humana funcionará según criterios racionales. Lo más específico de la mente humana no es una razón pura, sino una compleja integración de razón y sentimiento que da lugar a "experiencias humanas típicas" que no son ni únicamente emocionales ni únicamente racionales. La racionalidad es una capacidad recién llegada al mundo mental animal, que nos permite agudísimas reflexiones pero que no anula las potentes dinámicas que garantizan la supervivencia. En muchos casos, además, la emocionalidad bien oída y aceptada indica, mejor que una racionalización impertinente, hacia dónde deben dirigirse los esfuerzos conductuales. La razón aparece siempre en aleación con las pulsiones y las emociones, dando lugar a un producto mental nuevo que es la razón emocional al servicio de las pulsiones de vida. Razón, emoción y pulsiones actúan siempre conjuntamente.

Lo más específica y típicamente humano no es una imposible racionalidad pura (que no existe), sino una mente compleja, ensamblada sobre sedimentos animales y mentales muy arcaicos, y que se manifiesta aguda y conflictivamente expresada en bases pulsionales y emocionales muy firmes acompañadas de indicaciones racionales orientadoras. Una mente racional no funciona adecuadamente sin la asistencia de las emociones. Esta es la condición mental humana. Lo que nos hace humanos, pues, no es una épica arribada a una razón liberada de los constreñimientos arcaicos y emocionales, sino un enriquecimiento del cerebro animal de los mamíferos con un regalo evolutivo de alta calidad, que es la capacidad de orientar con la razón la excelente estructura cerebral de los primates.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también: Cosmologías y antropologías de fondo


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